Monthly Archive for June, 2012

Perogrullada

Enamorarse es muy fácil; lo verdaderamente difícil es hacer algo al respecto.

Feynman

El mundo de los que tratan de entender me es más bien ajeno. Si bien soy una persona curiosa, los descubrimientos solo me sirven para deformarlos en mi cabeza. Supongo que eso se veía venir desde que decidí que no tenía caso volverme astrónoma si podía escribir para inventarme el universo.

Me traje de Pittsburgh toda una torre de libros, entre ellos Feynman, de Jim Ottaviani y Leland Myrick. Esta biografía en forma de cómic es una muy bonita introducción a un personaje que lo quiere entender todo y explicárselo a los demás. (Cuando hablo de todo, es TODO. ¿El arte? ¿Los candados? ¿Los platos que giran? ¿El universo? Sí, ese tipo de todo.) La historia incluye algunas de sus explicaciones, las cuales —he de admitir —me costaron trabajo y me tocó repasar y repasar. Me gustó el proceso de ir conociendo a este señor, sus locuras, su arrogancia, y de repente tener que enfrentarme directamente a las cosas que salían de su cerebro. Un cerebro en el que no se refleja ni un ápice del mío pero en el que sí reconozco a algunas personas que han pasado por mi vida.

Supongo que parte de mi agrado viene del hecho de que este encuentro fue una especie de “at last we meet, Mr. Feynman”, dado que pasé alrededor de tres años yendo y viniendo con uno de sus más fervientes fans. Hasta el amor me lo había planteado en términos feynmanianos. La lectura fue entonces, además de todo, un “ajá, con que esto era”.

Ahora me da risa haber mencionado reflejos en esto que acabo de escribir. Tal vez en últimas sí entendí un poquito.

Buzo

El buzo de las lagunas de los campos de golf sueña con burbujas. Cuando su hija hace pompas de jabón, el buzo teme que le golpeen la cabeza y se pregunta por qué no gritó “fore!” antes de soltar la tormenta.

Un lustro en Twitter

Un bot me anunció que estoy cumpliendo cinco años en Twitter. Qué pérdida de tiempo, dirán unos, pero yo no lo creo así. Claro, Twitter trae consigo una cantidad tremenda de falsa indignación, chismorrería sobre gente que uno nunca ha visto y supuestos enemigos que en la vida real no suponen ninguna amenaza. Aún así, me ha servido para establecer comunicación con gente simpática. Para la muestra un botón: si no hubiera recibido un mensaje en Twitter de parte de un señor con el que solo me había visto una vez —en realidad dos, pero una no la recordaba— pidiendo consejos para su próximo viaje a Japón, mi vida no sería tan feliz ahora.

Pero ojo, que no estoy diciendo que Twitter es la panacea de la conexión humana: para mí fue bueno en una época porque fue una simulación de interacción social que me ayudó a sentirme ligeramente menos sola en Tsukuba. No obstante, en cuanto a comunicación rápida por escrito, yo prefiero once mil veces recibir un e-mail. También es útil cuando uno tiene un hobby y se le da por compartirlo: el alcance de un amateur en esta red es enorme.

Pese a sus bondades, la falsa sensación de conectividad que genera Twitter lo lleva a uno a querer saber a toda hora qué es lo que piensa todo el mundo cuando en realidad eso no es necesario. Asimismo, no es obligatorio tener una opinión sobre absolutamente todo lo que pasa en el mundo. Y no hablemos del nivel de distracción que uno alcanza al no darse cuenta de que dejar pasar 344 tweets es el equivalente de haber dejado de ver Padres e Hijos durante varios meses: no se ha perdido uno de nada.

No voy a llegar al extremo de referirme a Twitter como si de Satán encarnado se tratara, pero creo que hay que ser consciente de que es una distracción y, como toda distracción, hay que dosificarla; especialmente si uno empieza a notar que le cae mal gente que no conoce y le indignan cosas que en la calle pasaría por alto. Sin embargo, tampoco hay que echar en saco roto los encuentros que pueden emerger de esa eterna conversación: viene siendo más fácil que tener que esperar a que lo inviten a uno a una fiesta donde fijo no hablará con nadie.

Found

Esta mañana le conté a Yurika por Skype que el 32% de los hombres jóvenes en Japón le rehúyen al sexo. Esto en reacción a su comentario de que le ha quedado imposible conseguir novio en los últimos años. Lo importante aquí no es la crisis sexual de Japón —que parece explicar por qué mi tutor decía que la investigación es más importante que el sexo y por qué de Masayasu solo me llevo recuerdos de El Padrino con gaseosa y papas fritas— sino que Yurika, mi amiga perdidísima de la universidad, apareció. Tuve que enviar una carta desde Pittsburgh a su oficina en Fukushima para que al fin se manifestara. Lo bueno (aunque un poco creepy) es que Internet me ayudó un montón. Es decir, uno averigua por alguien que no ha dejado información personal en Internet voluntariamente y de todas maneras encuentra cierto volumen de datos pertinentes. Les diría “tengan cuidado y verifiquen lo que la Red dice de ustedes”, pero uno nunca sabe cuándo tendrá un amigo al otro lado del mundo enloquecido buscándolo a uno.

Diez

Hoy hace 10 años terminé clases en el colegio. La noche anterior, según reporta Olavia de 2002, había soñado que el colegio nunca se acababa. Es interesante (aunque vergonzoso) ver lo que reporta esa niñita porque también resulta que hace diez años escribo en blogs. ¡Diez años! “Tremendo”, diría Olavia de 2012. “Carambola”, dirían ambas.

No sé si deba celebrar el haber pasado tanto pero tanto tiempo frente al computador escribiendo cosas que no denotan mayor progreso y que no me llevaron ni al estrellato ni a publicar nada en papel como los verdaderos campeones. Pero bueno, tampoco hay que quejarse tanto: gran parte de mi vida social y la arrolladora mayoría de mis teledramones amorosos y affairs casuales llegaron a mí gracias a estas páginas. Nada mal.

Entonces gracias, blog, por todo. Y gracias a ustedes que me leen.

Pittsburgh (anotaciones)

(No sea que se me olvide.)

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El apartamento donde vivía Cavorite queda justo encima de un garaje donde el dueño guarda sus autos antiguos de carreras (que funcionan y compiten en Schenley Park en julio). Cada vez que los veía pensaba en el intro del Show de la Pantera Rosa.

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Encontramos un supermercado temático de finales de los años 60. Podríamos ubicar perfectamente el Show de la Pantera Rosa y La fiesta inolvidable de Peter Sellers entre sus estanterías de madera con cajas de cereal bien groovy.

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Me parece increíble que a alguien se le vaya a a ocurrir dárselas de muy chévere-trendy-hippie-hipster por consumir productos orgánicos. Se me hace que el sello “orgánico” no es más que una especie de “agradezca que no lo estamos llenando de tolueno que nos saldría más fácil”. Supongo que parte del precio viene del párrafo al respaldo del producto en las fuentes y colores de moda que le dice a uno que al comerse este cereal y no otro uno está ayudando a salvar el medio ambiente. El aire acondicionado a todo teque, el computador a la basura cada año pero este té ya me convierte en el Capitán Planeta. Somos tan impotentes en este mundo que tenemos que pagar por los huevos de gallinas no torturadas como si las criaran en el patio de un castillo con granitos de oro y encima sentirnos como si en vez de haber ido al supermercado hubiéramos pasado la tarde limpiando pingüinos grasosos.

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Me costó un montón hablar con los cajeros y demás desconocidos dispuestos a intercambiar chispazos de gracia en todo lado. No me nació fingir que los descuentos eran algo más que “oh, good” ni tuve ninguna observación aguda sobre el sabor del pan recién horneado. Yo solía ser más extrovertida en inglés que en español, pero esta vez me sentí como si hubiera tenido que hablar en japonés. El nudo en la garganta y la mente en blanco ahí, todo el tiempo. Apenas pude conversar sobre M&M’s con la cajera de Target. “M&M’s are something that shouldn’t be tampered with”, dijo con simpática desaprobación al ver mis paquetes de coco, menta y frambuesa. Era muy gorda y tenía marcas de algún tipo de irritación en la cara. Denotaba cierta torpeza al hablar aunque disfrutaba la charla, como si no tuviera muchas más oportunidades de departir con alguien salvo esos breves encuentros en la caja. Le dije que podría probar los M&M’s exóticos y si no le gustaban podría regalarle el resto a un amigo. Me dijo que no le gustaba compartir sus dulces.

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“You’re very lucky”, le un viejito muy viejito a Cavorite en un café al saber que yo había venido de muy lejos a visitarlo.

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I think we both are.