Monthly Archive for August, 2010

Luces de Purkinje

Henos aquí, enfrentados a la realidad. No se puede tener los ojos cerrados demasiado tiempo. Al menos no cuando ya se ha despertado y uno es consciente de que hay un telón anaranjado con manchas voladoras obstaculizando lo que sea que haya enfrente. El error, aunque inevitable, consiste en abrir los ojos. Las luces se evaporan. A veces quedan algunos destellos morados salpicando el paisaje, pero estos no duran más de diez segundos. Y entonces hela ahí, la frustración de saber que el sueño no fue más que un sueño y que faltan catorce horas para acostarse de nuevo, que si se sigue dando vueltas tercamente en la cama se enfrían los pies y las cobijas se tornan insoportables, que volver a dormir no lo devuelve a uno al capítulo en el que quedó la madrugada anterior como sí pasa cuando uno vuelve a despertar. Despertar para que a uno se le escape un suspiro de impotencia al abrir la ventana y encontrarse un parqueadero que da contra un bosque que da contra un edificio que da contra el cielo que tal vez dé contra el océano que da contra una playa que da contra una calle que da contra una fachada que tropieza con un borde y ese borde es un alféizar y sobre ese alféizar reposan los dedos conocidos de alguien que tampoco puede verlo a uno con tanto obstáculo por delante.

Obviamente, la frustración desaparecería si al disiparse las luces de Purkinje apareciera ante uno una espalda o una cara—esa espalda y esa cara. Pero entonces surgirían nuevas frustraciones. Qué cosa para roncar tan duro y por qué demonios no se acordó de pagar el recibo del gas a tiempo, por ejemplo.

[ Don’t Bring Me Down — Sia ]

Delirio

Anoche soñé que atravesaba un arrozal inmenso en bus. La carretera partía el infinito en dos; alrededor el cielo desdibujaba el horizonte, fundiendo el verde en un azul blancuzco enceguecedor. Quién sabe dónde estaría sembrada la última hilera de arroz, dónde romperían las olas al otro lado de aquel mar. El bus seguía y seguía bajo esa luz extraña que encendía las espigas como antorchas.

Creo que me equivoco al hablar en pasado: aún estoy soñando con aquel campo, encerrada en la inmensidad. A veces creo que despierto. La última vez que abrí los ojos era de noche. A mi alrededor había torres repletas de luces alzándose hasta converger en una especie de cúpula ilusoria. Perdida entre el negro y el neón seguí a alguien que de repente había extendido su mano tras su espalda, hacia mí. Caminamos como si la ciudad no se fuera a acabar nunca, como si su infinitud fuera una excusa para seguir juntos. Sabía que cuando desenredara nuestros dedos se abriría un abismo entre nosotros y se llenaría de agua salada. No me sueltes, no me dejes ir a dormir. No dejes que el sol nos toque los párpados a destiempo. Está bien. Me resignaré a ser paciente y esperar el final de este delirio. Igual yo sé que a tu siguiente día no pertenezco.

[ Lullaby (Goodnight, My Angel) — Billy Joel ]

Rapture

En realidad el de las abducciones es un problema menor. Al fin y al cabo, a la gente le da vergüenza confesar que la violaron con un montón de agujas del espacio exterior y prefiere callar el trauma hasta que algún reportero desocupado decide sacar a la luz su oscuro secreto —¡Usted puede ser el siguiente!—. El verdadero conflicto surge con los llamados Mensajeros de los Hermanos Mayores, esos que convocan a todo un pueblucho a reunirse en una granja y los invitan a inmolarse todos juntos porque solo así Nuestros Hermanos Mayores los rescatarán y salvarán de un final horrible en este planeta de porquería —como si no fuera horroroso prenderle fuego a un granero lleno de mujeres y niños o hacer una fiesta de Coca-Cola con insecticida—.

Los sobrevivientes de las abducciones, los callados, argüirán que ellos (porque los observan con cierta confusa distancia, contrario a los fanáticos) no nos necesitan muertos y que ni el alma ni la conciencia están en su programa de investigación. Es un estudio estrictamente biológico. Sin embargo, ellos no están del todo desentendidos de nuestra manía de malinterpretarlo todo y desaprueban los asesinatos en masa en nombre de la redención extraterrestre. Uno de los abducidos asegura que una vez volvió de su viaje cósmico a tiempo para detener a unos pobres desgraciados en tenis blancos que se disponían a servir compota de manzana con fenobarbital en platos desechables. “¡Así no es!” gritó arrancándole la cuchara a un viejo desdentado.

Ellos me dejaron justo en ese lugar para que les enseñara a esos ignorantes que no es necesario morir, que nunca habrá nada mejor que esto para nosotros. Nos toman prestados, no más. Es por el bien de la galaxia. Eso dicen”.

El señor Wicks se ríe cuando pasan en televisión refritos de películas donde salen mujeres locas con pancartas que dicen Take me!

“Es obvio que entienden lo que decimos cuando pedimos que nos lleven, pero es como si una rata de laboratorio hiciera lo mismo con los investigadores en la tienda de animales. Seguro los científicos reirían y harían algún comentario sobre lo poco que sabe la rata acerca de su destino en caso de ser elegida. Nunca se llevarían a la rata con el letrero. Yo, por ejemplo, nunca pedí nada. Yo era la estúpida rata que se limitaba a correr como loca en la ruedita, esa que parecía más normal, más apta para ser descabezada. A veces pierdo la visión del ojo izquierdo y las sondas me dejan marcas moradas por toda la piel, pero aún puedo trabajar, mi esposa me consuela cuando aparezco llorando en las madrugadas y ellos me aseguran que viviré muchos años. Ninguna rata podría decir lo mismo”.

[ Smoke on the Water — Señor Coconut ]

Golem

No sé si ha pensado en esto alguna vez, pero todo el tiempo hay cosas muertas cayendo de nuestro cuerpo. No me refiero a brazos enteros a lo bailarín de Thriller, sino a partes diminutas. Pelo, piel, los bichitos que viven en nuestras pestañas. Teniendo en cuenta estas minúsculas instancias de la muerte a nuestro alrededor, no es del todo descabellado pensar en la posibilidad de una invasión zombi a pequeña escala. Pero qué sé yo de zombis, ¿verdad?

Los zombis no van a salir de los cementerios cuando vengan por nosotros. No vale de nada que sigan quemando las fosas comunes. Esos muertos ya no vuelven. No sé si me entienda cuando le digo que no tendrá oportunidad de vengarse con un hacha de la novia de su ex novio chorreando sanguaza por la calle. Míreme a los ojos, ¿me va a decir que no me cree? Tal vez lo haga cuando la puerta de su casa se atasque y a usted se le dé por tomar un baño mientras baja el sol —qué iluso es uno pensando que es un simple caso de expansión por calor—. Usted abre el grifo y espera un rato. ¿Qué es eso? ¿Una peinilla? ¡Qué demonios cree que hace? ¿Acaso cree que tengo tiempo de lidiar con sus muertos? Escúcheme. No desatienda el sifón. No quiero volver a ver el agua saliendo a borbotones por el piso. Inocente porquería verde-gris, dirá usted. Ja.

Yo sigo limpiando frenéticamente los rincones de la casa para detener un segundo ataque, pero es apenas un paliativo para lo inevitable. Volverán por mí. Ya están volviendo. No puedo permitir que se me sigan resecando las piernas.

[ Don’t Worry Baby — Beach Boys ]