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Víspera de cumpleaños / Despertares

El año pasado decidí que quería cumplir años lejos de todo y de todos, así que me fui a la Isla de Pascua. Uno podría pensar que después de Tsukuba yo quedaría aborreciendo la sensación de absoluta soledad, pero por momentos me hace falta. Tal vez la diferencia es que ahora sé que existo, mientras que en ese entonces (especialmente en 2010) sentía que no. Este año mi cumpleaños será ligeramente más social y local. Ya empecé a celebrar. Estoy contenta.

En estos últimos días me he despertado recordando todas las cosas que me gustan: tocar ukulele hasta que me duelan las yemas de los dedos, dibujar, cantar. Encontré una canción de Mocedades que no conocía y quedé como si nunca hubiera escuchado música en mi vida y quisiera más y más de eso tan nuevo y tan genial.

Hoy recordé que me gusta escribir. Sin embargo, no supe sobre qué era que escribía antes. Supongo que nunca lo he sabido, solo he escrito lo que salga.

A veces me da miedo que este despertar sea temporal, como el de la película, y el día de mañana vuelva a olvidar todo y solo me sienta aburrida y desesperada.

No sabemos ser criaturas de la mar

Vinimos a Rio de Janeiro a visitar a nuestra amiga J. El vuelo incluía una parada más bien larga en Santiago, así que tuvimos tiempo de subir el Cerro Santa Lucía y tomar caldillo de congrio en el Mercado Central. Fue agradable, pero se sintió raro no ir directo a Valparaíso ni poder ver a Azuma de nuevo.

Rio se me parece muchísimo pero muchísimo a Buenos Aires. Es más, si no fuera porque entiendo los letreros a medias, podría jurar que en cualquier momento podría salir a buscar la casa de mi hermana. No alcanzo ni a sorprenderme de la novedad de estar en este país. Pienso en amigos que podría ir a visitar pero en realidad no.

El pronóstico del tiempo nos prometió lluvia toda la semana, así que esta mañana salimos rumbo a la playa a aprovechar lo poco que se podía bajo las nubes pesadas. La famosa Ipanema. No se podía nadar en el mar, así que nos limitamos a meter los pies en la arena mojada y esperar la caricia de las olas. Yo estaba absorta en la sensación del agua fría y el suelo que se deshacía debajo de mí, cuando de pronto vi que el agua ya no me llegaba a los tobillos sino a la mitad de la pierna. ¿Cómo, si yo no había dado ni un paso? No me pregunten, yo no sé nada. El caso es que la siguiente ola ya no tenía aspecto de caricia sino de puño. Toma. Reboté en la arena y volví a pararme rápidamente. Me fui, amedrentada. Después descubrí que me había raspado una nalga.

Para completar la humillación, no sé qué nos hizo pensar que podríamos dejar de ser meticulosas en la aplicación de bloqueador solar y sobrevivir. Tal vez las nubes. Tal vez el queso asado con ajo y orégano. Tal vez la caipirinha. Tal vez la felicidad de ser un grupo de viejas amigas juntas en una playa en otro país. El tiempo pasó, hablamos de todo, bebimos y solo nos dimos cuenta de que eso no era precisamente la sala de una casa cuando nos fuimos y empezamos a sentir ardor en parches. Las partes donde el bloqueador no llegó son fácilmente discernibles. En mi caso, mi muslo lleva doble ardor gracias a la embestida del mar. Roja por delante y roja por detrás.

Supongo que los siguientes días de este viaje estaremos huyendo del sol cual vampiros. Al menos sabemos que la próxima sesión de playa no será mañana. No sabemos ser criaturas de la mar.

2014 (Reprise)

Cartagena – San Francisco – Point Reyes – Sonoma – Pescadero – Santa Cruz – Davenport – Isla de Pascua – Medellín – Popayán – Cali – México, D.F. – Teotihuacan – San Francisco – Point Reyes Station – Marshall – Santa Cruz – Villa de Leyva – Ráquira – La Dorada.

Qué año tan plácido. Plácido o falto de emoción. Feliz. Un año de depuración. Me deshice (y me sigo deshaciendo) de un montón de cosas que no necesito en mi vida. Objetos, vínculos, hábitos. Hasta peso perdí.

Mi vida laboral sufrió un sacudón violento pero necesario. Tomé un curso de interpretación médica. Conocí a Michael Sandel, a Ken Segall y al inventor de la kinesio tape. Estuve en un almuerzo con Joe Sacco y me dijo que soy muy buena intérprete. Manuele Fior me dio un beso en la mejilla.

Armé un mueble con Cavorite. Probé quesos y cervezas con Cavorite. Me fui de roadtrip con Cavorite. Estuve en un concierto de Franz Ferdinand con Cavorite. Comí ostras recién abiertas por Cavorite. Recogí fresas en un huerto junto al mar con Cavorite. Me enfermé del estómago y casi me desmayo encima del lecho de muerte de Frida Kahlo pero me cuidó Cavorite. Tengo mil y un recuerdos felices con Cavorite.

También hubo momentos dolorosos. Me fui entre una zanja en México y de milagro no me partí la pierna. Misaki tuvo un accidente y perdió un ojo. Sin embargo, ver How to Train Your Dragon me ayudó a entender que estará bien, que de hecho ya está bien y debo estar feliz de seguir con ella. Tener un perro es hermoso y durísimo al mismo tiempo.

Y como siempre, la sensación de continuidad. Nada empezará para mí cuando despierte mañana: volveré a la casa a cantar como siempre, a dibujar como siempre, a trabajar como siempre. Estoy muy contenta, a decir verdad.

Lección para una coleccionista de islas

Colecciono islas. Es una afición que requiere paciencia; no se puede ir a todas al tiempo, y mucho menos se puede pretender abarcar todas en una sola vida. De todas maneras, una a una las voy visitando, dispuesta a que me enseñen cosas.

Rapa Nui es el lugar más inhóspito en el que he estado. En Hanga Roa (el único pueblo) hay casas y gente, sí, pero basta alejarse un poquito para quedar solo solo solo. Recorrí cuevas, caminé entre caballos salvajes galopantes, incluso tuve el placer —y quiero pensar que el honor— de tocar ukulele frente a un moai solitario sin nadie, absolutamente nadie, a mi alrededor.

Lo que llegué a entender estando allá era que llevaba mucho tiempo llorando por un amor perdido y ya era hora de dejarlo ir. Me refiero a Japón. No sé en qué momento entendí de repente que mi hogar durante cinco años no era el sueño de mi vida que yo había dejado escapar sino apenas un archipiélago en el mar donde está mi colección.

Desde que volví he estado estudiando japonés de a poquitos, al fin libre de la presión de sentirme una anomalía que fue allá pero no encajó lo suficiente, no se esforzó lo suficiente, no amó lo suficiente. Ya no siento la necesidad de desligarme de un idioma que aprendí, así que ahora lucho contra el olvido.

No sé cuál será la siguiente isla de la lista. En realidad, nunca se sabe. Vendrá cuando venga, y con ella, otra lección.

30歳

No me di cuenta de que estaba cumpliendo años porque estaba ocupada viendo moais en la Isla de Pascua. No me di cuenta de que ahora tenía edad de persona seria y organizada porque estaba en shorts y camiseta de colores haciendo la misma cara de mis fotos de adolescencia.

2012 (Reprise)

Tanta angustia del mundo con los finales y yo acá sintiéndome en plácida continuidad. La gente me pregunta qué hay de nuevo pero yo no tengo nada que contar. Nada. Bueno, sí, abandoné las oficinas, pero ese había sido un paso fugaz en todo caso. Después de 2010 y 2011 los viajes se sienten escasos e inusitados (Arauca – Pereira – Pittsburgh – La Dorada – Arauca – Valparaíso – Viña del Mar – Reñaca – Santiago – San Francisco – Pittsburgh – Barrancabermeja), pero no me he detenido y eso me mantiene más o menos cuerda.

En realidad me la he pasado pensando, curándome de la herida que dejó Japón, tratando de entenderme a mí misma. Llegué a la conclusión de que a pesar de mis sueños adolescentes no soy escritora ni lo seré, y esa decisión me ha traído una enorme tranquilidad. Aprendí a tejer. Dibujé un poco. Me llené de cosas que quiero hacer el próximo año.

Por otro lado, vi en vivo a Paul McCartney y a Raphael. También recibí una (breve) visita desde Tsukuba que terminó de convencerme de que el corazón roto post-Japón ya está mucho mejor (y debería dejar de huir). Y para rematar, tuve la oportunidad de pasar tiempo con Azuma y Rini una vez más.

(Y las manos de Cavorite y la sonrisa de Cavorite y la voz de Cavorite y hacer mercado con Cavorite y San Francisco y Pittsburgh con Cavorite.)

Me siento rara esperando a que den las 12 y comience algo nuevo. Quiero irme a dormir para que todo continúe y siga evolucionando. Hasta ahora va bien.

Skein (2)

Durante el último mes y medio me han venido acompañando dos madejas de lana color grafito. No estoy hablando de mi primer proyecto, que por falta de agujas extra tuve que ensartar en un palito de balso para archivarlo, sino de una entrega especial con fecha límite.

Mi extraña afición viajera llamó la atención de Rini, una de mis anfitriones en Chile, a quien en el colegio habían forzado a tejer patincitos y demás partes del ajuar de un bebé hipotético y por tanto lo olvidó todo en cuanto pudo. Fuimos a comprar lana y agujas, le refresqué la memoria sobre cómo empezar y cómo no aumentar puntos accidentalmente, y esta mujer resultó ser el relámpago del tejido. Al cabo de un par de horas ya había acabado con la lana y tenía media bufanda hecha. Mientras tanto yo, el remedo de maestra, no hacía sino volver a empezar y volver a empezar y volver a empezar.

Se suponía que este proyecto era un regalo para entregar en Pittsburgh, pero allá llegué a seguir dándole. Las madejas se fueron convirtiendo en un tejido largo, elástico y blandito —fuwa fuwa, como dirían en japonés—. A veces pillaba a Victor, el roommate francés, tocándolo cuando yo no estaba trabajando en él, estirándolo y estrujándolo. Pasé varias tardes adelantando lo más que podía, pero de repente me mandaron una traducción larga de urgencia y no pude seguir. Las lanas color grafito volvieron conmigo a Bogotá.

Anoche, después de varios días de bloqueo mental crónico, terminé unos trabajos pendientes y decidí que ya nada tenía por qué interponerse entre la bufanda y yo. Tejí. Mis papás llegaron a hacerme la charla. Les hablé sin levantar la mirada de las agujas. Ayudé a mis papás a subir algo pesado por las escaleras. Volví a tejer. Se fueron a dormir. Seguí tejiendo. Me dolía ya la mano derecha: no me importó. Me hice ruido con la televisión para espantar el sueño (el canal de la NHK es óptimo para eso aunque no logré encontrar el programa donde un chef japonés iba a enseñar a hacer tarta de limón francesa). Finalmente, a la 1am, escondí la última colita de lana en la bufanda.

Da una sensación rara ver el producto terminado ya desmontado de las agujas: esa cosa es útil y esa cosa útil la hice yo de cero. Pasé varias horas distraída y de esa distracción salió algo tangible. Increíble. Ahora tengo un regalo de Navidad listo para entregar y el deseo de averiguar qué más puede salir de estas manos.

Falta la palta

El dueño de la casa donde me estoy quedando, un artista sesentón, frita unos huevos, parte una palta en la mitad y voilà, la cena. Admirable. Un país donde todo sea susceptible de ser arreglado con palta es un país en el que quiero vivir. Y si a eso agregamos la presencia de empanadas, pan con queso crema, ají, queso crema con ají, sopaipilla con ají, paté de ave-pimentón y ese invento divino que es el kuchen, yo estoy bien pero bien a gusto. Y todo eso lo bajamos con una buena dosis de mote con huesillo. Ah, Chile, qué bien me tratas.

2011

Nara – Osaka – Tokio – Bangkok – Saipán – Nagasaki – Kobe – Kioto – Tsukuba – Bogotá – La Dorada – Buenos Aires – Nueva York – Bogotá – Buenos Aires – Valparaíso – Viña del Mar – Santiago – Lima – Bogotá.

En general no fue un año muy feliz que digamos. Ahora me falta un abuelo, y encima se me acabó Japón y no me pude despedir. Pero bueno, también tuvo sus partes rescatables. Me gradué —sin ceremonia pero con hakama—, viajé, viajé, viajé, viajé y viajé, lloré con Madama Butterfly —y su tierra me acogió en el peor momento de mis cinco años de vida nipona—, hice realidad mi sueño adolescente de conocer una isla casi inalcanzable (¡donde los niños tocan ukulele en el colegio!), tuve encuentros bonitos y pasé una temporada más o menos larga conociendo Chapinero con Cavorite. Ahí hay buenos recuerdos para compensar, al menos, aunque la tristeza no halla una manera de desaparecer del todo. Ahora no veo nada en el futuro, entonces qué más da que llegue el año nuevo.

Azuma al otro lado del Pacífico

Esta es otra descripción de una casa, pero para hablar de sus habitantes debemos retroceder en el tiempo. Empecemos por la casa, empero. En una versión sicodélica y sureña de los cerros de Nagasaki hay que subir unas escaleras, abrir una puerta, después otra, subir otras escaleras, abrir otra puerta y luego otra más que da directamente a otras escaleras. Visto de diferente manera: en un pasaje sobre la ladera de la montaña hay una casa. Dentro de la casa hay otra casa, y dentro de esa casa hay una casa más. En esta última, con paredes de colores y escalones desiguales, vive Azuma.

Azuma. Volvamos a 2006, cuando aterricé en Narita y estrellé a alguien con el carrito de las maletas. O de pronto eso es ir demasiado lejos. Podemos detenernos en un loop infinito de espigas de arroz anegadas, inclinadas, doradas, cortadas, quemadas. El cielo sin nubes de azul inexplicable lo tiñe todo de ámbar y verde manzana. Y en los caminos alrededor está Azuma. Su presencia endulza la soledad. Nos reímos de la desolación, in-ten-ta-mos ha-cer al-go por la vi-da.

Volvamos a la casa en la casa en la casa. Cada quién huyó como pudo de Tsukuba cuando llegó la hora. Ahora él está al borde del Pacífico —el borde opuesto de donde lo conocí— y he venido a visitarlo. Estando con Azuma aquí entiendo cómo sobreviví en Tsukuba y por qué se me hizo impensable quedarme allá después del grado. A su lado soy yo yo yo y no importa lo random. Random está muy bien, de hecho. La familiaridad que aún no logra acompañarme en Colombia está aquí: el cielo es del mismo color, el mar es un espléndido reemplazo de los campos de arroz y la aparición de Rini —novia de Azuma— es apenas novedad, si ha estado con él desde siempre. Mi acento híbrido delata mis hermandades.

Suena “Dead Things” de Emilíana Torrini. Azuma y Rini terminan de confeccionar un vestido a toda velocidad y les queda perfecto. Le contamos historias absurdas de Japón a Rini. Todo nos hace reír. Sobrevivimos.