Archive for the 'writer’s block' Category

La bonanza del tiempo

Últimamente me encuentro con más tiempo en mis manos porque mi trabajo ha cambiado un poco. No sé si esto sea temporal, pero se siente extraño no dedicarle cada segundo de mi vida a traducir contrato tras contrato tras contrato. Hace un año no podía darme ni un respiro. Ahora me doy cuenta de que hay que aprovechar esta bonanza del tiempo.

No sé en qué momento, tal vez hoy mismo, vi un chispazo de una vida anterior donde escribir de largo era una actividad deseable. Puede haber sido cuando vi una serie de fotografías de los habitantes de un dormitorio estudiantil, jóvenes, en pasillos y camarotes, y luego adultos, más o menos emulando la escena original, despojados de algo que no podía señalar con exactitud. O tal vez fue cuando me encontré por casualidad con un tesoro de fotos olvidadas que había tomado con un celular viejo, y la joie de vivre de la juventud me dio de lleno en el rostro. Un ukulele nuevo en la playa. Un karaoke. ¿Qué quería yo en ese entonces?

¿Qué quería yo?

¿Qué remordimiento me queda del pasado? ¿Qué dejé de hacer en mi infinita procrastinación que podría aprovechar para hacer ahora? Estoy analizándolo todo como si me hubiera ganado la lotería y ahora tuviera que tomar decisiones inteligentes sobre cómo invertir el premio. Sacarle la herrumbre a mi japonés semiabandonado podría ser una buena opción. Dolorosa, eso sí. Retomar el ukulele. Volver a dibujar. Intentar por enésima vez volver a ser yo en vez de una silueta con mi nombre.

Así que heme aquí, no tan sonriente como en aquellas fotos desenterradas, con un montón de tiempo en mis manos, algo de nervios y poca fuerza de voluntad. Heme aquí pensando en emular la felicidad del pasado, pero despojada de algo que no podría señalar con exactitud.

Adolescencia y brechas tecnológicas

No sé por qué estoy escribiendo hoy. Creo que he descubierto últimamente que se me están yendo las palabras, y no se me ocurre otra manera de atajarlas que poniéndolas en esta vieja colección de ideas. Mis ideas mal articuladas son insectos de alas rotas punzados sobre un cojín de terciopelo polvoroso y descolorido. Bienvenidos al museo de mi vida, más un museíto de pueblo que un gran complejo cultural.

A veces siento que hay un abismo de distancia entre mis primos y yo. No lo digo porque no nos entendamos, sino porque la tecnología ha cambiado tanto las dinámicas de la juventud que una adolescencia con módem de 28800 kbps se parece más a la de mi mamá que a la de mis primos para quienes Internet ha sido una realidad omnipresente casi desde siempre. Entonces, cuando les hablo de mi adolescencia, me siento hablando de la prehistoria. En cierto modo lo es. Sin embargo, como los cambios son cada vez más rápidos, incluso ellos, entre 12 y 15 años menores que yo, hablan de las novedades que aparecen en las vidas de aquellos que han tenido redes sociales desde que nacieron. Distancias cada vez más pequeñas se perciben como abismos.

Iba a decir que me alegra no haber tenido influencers cuando chiquita, pero vivir la apertura económica estudiando con niñas ricas fue suficiente mercadeo aspiracional. Todas las cosas que yo quería en Navidad eran cosas que les había visto a mis compañeras. Un morral de La Sirenita, crayolas (o cualquier cosa) marca Crayola, viajar a Disneyworld. Lo que sí me alegra de verdad es no haber tenido cyberbullying en mi época. Es decir, con el Internet incipiente de finales de los 90 a mí sí me contaban los tipos que se rotaban mi foto para hablar de lo fea que era yo y en persona la gente también se tomaba la molestia de comentármelo, pero nunca estuve expuesta al ojo de cientos (¿o miles?) de personas para que opinaran libremente sobre mi apariencia. En vacaciones descansaba de las niñas que me molestaban. Ahora ya no hay respiro de nada.

Lo que sí me alegra de verdad es estar hablando de esto hoy porque fue tema de conversación anoche con mi prima, quien ya no está tan dispuesta a escuchar el canto de sirena de gente supuestamente normal pero con vidas artificialmente extraordinarias, patrocinadas por esta marca y la otra.

A Procrastinator’s Plight

Trato de entender la ansiedad. El temor paralizante de hacer cosas. De iniciar. ¿A qué le temo en realidad?

Intento escribir algo. De repente, me detengo. ¿Estoy recordando bien lo que quiero contar? ¿Por qué estoy sintiendo lo que quiero describir? ¿De dónde viene todo? ¿Qué pasó exactamente? ¿Qué estoy pensando exactamente?

Las tareas, por pequeñas que sean, se convierten en un camino infinito, un obstáculo infranqueable.

Se abren mil pestañas en mi mente y en mi navegador. Cosas que quiero averiguar sin razón particular.

Escribo esto porque no tiene sentido ser prisionera de mi propia mente. Quiero entender a esta carcelera para poder burlarla y escapar.

No encuentro una buena frase para cerrar esto.

I’m So Sorry, Dear Blog

Hace tiempo empecé a sentir que me daba mucho, mucho sueño cuando intentaba escribir algo por acá. Probablemente eran los nervios de creer que no tenía nada interesante que decir. Saber que escribo mal, o puras bobadas.

Después vino la inercia. Pensar “quiero escribir”, recordar que hace rato no lo hago, y preferir no cambiar ese estado. No perturbar ese silencio. Ver hasta dónde podría llegar aquella línea recta.

Hoy recordé que tenía que renovar mi dominio, así que hice el pago e intenté entrar a la página. Escribí la dirección y, ¡oh, sorpresa! No funcionaba. Entonces me sentí mal. Había dejado morir el blog y ni siquiera me había dado cuenta. Afortunadamente era un problema fácil de solucionar y Cavorite lo resolvió al instante.

Ya no recuerdo lo que les he dicho a otras personas sobre las actividades que más me gustan y lo que me aleja de ellas; lo que sé es que he dejado de hacerlas. Me gusta dibujar. No dibujo. Me gusta cantar. No canto. Me gusta escribir. No escribo. No me gusta bailar. Estuve bailando un par de meses pero creo que me lesioné la cara interna de los muslos.

Pero aquí estoy ahora, pidiéndole perdón a mi blog por abandonarlo y haber dejado que se dañara sin darme cuenta. De repente siento que todo este tiempo he estado equivocada porque en realidad yo no estoy escribiendo para los que me podrían leer, sino para el blog mismo. Siendo así, no tiene ningún sentido volver a preguntarme cuál es el sentido de contar las nimiedades que componen mi vida. Se trata de ponerme a teclear y ya.

I Am a Rock (or I’m Trying to Be)

Desde que volví de mis viajes de fin de año he pasado al encierro casi total. No tengo ganas de hacer nada ni verme con nadie. De todas maneras aquí no hay nadie con quién encontrarse. Nunca pude hacer amigos de adulta y a los de otras épocas los veo esporádicamente. En esta ciudad está mi familia y tengo trabajo, pero de resto no hay nada. Me arranqué de tajo la ilusión de vida social que era Twitter y ahora veo claramente lo desolado que está este paisaje cenizo. Sin embargo, me resisto a buscar compañía o un sucedáneo de esta. Necesito volver a aprender a sentirme cómoda en mi isla.

Trato de recordar cómo era ser yo a los 13 años, estar de vacaciones, aburrirme hasta el tuétano y sentarme a escribir o leer un libro de corrido sin distraerme. La última vez que logré tanta concentración fue cuando estuve atascada en un vuelo Buenos Aires-Córdoba que llegó a su destino 24 horas después de lo estipulado. Escuchaba a mi compañera de silla proferir improperios con muchas erres —de esa manera tan argentina— mientras Eugenides me absorbía con Middlesex. Es una gran novela para estar atascado en un vuelo que intenta aterrizar sin éxito varias veces.

Aceptar la soledad y el aburrimiento es un paso importante en la superación de la adicción a las redes sociales. A veces me aparece en las páginas que leo la publicidad de un juego que promete erradicar el aburrimiento de una vez por todas. Eso no está bien. Necesitamos aburrirnos para ser creativos. Necesitamos dejar que reine el silencio para poder escuchar nuestra voz interna. A mí, hasta ahora, me ha costado —y eso se nota en la dificultad que tengo ahora para escribir posts—, pero no me rindo.

De pronto voy a terminar como la señora que vive en un rincón de Irlanda del Norte sin teléfono ni electricidad ni agua corriente y solo tiene un radio de cuerda para enterarse de la fecha, la hora y los titulares de las noticias. La señora es muy feliz porque puede darse el lujo de gozar del silencio. Yo siento que estoy hasta ahora tocando el silencio con la punta del dedo gordo del pie; se siente helado, pero me seguiré sumergiendo hasta aclimatarme. No hasta el punto de dejar de tener electricidad y agua corriente, pero sí de tal manera que mi cabeza deje de saltar de un lado a otro en busca de novedades. Solo entonces podré rescatar a la persona creativa que yo solía ser y que tanta falta me hace.

(El resto de aspectos de tener 13 años sí que me los empaquen, gracias.)

2016-07-31 (Una meta para qué)

Este mes me puse de meta escribir todos los días, pero solo duré dos semanas en el impulso.

El problema es que no se me ocurren ideas. Se supone que esto debe ser como el ejercicio, que uno mejora en la medida que lo hace con juicio, frecuentemente. Pero no, no se me ocurrió nada en todo ese tiempo. (Tampoco hice ejercicio.) Puras cosas sueltas inútiles. Pero si no se me ocurre nada, ¿por qué quiero seguir haciendo esto?

Supongo que lo averiguaré intentando, intentando una vez más.

Distracción consciente (día 2)

Twitter y Facebook están bloqueados. El día laboral empieza con un rato de trabajo juicioso, pero pronto me siento agobiada y tomo el celular. Abro Instagram.

  • ¿Qué es Sascha Fitness?
  • ¿Qué hay en la plaza de mercado del 12 de Octubre? (sigo pensando en mi harina de almendras)
  • ¿Y en la plaza de mercado de Quirigua?
  • El celular timbra para decirme que hay un cómic que todo el mundo está retuiteando. Me detengo a verlo y resulta que tiene mal puestos los signos de admiración. ¿Es irónico? ¿Existe la puntuación irónica?
  • “¡El videoblog!”
  • Debería estar dibujando (reflexión epistolar)
  • Compra de pasaje EZE-BOG para que mi hermana pase Navidad con nosotros (estoy segura de que los adictos al juego sienten algo parecido a lo que yo siento cuando busco el mejor precio en la mejor fecha)
  • Dr. 90210
  • America’s Next Top Model mientras espero a que se arregle Internet (pero al fin no se arregla)
  • Foto de unas fotos de documento que me tomé en enero de 2011 (con maquillaje/sin maquillaje, el cambio es sorprendente)
  • Lamentaciones y dudas sobre dicha foto por manchas y falta de foco
  • Modern Family

Conclusiones:

  • Hay trabajos que avanzan a paso lentísimo y encima uno los evade con distracciones para no sufrirlos tanto. Las traducciones de documentos muy mal escritos encabezan la lista.
  • Hoy hubo menos puntos de distracción que ayer. No terminé el trabajo pero avancé bastante.
  • De todas maneras existen muchas cosas que quiero/debo hacer y no estoy organizando mi tiempo como debería para poder hacerlas.
  • ¿Qué pestañina estaba utilizando en 2011 que me dejaba esas pestañas de muñeca? Seguramente una Bourjois. Extraño tener esa marca de maquillaje a la mano, es buenísima. Al menos sé que la puedo conseguir en ASOS (se demora pero llega) o en el Duty Free de la sala de abordajes en El Dorado.

Distracción consciente

Hoy decidí hacer una lista de todas las cosas que me distrajeron a lo largo del día y por las cuales no terminé de hacer lo que tenía planeado. Seguiré esta observación a lo largo de la semana con la esperanza de que hacerme consciente de los desvíos que tomo me ayude a dejar de tomarlos y aprovechar mejor mi tiempo.

  • Vestidos que no voy a comprar porque leí que son caros y de mala calidad
  • Reseñas de la marca de los vestidos que no voy a comprar para confirmar que son demasiado caros para tener tan mala calidad
  • ¿Dónde venden harina de castañas en Bogotá?
  • Me rindo con la harina de castañas. ¿Dónde venden harina de almendras?
  • Marina Abramopug (si hiciera esto con Misaki sería Marina Abramopit)
  • El ice bucket challenge de los Foo Fighters
  • La lista de todos los peinados de Rory Gilmore en Gilmore Girls
  • Dr. 90210
  • America’s Next Top Model
  • “Hey, ladies—catcalls are empowering! Deal with it”
  • Nimona
  • El regreso de los pantalones de talle alto
  • “I am the Pull-Out King”
  • Garbanzos crujientes
  • Comprobación de mi aislamiento laboral
  • Rita Indiana – La hora de volver (¿por qué estoy viendo el video de una canción que ya sé que no me gusta?)
  • La noticia de la pareja que se casó en Israel en medio de las protestas porque él era musulmán y ella judía convertida al islam

Conclusiones:

  • Esto es vergonzoso. Sé que hoy estoy enferma pero esa no es excusa.
  • La mayoría de las distracciones son links de Facebook y Twitter. Mañana probaré bloqueando ambos.
  • Dos puntos de distracción en la lista corresponden a la televisión que veo mientras almuerzo. Lo malo es ver dos programas seguidos en vez de uno solo.
  • Voy a conseguir la harina de almendras y con ella haré una rica torta chocolatosa. Llevo mucho tiempo prometiéndome que voy a preparar las recetas de un blog que he seguido por años pero… me he distraído.

Reflexiones en DFW

Desperté a la 1:40am, angustiada sin saber por qué. Tenía la certeza de que no debía quedarme dormida pero al mismo tiempo esa idea carecía de sentido. La luna llena brillaba a través de las persianas. Segundos después caí en cuenta de que hoy me iba. Qué decepción.

Esta despedida fue muy diferente de las anteriores: como San Francisco queda en el futuro (así los husos horarios digan lo contrario), uno puede alquilar por Internet un auto parqueado cerca de donde uno está y la magia de la tecnología abre el carro cuando uno hace clic en un link en el celular. Cavorite escogió un Mini Cooper plateado de un parqueadero sobre la calle Dolores, pasó a recogerme frente al edificio y nos fuimos al aeropuerto. Debo decir que partir así duele muchísimo menos que subirse a una van que siempre llega veinte minutos antes de lo previsto y sentirse arrancado de repente de una vida a la que uno ya se había acostumbrado. Peor aún si es la vida que uno quisiera que fuera la de siempre.

Todavía no he llegado a Bogotá; estoy haciendo una escala larga en Dallas. Llevo horas viendo aviones partir frente a un horizonte inmeeeeeenso bajo el cielo azul claro. Cuando el primer avión despegó desde San Francisco, vi la ciudad cubierta de niebla y lo único que se me ocurrió fue que esa sería una buena foto para Instagram. Me sentí mal por pensar bobadas de redes sociales y decidí dibujar el recuerdo de aquella vista. Aún no lo he hecho. He ahí el problema.

He pensado mucho durante este viaje. He acumulado rabia. Rabia de la buena, supongo, de la que le hace a uno pensar que los cambios logrados hasta ahora no son suficientes y que hace falta algo más. O que el cambio no se limita al deseo del mismo sino a su ejecución, con todo y el terror que ello conlleva. Terror. Llevo años fortaleciendo fobias que han distorsionado mi mundo y estoy cansada de vivir así. Me devuelvo al apartamento si oigo que alguien viene subiendo las escaleras para no tener que cruzármelo y decir “hi”. Me invento actividades o lecturas supuestamente interesantes (léase “le doy clic a cualquier cosa”) para no empezar las cosas que quiero/debo hacer (como el dibujo del que hablé, por ejemplo). Mis blogs se mantienen a duras penas por esta razón. No obtengo muchas cosas que quiero por la combinación de mi fobia a empezar y mi fobia a hablar.

Hace poco me di cuenta de que muchas personas me están haciendo barra para que yo saque así sea un mísero dibujo al día. Cavorite lo intenta de todas las maneras posibles y yo sigo reticente a abandonarme al hábito. Hace poco conocí a Maria C., una amiga de la universidad de él, e incluso ella me manda mensajes preguntándome por el dibujo del día. Y no entiendo por qué lo hacen pero les agradezco desde el fondo de mi alma; hasta me dan ganas de llorar de pensar en esto porque cómo es posible que alguien se tome el trabajo de decirle a otra persona que dibuje, y peor aún viendo a los verdaderos dibujantes que no sueltan el cuaderno ni un solo instante. No me explico cómo puede ocurrir que una actividad que uno adora le puede dar a uno tanto miedo y uno se pueda dar el lujo de posponerla indefinidamente.

Pero no quiero que las cosas sean así por siempre. Tengo rabia y quiero que la rabia se acabe. Temo que esta sea otra declaración de lucidez temporal que tan solo acabará en otra semana sin dibujos ni ukulele ni posts, y otra y otra. No puedo seguir siendo así. No puedo seguir pensando que la cobardía me define.

Llegó la hora de abordar el último vuelo. Bogotá es otra de las cosas que me dan rabia y no quiero más, pero también tengo que dejar de verla como un destino inexorable. Una vez más, el deseo por sí solo no siempre lleva a la acción. A la rabia, en cambio, empiezo a tenerle un poco más de fe.

El Hombre Renacentista

El Hombre Renacentista tenía muchísimos intereses y montones de cosas que hacer y pensar. No se acepta gente así en el mundo de hoy; se supone que hay que especializarse y dedicarse con alma, vida y sombrero a una sola afición. Perseguir la pasión, le llaman. Supongo que esto se debe a que con tanto trabajo y movimiento ya no queda tiempo para ser bueno en más de un ámbito.

Además de no tener que ir a la oficina, el Hombre Renacentista contaba con una ventaja crucial para la consecución de la polimatía: no tenía Twitter, Facebook, Whatsapp e Instagram avisándole todo el tiempo que había algo nuevo para ver YA. El Hombre Renacentista no tenía la posibilidad de caer en el hechizo de querer averiguar cómo este Hombre Renacentista nunca había pintado un cuadro en su vida, lo que logró te dejará sin aliento o las 78 cosas que todo Hombre Renacentista seguramente ha sentido mientras diseña máquinas imposibles (¡en gifs!). Lo que hacía era lo que había, y ya.

Tal vez yo podría ser como el Hombre Renacentista. Me dedicaría a leer y dibujar y escribir y tocar el ukulele —un instrumento muy poco renacentista— sin preocuparme mucho por demostrar que solo una de esas actividades es mi pasión. No sé por qué me molesta tanto el concepto de pasión de hoy en día. Tal vez es porque poner en una hoja de vida que “escribir publirreportajes es mi pasión” es una ofensa a las ideas que realmente dejan sin sueño más de un desdichado. Y yo, que no tengo ideas y tampoco sé bien cómo funciona el mundo, solo tengo entendido que no puedo dejar de lado ninguna de mis aficiones y que tal vez eso deba seguir siendo así, aún si ello conlleva el no convertirme jamás en alguien realmente bueno en algo. Por lo pronto, algo que puedo hacer es dejar de distraerme tanto con tantas estupideces. Saber que lo que hago es lo que hay, y ya.