Monthly Archive for May, 2017

Desayuno en Oakland

Ayer me levanté temprano y me fui a Oakland a encontrarme con una amiga que conocí en un curso de interpretación de conferencias hace poco más de un mes. Nos habíamos puesto cita para desayunar en un restaurante que le habían recomendado. A juzgar por el nombre del sitio (incluía la palabra “grill”), lo más probable era que la porción fuera a ser bastante más generosa de lo que suelo poner frente a mí en la mesa. Pero bueno, no le iba a hacer el feo a la invitación.

Pedí unos huevos benedictinos con pasteles de cangrejo y papas. Como era de esperarse, me sirvieron en una pieza de vajilla que sería más correcto denominar como bandeja. Alcancé a comerme un huevo y un pastel cuando de repente me empecé a sentir como si hubiera desayunado, almorzado y cenado al mismo tiempo y el paso de un solo bocado más por mi garganta fuera físicamente imposible. Yo miraba mi plato, desconcertada: estaba casi intacto. Pedí una caja para las sobras y nos fuimos.

Mi amiga y yo dimos una vuelta por el puerto. Nos tomamos fotos con la estatua de Jack London, vimos su cabaña (que en realidad es media cabaña y el resto réplica porque la otra media cabaña está en Canadá, también completada con pedazos de réplica) y nos cruzamos con un tipo con pinta de eterno viajero que decía good morning y otra vez good morning y luego con rabia good morning de nuevo. (Yo había contestado hi, pero al parecer esa no era la respuesta correcta. En fin, huimos.) También nos topamos con un grupo grande de gansos descansando al lado de una banca.

A medida que avanzábamos, mi llenura se fue convirtiendo en dolor y angustia. Necesitaba un baño. Hice todo lo posible por sostener la conversación como si nada, pero las palabras se fueron extinguiendo hasta que quedaron apenas granitos de ideas esparcidos entre risitas cortas.

Llegamos al centro y se hizo el milagro de encontrar la estación del Bart (el tren de cercanías de la bahía de San Francisco) sin mucho esfuerzo. Hora de despedirnos. El brillo de los edificios que se levantaban alrededor me hizo dar muchas ganas de quedarme explorando en vez de irme. Sin embargo, tuve que descartar esa idea en el acto.

El trayecto en tren fue más breve de lo que esperaba. Por contraste, la caminata hasta la casa fue un suplicio en cámara lenta. ¿Por qué las cuadras en Estados Unidos tenían que ser tan largas? ¿Por qué de repente estaba haciendo tanto calor? ¿Por qué tenía que ser tan inoportunamente mañosa la llave del apartamento?

No tuve tiempo de explicarle mayor cosa a Doña Stella, la mamá de Cavorite, cuando el cerrojo finalmente cedió y dejé mis cosas tiradas en el pasillo. Ella, generosa y dulce como siempre, me hizo un caldo.

La caja de sobras sigue en la nevera. No me atrevo a tocarla.

Dream Over, Insert Coin

Estoy empezando a pensar que el mundo donde ocurren mis sueños es un mundo limitado como el de los juegos de video. Últimamente mis sueños llegan a un punto en el cual no puedo avanzar más, no como si me estrellara contra una pared invisible sino que mis acciones se ven de repente severamente restringidas y por ende la historia no puede seguir. Entonces despierto.

En un sueño reciente necesitaba anotar algo —sufro porque no escribí el argumento del sueño al despertar y ahora no recuerdo el contexto de esta acción—, pero la mano me pesaba y apenas me salían garabatos. En otro, estaba aprendiendo a tocar batería pero mi pie era sumamente débil y no le sacaba nada al bombo. En el de anoche necesitaba leer un mensaje en el celular para recibir un paquete, pero mi mano perdía el control de la pantalla y más bien resultaba abriendo por accidente un video tipo Snapchat de una amiga que vive en Alemania anunciando que estaba de visita en Colombia.

Se me ocurre ahora que mis sueños son como la línea a la que tocaba llamar hace años para programar la cita de solicitud de la visa de Estados Unidos. Apenas pasaban quince minutos (ni un segundo más), el operador dejaba de ofrecer información y se limitaba a decir que si uno quería saber algo más tenía que pagar otra vez y volver a llamar. La diferencia es que mis sueños no me dan ninguna opción para retomar; no me queda más sino despertar y olvidarlos.