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Un posible destello de lucidez

Jajajaja, yo dizque “hola a todos, ya volví” y dejé pasar todo un año antes de volver a sentarme frente a esta pantalla. A veces pienso que lo mío es un trastorno de déficit de atención, pero seguramente el problema real son las redes sociales. Pero bueno, ese problema como que ya se nos está acabando forzosamente.

Llevo meses con una idea dándome vueltas en la cabeza: prácticamente todas mis amistades que han pasado de Internet a la vida real se han dado gracias a este blog. Y lo que es más, han perdurado pese a mi inactividad prolongada en el mismo. A Twitter no puedo atribuirle las mismas propiedades ni de lejos. Entonces, ¿qué hago/hacía yo ahí? Antes la respuesta era clarísima: buscaba un sucedáneo de compañía, algo así como poner la radio para enmascarar el silencio cotidiano y, de paso, tener ciertos chispazos de interacción. A eso habría que sumarle, obviamente, la simple compulsión de la adicción a la dopamina: qué hay de nuevo, qué hay de nuevo, qué hay de nuevo.

Sin embargo, el tono de las voces en ese ruido de fondo ha cambiado; ahora es mucho más agresivo y menos introspectivo. El tema del día es la pelea del día. Intenté silenciar la algarabía y limitar mi exposición a las reyertas por mucho tiempo, pero el problema se desbordó y mi muro pobremente construido empezó a exhibir fisuras. Estaba más o menos acostumbrada a la indignación por hechos externos, las noticias sobre las que necesariamente había que emitir una opinión, pero de repente noté que todo se había condensado aún más en una sola madeja muy compacta fuera de la cual ningún conflicto tenía importancia alguna. Sin embargo, ese no es el punto. El punto es lo alejada que me descubrí de todo eso. Vi a gran parte de mis conocidos hablar del mismo hecho al mismo tiempo, tomar partido en la misma pelea, y entonces vi con absoluta claridad que nada de eso tenía que ver conmigo de ninguna manera. ¿Qué estoy esperando acaso, que algún día vuelvan a hablar de su vida como antaño y yo les responda e intercambiemos anécdotas y afiancemos nuestros lazos de amistad? Eso ya no va a ocurrir en ese mundo.

Voy a detenerme aquí un momento para dar una explicación no pedida: esta reflexión no es producto de ninguna epifanía. No he alcanzado la iluminación, no he evolucionado. Lo que parece ser un instante de repentina claridad no es sino un atisbo de cielo azul en el ojo del huracán de la implosión de las redes sociales que me gustaban. Instagram, por nombrar una más, es un bazar lleno de videos forzados que yo no quiero ver y se nota que sus creadores tampoco los quieren hacer. Y de resto qué, ¿me voy a pasar a TikTok? ¿Tan desesperada estoy por buscar en qué despilfarrar el tiempo? Yo no debería estar dándole relevancia a nada de esto, pero se trata del vicio que me sacó de este espacio amado por años, y del que aún no me declaro curada.

Hace un par de semanas nos reunimos con una amiga de The Open List, y en medio de nuestra conversación ella dio una descripción tan bonita y elocuente de lo que fue para nosotros esa juventud de escribir y encontrarnos cual estrellas solitarias que emiten pulsaciones hacia la nada y de pronto se descubren parte de una galaxia, de leernos intensamente unos a otros con curiosidad y cariño, que mi inquietud de hace meses se avivó. Qué rayos hago lejos de mi blog.

Entonces heme aquí, gastando el tiempo en lo que no debo de todos modos, como toda la vida, haciendo esto en vez de cumplir mis obligaciones. Si voy a hablar sola, que sea en mi espacio y no en un pozo negro.

Pero por qué ahora si lo peor ya pasó

Alguien a quien aprecio va a cerrar su blog, y se siente un poco como la muerte de todos los blogs. Era un blog importante, su dueño era importante para los que lo leíamos. Su desaparición es como si un mundo de narradores de vidas se hubiera estado resquebrajando poco a poco, y el problema —o el cambio de época, más bien— se hubiera podido ignorar hasta que, de repente, se viniera abajo una tajada entera de una montaña. Ahora sí nos enfrentamos al vacío. Si no queda él, entonces quién queda. Entonces yo vengo aquí a escribir porque me resisto a que mi pedazo de roca ruede hacia el abismo también.

Mi blog, como ven, todavía existe; diría que de milagro, pero eso es una exageración. No toma tanto esfuerzo mantener uno, lo cual empeora la culpa por dejarlo abandonado. Pero bueno. Me pregunto si alguien todavía lee esto. En realidad no importa. Cuando empecé a escribir, hace ya millones de años, lo hacía sin público alguno. Luego apareció TOL, nuestra red social cuando no existían las redes sociales. De ahí salieron amigos, conocidos, amores. Quedan aún pedazos (¿las ruinas?) de esos vínculos.

He tenido varias razones para no escribir aquí, todas tontas: saber que no escribo bien, saber que mi vida no es interesante y no tengo nada que contar, saber que no me interesa mucho dar a conocer mi opinión sobre temas de actualidad, temerle a la posibilidad de que alguien tome lo que aquí cuento para diseminar una imagen distorsionada de mí y la gente que quiero (esto ya ocurrió; el temor fue más bien retroactivo).

Ante el anuncio del cierre del blog del que hablo, alguien le contestó a su autor: “Pero por qué ahora si lo peor ya pasó”. Me quedé pensando en eso. Ya no hay concursos de popularidad (explícitos o implícitos). Ya me he aislado lo suficiente de todo el mundo en esta ciudad como para que a alguien le importe mi vida. Ya no existe la posibilidad de saltar del blog al estrellato literario, así que ya no hay por qué sentirse mal si eso no ocurre.

Por alguna razón que aún desconozco hay que seguir narrando la vida, así esta no sea ni remotamente fascinante. Hay un remedo de rutina. Hay una ciudad en la que ocurren las cosas. Hay viajes. Hay recuerdos que vale la pena no dejar escapar, aunque a veces tengo problemas por tratar de encerrarlo todo en mi cabeza.

Este es un post que no quiere decir nada, salvo que pasa el tiempo, todo cambia, uno se vuelve grande y aburrido, pero hay que seguir escribiendo.

El fin de la narrativa personal en Internet

Con todo el revuelo de los últimos días por la inminente desaparición de Google Reader, me puse a probar servicios alternativos para dar el salto y poder seguir leyendo mis blogs favoritos sin tener que buscarlos uno por uno. Mi intención era usar Feedly y The Old Reader durante un tiempo y hacer una comparación —por lo pronto ambos me desesperan por diferentes motivos, pero tengamos en cuenta que Google Reader tampoco fue un buen cambio cuando Bloglines amenazó con marcharse—. Sin embargo, en el proceso de importar mis feeds me percaté de algo.

La mayoría de blogs que sigo están muertos.

Bueno, eso no es. O sea, yo ya sabía eso. Con el pasar de los años los vi partir uno por uno y me negué a borrarlos, como por dejar un pasado ahí quieto por si se necesita más adelante. Esa romántica desidia resultó útil, pues me ayudó a constatar que todos los desaparecidos eran autobiografías por entregas. Ahora los que quedan son puros blogs de opinión o cómics. Son páginas que tienen un propósito específico.

Es chistoso porque en 2009 un grupo de old-school bloggers armó un panel en Campus Party para defender el derecho de los blogs a no decir nada. En una época donde los nuevos escritores de Internet se estaban atribuyendo enormes poderes sobre el destino del mundo —como los tuiteros ahora, probablemente—, estos ancianos de la red salieron a reclamar el derecho a no tener ninguna responsabilidad. Me declaro culpable de haber estado allí, aunque no recuerdo haber dicho absolutamente nada además de mi nombre (apenas los demás panelistas sacaron a relucir sus credenciales supe que yo no tenía nada que hacer ahí, o que al menos una estudiante ociosa como yo no era ninguna autoridad para hablar de Internet). Íbamos allá dizque a burlarnos de “cómo monetizar su blog”, pero no solo el panel fue un estrepitoso fiasco (supongo que menos mal no abrí la boca), sino que ahora pagarle a alguien por escribir un blog sobre algo es práctica común.

Lo curioso del asunto es que, para 2013, casi todos aquellos defensores del blog sin rumbo habían abandonado los suyos o los habían convertido en columnas de opinión o herramientas profesionales. Esto significa que en tan solo cuatro años la narrativa personal desapareció casi que por completo de Internet para darle paso al reinado de la opinión. Me gustaría decir que la culpa la tiene Twitter, y sí, en gran parte por su facilidad para convertirse en medio de desahogo inmediato. No obstante, aún en la volatilidad del microblogging tienen más peso las opiniones que la narración, aún (o especialmente) si vienen en forma de aforismo. Quisiera saber qué suscitó este cambio.

Cavorite me sugiere que de pronto lo que ocurre es que la gente ya ha crecido, pero yo me rehúso a creer que madurar sea sinónimo de dejar de narrarse. Sería refrescante volver a leer algo tan único como una vida en lugar del continuo repiquetear del tema del día.

Notas (veintisiete de agosto)

  1. ¿Cómo escribir sobre la propia vida y no sonar como protagonista de Girls o la presentadora de La brújula mágica, o ambas al tiempo?
  2. Cuando tenía catorce años empecé a escribir un cuento sobre una comunidad de adolescentes que creían estar teniendo una flamante vida social pero en realidad vivían en el desierto, cada uno aislado frente a un computador. Catorce años después me desconecté de Twitter y me di cuenta de que en realidad trato con mucha menos gente de la que creía.
  3. El jueves pasado me intoxiqué con un sushi en un famoso restaurante “asiático” bogotano. No es la primera vez que pasa.
  4. Hoy es el cumpleaños de mi papá. Ayer mi mamá y yo preparamos una serie de manjares para su celebración (pollo envuelto en tocineta al horno, papas a las hierbas más o menos según lo que apareció en el programa de Jamie Oliver justamente mientras discutíamos qué hacer con las papas, postre de limón). No estoy esperando que el fantasma de Julia Child se me aparezca para felicitarme, pero para alguien tan poco adepto a la cocina como yo, esta es una gran noticia.
  5. En el reparto de la película de la vida existe alguien a quien uno quisiera impresionar sin saber por qué, una persona frente a la cual uno se siente el ser más simple del mundo en medio de un tumulto de personajes fascinantes y eruditos con las solapas cubiertas de medallas. Suspiro.

Necesito leer menos blogs

He aquí algunas razones:

  • Mi tiempo debería gastarse en algo más productivo, así este exceso no sea más que una manifestación de la ansiedad que me producen los exámenes finales.
    • Estudiar sería una buenísima idea.
  • No quiero volver a tener la desdicha de toparme con un relato en el que se incluyan las rosquitas de queso como estimulantes sexuales.
    • Ni ser testigo de cómo esa mezcla de tarjeta de felicitación para quinceañera y segmento del Castillo Drácula goza de especial acogida en la blogósfera latinoamericana.
  • Quisiera tener menos pruebas de la desesperada necesidad de autopromoción del blogger omnipresente.
    • Y de lo fácil que cae la gente creyendo que lo que está en todas partes es buenísimo.
  • No quiero volver a considerar la posibilidad de meterme a competir en rankings o comentar más en otros blogs a ver si éste sale del anonimato.
    • Y mucho menos considerar estrategias en cuanto a temática o estilo para atraer lectores.
  • Sería mejor si en vez de leer escribiera, o si en vez de leer blogs leyera libros, a ver si por fin vuelvo a mi vieja afición creativa.
    • Quejarme de lo mala que es mi ficción y no hacer nada al respecto es bastante reprochable.
  • Preguntarme si algo bueno ha resultado de este blog es simplemente estúpido.

He dicho.

[ I Can’t Make Me — Butterfly Boucher ]