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La bonanza del tiempo

Últimamente me encuentro con más tiempo en mis manos porque mi trabajo ha cambiado un poco. No sé si esto sea temporal, pero se siente extraño no dedicarle cada segundo de mi vida a traducir contrato tras contrato tras contrato. Hace un año no podía darme ni un respiro. Ahora me doy cuenta de que hay que aprovechar esta bonanza del tiempo.

No sé en qué momento, tal vez hoy mismo, vi un chispazo de una vida anterior donde escribir de largo era una actividad deseable. Puede haber sido cuando vi una serie de fotografías de los habitantes de un dormitorio estudiantil, jóvenes, en pasillos y camarotes, y luego adultos, más o menos emulando la escena original, despojados de algo que no podía señalar con exactitud. O tal vez fue cuando me encontré por casualidad con un tesoro de fotos olvidadas que había tomado con un celular viejo, y la joie de vivre de la juventud me dio de lleno en el rostro. Un ukulele nuevo en la playa. Un karaoke. ¿Qué quería yo en ese entonces?

¿Qué quería yo?

¿Qué remordimiento me queda del pasado? ¿Qué dejé de hacer en mi infinita procrastinación que podría aprovechar para hacer ahora? Estoy analizándolo todo como si me hubiera ganado la lotería y ahora tuviera que tomar decisiones inteligentes sobre cómo invertir el premio. Sacarle la herrumbre a mi japonés semiabandonado podría ser una buena opción. Dolorosa, eso sí. Retomar el ukulele. Volver a dibujar. Intentar por enésima vez volver a ser yo en vez de una silueta con mi nombre.

Así que heme aquí, no tan sonriente como en aquellas fotos desenterradas, con un montón de tiempo en mis manos, algo de nervios y poca fuerza de voluntad. Heme aquí pensando en emular la felicidad del pasado, pero despojada de algo que no podría señalar con exactitud.

Veintinueve

Jesús Cossio dice que a los veintinueve años la gente toma decisiones radicales. Enfrentadas a la inminencia de los treinta, las personas abandonan cosas, emprenden cambios drásticos, corrigen el rumbo en un último intento de verse bien encarriladas a la hora de cumplir edades más serias. Revisando las notas de este blog, me doy cuenta de que este comentario no dista mucho de lo que me dijo j. cuando cumplí años este año. En ese momento no le creí de a mucho, ya que veintinueve es apenas un número primo con dos enes, dos ves y dos tonos de azul. No suena importante; si acaso transicional, un largo letrero de “no se pierda después del corte”. Sin embargo, haciendo un recuento de todo lo que ha pasado en el breve lapso que llevo en esta edad, puedo confirmar que es tan revolucionaria como me prometieron.

Hoy es un día bastante aburrido. Tengo textos por traducir y dibujos por hacer. Pienso en mi breve agenda como si fuera cualquier cosa, pero hasta hace apenas unos meses la parte del dibujo no figuraba en mi vida cotidiana sino en una lista de remordimientos por abandono. Con nostalgia me veía a mí misma a los catorce años, sin amigos ni belleza pero con una guitarra a la cual recurrir, una novela que escribir y dibujos por hacer. Una tríada perfecta que me mantenía en pie y protegida del mundo externo. Con el tiempo, la guitarra fue reemplazada por el ukulele y las aspiraciones literarias por este blog, pero el dibujo se había esfumado en un abismo de inseguridad alimentado por el hecho de que yo nunca había tenido un entrenamiento artístico formal y lo que salía de mi mano era muy simplón. Y todos estos años, ese hueco me pesó.

Ahora hago un breve repaso por todo lo que, después del colegio, dije que era sin ser del todo con el fin de agradar a alguien más. De repente le gusto a otro ser humano —oh sorpresa, se acabó la adolescencia, ya puedo emerger de mi cueva— y tomo vestigios de recuerdos y preferencias para intentar formar un todo que se amolde al todo de esa persona. Y en el proceso no hago lo mío. No estoy dibujando porque no sé dibujar como los que hacen cómics de superhéroes, que en todo caso no me interesan pero igual dejo que los que admiro me hablen largas horas de Batman, así como dejo que me hablen largas horas de cómo entender el universo y sus fenómenos. Escucho. Es cómoda esa pose de fan de los científicos. Quiero ponerle un rótulo a mi aislamiento en términos de los otros pero eso solo me convierte en seguidora de mundos paralelos.

Es solo cuando dejo de mirar a los demás, cuando dejo de buscar afinidades, que comprendo finalmente que el dibujo no es lo que los demás piensen de él sino el ejercicio de intentar proyectar lo que se ve en mi cabeza. Tocar ukulele también es un ejercicio. Cuando las cosas que uno ama pierden su objetivo final es que uno las vuelve a disfrutar plenamente.

Ahora estoy acá, sola en la casa, con un cúmulo de cosas que aún cuando sean aburridas son exactamente lo que quiero hacer, y con la serena certeza de que nada de lo que yo sepa o haga me hace elegible para pertenecer a ningún círculo ni ser merecedora del cariño de nadie. Y eso está bien. No estoy intentando anunciar con esto que me creo muy especial e intocable, sino que en años pasados me sentía un poco perdida pero creo que ya me voy encontrando.

Dicen que los hombres en crisis de la mediana edad compran motos y carros para darle sentido a sus vidas. Yo llegué a los veintinueve y me hice a un curso de interpretación, una tableta de dibujar y un ukulele soprano.