Archive for the 'alemán' Category

Ultimate Showdown

Tengo que pensar en cosas que hacer cuando regrese a Colombia.

No sé si después de haber dicho esto deba explicar que voy a regresar a Colombia. Sí, for good. Sí, tanto tiempo ha pasado, querido lector, y todo se acaba. Por suerte este blog no —fear not—, pero las becas sí. Cuando el sensei hace las rondas de la mañana y ve que uno ya domina bien las artes de dejar las frases sin terminar, responder toda pregunta con “¡hn!” y dar venias como si la vida fuera el eterno final de un show de variedades, hay un close-up a su cara de satisfacción mientras emite un gruñido y asiente lentamente. Entonces es hora de recibir un pedazo de papel primorosamente adornado y desfilar en carro de bomberos bajo una lluvia de papelitos de colores.

Claro que en este momento la Universidad de Tsukuba tiene otra opinión y pretende enviarme de regreso a casa a patadas y sin diploma. Yo sigo intentando convencerlos de que, habiendo aprendido los rudimentos del japonés, el alemán, el ukulele, la bisutería y la humillación, ya he cumplido mi misión en este lado del mundo, pero parece que aún me falta un par de sesiones de flagelación y vueltas al pueblo en cepo. Parece un asunto excepcional, pero es tan solo otro emocionante capítulo de un año cargado de acción burocrática, no acabando de emerger del episodio aquel en el que intentaban sacarme de mi apartamento por no contestar el teléfono cuando me llamaban a pedirme que pagara meses de arriendo que ya había pagado. Cabe anotar que los que llamaban no eran los dueños del inmueble sino los dulces y carismáticos encargados del centro de estudiantes internacionales, siempre tan dispuestos a ayudar al extranjero en apuros. Ahora mis verdugos son las directivas de la facultad, empeñados en hacerme ver que en casi cuatro años no he atinado a hacer absolutamente nada bien. Extranjera estúpida, siempre haciendo de las suyas. ¿Es que no conoce las reglas? Pues no, no señor, a mí nadie me explicó nada. La persona encargada de ello pasaba cada mes a pedir mi firma para que le pagaran y ya.

En fin. Hoy empieza otro round de la pelea, siempre un paso más cerca del ultimate showdown, y yo ya voy preparando las vendas y el alcohol. De cualquier manera, ya casi se acaba el final de este periplo. Estuvo todo muy bueno y muy malo al mismo tiempo, muchas gracias, pero ya quiero que llegue el día de coger mi atado de ropa y subirme de polizonte a un tren de carga para llegar con la cara sucia y sudorosa a aquel ranchito perdido en medio de las colinas que tanto recuerdo. Espero que quien me reciba al otro lado no se asuste al encontrarme toda cubierta de cicatrices. Son historias; ya nos sentaremos al amor del fuego a contarlas todas.

[ Ping Island Lightning Strike Rescue — Mark Mothersbaugh ]

Cosas que pasan cuando uno estudia alemán en Japón

Yo: Hi. [ Hola. ]
Compañera: Where are you going? [ ¿Adónde vas? ]
Yo: There. [ Allí. ]
Compañera: The bakery? [ ¿La panadería? ]
Yo: Yeah. [ Sí. ]
Compañera: 行ってきた。 [ Vengo de allá. (Lit: fui y volví.) ]
Yo: パン買った? [ ¿Compraste pan? ]
Compañera: うん。 [ Ajá. ]
Yo: おなかすいた? [ ¿Tienes hambre? ]
Compañera: いや。 Ich habe アルバイト nach der Schule. Deshalb, bevor ich gehe muss ich… [ Nah. Tengo trabajo después de clase, así que antes de ir debo… ]
Yo: Musst du essen? [ ¿Debes comer? ]
Compañera: Ja. [ Sí. ]
Yo: Gut. じゃ、tchüss! [ Bien. Bueno, ¡chao! ]
Compañera: Tchüss! [ ¡Chao! ]

[ It Must Have Been Love — Roxette ]

Decanatura


El otro día fui a la oficina de decanatura de mi facultad a preguntar si podía hacer un reemplazo de una materia obligatoria. Era un asunto más de curiosidad que de necesidad, así que esperaba salir rápido de la diligencia como quien pregunta un precio y se va de la tienda. La secretaria desapareció con mi pregunta tras un panel divisor del que emergió después para invitarme a pasar. En el espacio escondido había dos sofás de cuero y una mesita con dos pocillos de café y un platico repleto de cacahuetes. En cada sofá había un profesor. Uno de ellos, calvo y con cara de haber pasado tiempo fuera de Japón, era el decano.

El decano repitió la pregunta que le había dicho la secretaria para cerciorarse de estar entendiendo. Yo quería tomar una clase de esta lista que en el libro de las materias sale al lado de la lista de clases de japonés que yo tenía que inscribir en reemplazo de las clases obligatorias de inglés. ¿Correcto? Así es. Se levantó, consultó el manual de inscripción de materias y constató que nada había escrito en él al respecto. Entonces llamó a otra dependencia a transmitir mi duda. El otro profesor decidió entonces amenizar mi espera con un interrogatorio en inglés. ¿Estaba preguntando esto porque había perdido una materia? No, yo no he perdido inglés, yo nunca tomé inglés porque me informaron mal sobre los reemplazos de las materias y tomé lo que no era. Ah. Al cabo de un rato apareció una secretaria diferente a la que me había atendido y anunció que tendría que remitirle la pregunta a otro superior. Acto seguido se esfumó. Lo que pasa, me dijeron los profesores entonces, es que ella es nueva y no sabe qué hacer en estos casos. Risas. Caras de qué hacer qué hacer. En algún punto al segundo profesor se le salió una palabra en alemán.
Deutsch? —anoté yo, sonriente, sin imaginar la señal que estaba dando con el comentario. El profesor suspiró aliviado al no tener que usar más inglés y empezó a volver a explicarme que la pregunta que yo había hecho no la había hecho nunca nadie y en el manual de inscripción de materias no había nada escrito al respecto así que lo mejor era que yo tomara japonés normalmente como para estar seguros y no meterme en problemas luego. En alemán. Asumo que dijo todo eso por los gestos y porque, mal que bien, algo entendí.

La secretaria volvió a aparecer y dijo que como este caso era nuevo y nada había escrito al respecto en el manual de inscripción de materias, el superior había dicho que este caso habría que llevarlo a otro superior.
—Habrá que discutirlo en un consejo general de la universidad— me explicó el decano—. Tomará tiempo.
—¿Días?
El tono de mi voz era enteramente jocoso.
—Meses— respondió él con toda seriedad—.

Ya me iba a ir cuando el profesor de alemán me detuvo. Woher kommst du? Que de dónde era, que dónde aprendí alemán, que si lo había estudiado en mi país. No, yo empecé aquí. Ooooh. Se adivinaba algo de satisfacción en su cara. Supongo que le enorgullecía saber que alguien hubiera logrado aprender un idioma extranjero en esta universidad.

Cogí mi maleta, repartí un par de venias, shitsureishimasu, y me fui.

[ Birds — Emilíana Torrini ]

GCEA

Aprender a tocar un instrumento nuevo es como aprender un nuevo idioma. Ayuda haber aprendido un [instrumento/idioma] parecido antes, pero uno inevitablemente incorpora [acordes/vocabulario] del [instrumento/idioma] equivocado de vez en cuando. Al menos eso me pasa a mí: me confundo al hablar, me confundo al tocar. G en ukulele se toca igual que D en guitarra. Ima (“ahora” en japonés) suena como immer (“siempre” en alemán).

Mis manos pequeñitas parecen haberse adaptado rapidísimo al ukulele, y ahora la guitarra se me antoja gigantesca. Me pregunto cómo sería si en este momento retomara el bajo. Se sentiría kilométrico, seguramente. Recuerdos de colegio, de los pocos buenos que hay. Prácticas eternas en las tardes. Callos. Tengo tres nuevos en los dedos de la mano izquierda. Cuando estoy lejos de casa me los palpo, compruebo su insensibilidad con las uñas y noto cómo esta nueva adicción invoca pedazos de mí que creía perdidos. Tengo catorce años y felicidad infinita en el aislamiento.

[ How Can I Tell You — Cat Stevens ]

Au secours!

Hoy presenté un examen de francés para el que no estudié ni un ápice. Se me había olvidado por completo que lo tenía, inclusive planeaba no ir a la clase para seguir luchando con un cuento que debo terminar para la revista del Departamento de Lenguas Extranjeras de la universidad y que ya va tarde. El cuento tiene principio y fin, pero aún no logro conectarlos bien. Escribir cuentos me duele mucho. Pero ese no es el punto: el punto es que Rena Numoto me mandó un mensaje a las 12:10 preguntándome si tenía idea de que había un examen a las 12:15. Y yo en pijama. Y afuera lloviendo. Lo más triste es que aún si hubiera decidido ir a clase no habría estudiado sino traducido el capítulo siguiente del libro con la orgullosa sensación de estar haciendo las cosas bien tan solo para enterarme de lo que ahora sabía mientras las gafas se me llenaban de gotitas y un pedazo del cuento se hacía claro justo al bajar una cuesta leve y dar una curva a toda velocidad en el suelo resbaloso.

Mientras llenaba un papel a la guachapanda con garabatos que parecían números y palabras adivinadas maldije mi vida y mi pereza y lo que sea que me ha mantenido alejada del francés durante todo este tiempo. A ver, Olavia, usted dejó de estudiar alemán para concentrarse en el francés. No, no es cierto. Yo dejé de estudiar alemán porque no tenía caso traducir eternamente del alemán al japonés. Lo peor es que los exámenes de alemán eran más fáciles. No, no eran más fáciles: eran más prácticos. Tiene más sentido tener el diccionario a la mano y traducir de la mejor manera posible un párrafo del alemán al japonés que aprenderse de memoria lo que dice el libro de francés y con esa información llenar casillas. De todas maneras nadie aprende nada.

Pero yo para qué busco culpables si aquí la única que no está progresando soy yo. Yo, la que a los 15 años debería aprender un nuevo idioma según la profesora de inglés porque estaba en la edad perfecta para asimilar bien las lenguas extranjeras y tenía especial habilidad para ello. Yo, la que llegó directo a Francés 4 en Los Andes después de apenas haber estudiado por su cuenta con el viejo libro de su madre y salió con la mejor nota de la clase y dándole venias al profesor porque el japonés—que luego se le olvidó en Japón—estaba permeando su vida. Yo, la que no siguió a Francés 5 porque “ya con lo que tenía seguro podría seguir por mi cuenta y mejor me concentro en el japonés”. Qué idiota.

No quise mirar la hoja de respuestas que me entregaron al terminar. El ojo apenas alcanzó a fijarse en una palabra antes de doblarla como quien cierra una puerta pesada: secouru. Volví a mi casa pedaleando sumergida en gris líquido, con la idea del cuento borrándose sobre la misma cuesta en la que había aparecido y la convicción de que lo único que hay por socorrer en este momento es mi cerebro, que quién sabe en qué momento perdió toda noción de prioridad.

[ Tattva — Kula Shaker ]

Das orange Foulard und die blaue Luft

1.
El problema de escribir es que si no lo hago al instante, la idea se va. No he tenido sino ideas e ideas e ideas, pero cuando las pospongo (o sea, siempre) se hacen trizas como alas viejas de mariposa y resulto mirando al vacío dulcemente, cual vaca rumiando aire. Por eso nadie daría dos pesos por la publicación de mi inexistente obra. Porque es inexistente y yo no he hecho nada por materializarla.

2.
Ayer amanecí con el pelo liso. Para mi feliz sorpresa, me bañé y seguía liso. Ahora me parezco un poco más a como era yo antes de venir a Japón, sólo que después de Hiroshima he perdido el apetito inexplicablemente y he adelgazado. Esto me ha traído ciertos inconvenientes, como que la ropa se me escurre y mi busto ya no existe. Cuando vuelva la humedad al ambiente volverán las ondas que últimamente han decorado mi cabeza y han hecho que no me reconozca cuando me veo al espejo.

3.
Fui a cenar con el señor Sakaguchi a un restaurante mexicano. Me contó cómo es el museo que no quise visitar en Hiroshima. Hablamos en alemán un rato. A él le fluye, a mí no. Le enseñé un poco de español. Deseó que pudiéramos conversar fluidamente en algún idioma que no fuera inglés ni japonés para que nadie nos entendiera. Me compró un helado de yuzu. Lo abracé. Me apretó con fuerza durante el más breve de los instantes.

4.
Anoche soñé con vestidos de colores vivos, hermosos pero carísimos. Me los medía y me quedaban a la maravilla, pero no podía comprarlos todos. Recuerdo particularmente una bufanda anaranjada drapeada especialmente costosa. El instante en que abrí los ojos vi a través de la ventana el cielo más azul que mañana alguna pudiera ofrecer. Fue un contraste de colores refrescante para complementar un sueño absolutamente reparador.

Hace frío, mi pelo es liso, mi pecho plano y no puedo escribir. También le tengo miedo a la tinta china.

[ Down in Mexico — The Coasters ]

挨拶/逃亡

Anoche fui a ver Good Bye Lenin! con los miembros del club de alemán (de cuya existencia no tenía idea hasta ahora) y algunos estudiantes de diversos niveles del idioma. Machiko, una compañera de clases, se alegró de encontrar una cara familiar entre el grupillo de desconocidos y me invitó a sentarme a su lado. Justo entonces ingresó al salón el omnipresente de mi vecino, el señor Sakaguchi. No sé por qué no cruzamos palabra pese a que se sentó cerca de mí.

La película terminó y hubo una sesión de preguntas para Herr Rude (mi antiguo profesor y encargado de estas noches de película). Machiko me susurró que tenía que irse de inmediato pero se contuvo en el asiento un rato más. Tras oír un intercambio de palabras sobre el muro de Berlín a lo largo del cual asentí y dije «ooooh» varias veces así me parecieran aburridísimas las observaciones, vi que Sakaguchi se acercó a hablar con un corrillo de representantes del club. Entonces me escabullí del salón sin siquiera ocurrírseme que podría esperar un poco y despedirme. Por el contrario, en mi cabeza apareció toda suerte de obstáculos para emitir un simple «adiós, nos vemos»—«De seguro está ocupadísimo hablando con esta gente, mejor no lo interrumpo»… «No voy a dar pie a malinterpretaciones dejando en evidencia que la extranjera lo está esperando»…

En Colombia es apenas natural saludar a cualquiera que se cruce por su camino y resulte familiar. La lógica del saludo se puede reducir a lo que decía mi tío mientras manejaba la camioneta de mi abuelo por las veredas de Puerto Boyacá: «a nadie se le niega una pitadita». Si usted lo conoce, lo saluda. Si no lo conoce y está en el campo, en un hotel o escalando una montaña, también lo saluda. A veces en un ascensor también. Si se lo encuentra en una reunión y le tiene cierto grado de aprecio, lo busca para despedirse o le deja saludos. Si usted está a punto de abandonar una reunión casera, tiene que pasearse por toda la sala despidiéndose uno a uno de cada familiar, amigo, amigo de amigo y familiar de familiar que quede. Si usted no saluda, no se despide o hace cualquiera de los dos demostrando un nivel de afecto inferior al que se cree tener, algo anda mal. En conclusión: en caso de duda, salude. ¡Recuerde las palabras de mi tío!

En Japón, sin embargo, el saludo depende de una serie de factores que aún no llego a entender. La frase japonesa equivalente a «buenos días» es válida a cualquier hora siempre y cuando se use la primera vez en el día que uno se encuentra al interlocutor. Asumo también que este interlocutor debe ser conocido, pues nunca he oído un «ohayou» del señor de la entrega de paquetes a no ser que realmente sean horas de la mañana, pero en este caso el saludo matutino es dicho en su modo formal («ohayou gozaimasu»). La venia puede sustituir el saludo (pero el saludo sin venia no va). Si uno ha saludado a alguien y se lo vuelve a encontrar, no puede saludarlo de nuevo. A veces hay una sonrisa fugaz o un gesto de sorpresa; a veces uno se hace el loco y sigue derecho. La despedida es aún más compleja: Según una profesora que tuve en Tokio, para no pasar momentos de incertidumbre al tener que despedirse dos veces, uno puede tomar un camino diferente al habitual y así evitar reencontrarse al ya despedido. Irse sin despedirse, tal como hice yo anoche, es una opción perfectamente válida bajo quién sabe qué circunstancias. En caso de duda, ¡huya!

Para los extranjeros que constantemente buscamos conocer nuestro lugar (o falta de él) en la sociedad japonesa, la adaptación comprende un proceso de desarraigo que en últimas nos deja en medio del agua y sin tabla de salvación. Damos brazadas creyendo saber adónde vamos pero ya no vemos ninguna playa en el horizonte. Desde las orillas nos observan muchos, pero nadie nos reconoce. Así pues, seguimos a tientas y bajo el sol, tragando agua salada convencidos de que algún día la punta del pie tocará la suave arena y podremos descansar. Ese día, empero, está muy lejos.

En el oscuro y silencioso camino a casa pude oír un debate en mi cabeza. Debí haberme despedido. Estuvo bien no haberme despedido. Es de mala educación ignorar así a la gente que uno conoce. Mala educación habría sido andar ahí de metiche buscando un adiós innecesario. La cabeza se me hace un caldo de tantas ideas contradictorias que voy acumulando en este lugar. Me gustaría que algo, algo fuera simple y claro en mi vida. Un mensaje directo. Un sentimiento recíproco. Un saludo—¡¿qué tan complicado puede ser un saludo!?

Pero todo es ambiguo acá adentro. En caso de duda, avanzo/huyo.

[ — ウルフルズ ]