Monthly Archive for November, 2013

Baking for Boredom: Galletas de chocolate y pimienta

Después de varios días de sentirme parecido a como me sentía en Tsukuba —pero sin el radiotelescopio ni la luz bonita ni la posibilidad de darme una vuelta en Tokio—, se me metió en la cabeza que quería hacer galletas. Esto es un poco extraño puesto que normalmente no soy una gran entusiasta de la repostería, pero recordando el disgusto que me llevé en Honolulu cuando volví a comer Chips Ahoy después de muchos años, decidí gastar mi tiempo de esa manera.

Las Chips Ahoy Chunky eran las mejores galletas del universo según yo hace diez años. Eran increíblemente chocolatosas y… no recuerdo más. Solo me veo sentada en la mesa del comedor compartiéndolas con mi novio de esa época. Probablemente valdría la pena repetir la experiencia, pensé al volver a verlas este verano. Digo “probablemente” porque pasé frente a la sección de galletas una y otra vez, dubitativa, antes de decidirme a comprarlas. Llevé un paquete a la casa, saqué unas cuantas y las acompañé con un vaso de leche de almendra. ¿El veredicto? Cartón demasiado dulce, arena solidificada demasiado dulce. Es difícil de explicarlo, pero estos no eran bizcochos dignos de ser digeridos y no entendí cómo fui capaz de disfrutar tamaño engaño en el pasado.

Entonces, volviendo al día de ayer: el desespero de esta mala sensación con la que ando se mezcló con el recuerdo de aquel falso bocado y terminé en el supermercado armándome de cocoa, harina y otros tantos ingredientes. Se suponía que solo me estaba preparando para ponerme manos a la obra otro día, pero apenas llegué a la casa y se desgajó el aguacero del fin del mundo supe que no había tiempo que perder. Nunca antes había hecho galletas desde cero, así que las probabilidades de que saliera una cosa asquerosa eran altísimas. Mientras batía la mezcla recordé que una vez en Tsukuba nos reunimos a hacer empanadas pero yo leí mal la cantidad de harina y por mi culpa resultamos con galletas saladas con pollo fosilizado en su interior.

Tardé más o menos dos horas yendo y viniendo del horno porque la mezcla resultó como para repartirle galletas a un pelotón. En todo ese tiempo no se me ocurrió pensar en cómo me estaba sintiendo; en mi mente solo había masa, calor, papel parafinado y un reloj que vigilar. Las primeras galletas se quemaron por ponerlas en el lado equivocado del horno, pero las siguientes quedaron fenomenales. Tienen pedacitos de chocolate amargo y pepas de pimienta negra cuyo sabor estalla en la boca sorpresivamente. Quedé muy contenta con el resultado.

Como salieron tantas galletas, voy a regalar algunas, pero ya estoy pensando en mi próxima acometida culinaria. Tal vez hasta invite a alguien a comer a mi casa.

Calle 127 con Avenida Córdoba

Dos carros se estrellan en una avenida. Está cayendo un aguacero terrible y las calles se han convertido en ríos negros y brillantes. Ríos de luces rojas deformes que se quiebran por donde pasa una gota que se desliza sobre el vidrio a través del cual se las mira. Los conductores de los carros se bajan para evaluar el daño e insultarse y quedan completamente empapados de inmediato. La comodidad de saberse guarecidos todo el camino desde el punto A al B se ha visto abruptamente destruida. Los niños en la silla de atrás se aburren, hacen preguntas, juegan, lloran, dormitan.

Al notar la exacerbación de aquel caos, peatones blandiendo sombrillas que no protegen sus piernas de las incesantes salpicaduras empiezan a buscar otro punto desde el cual rogar que pase un bus que les sirva o un taxi que no los humille al revelar su destino. El agua helada anula el horizonte y el mundo se siente hecho de pura imposibilidad mientras las luces convierten la lluvia en un bombardeo de chispas. Todo se siente infinitamente más lejano para quienes esperan, tanto en el carro como en la acera. Los peatones sueñan con la tibieza del interior de un vehículo, pero los estrellados saben —desde hace no mucho, y pronto lo olvidarán de nuevo— que esa es una seguridad incierta y, bajo ciertas circunstancias, completamente repulsiva.

Mientras tanto, los que han quedado atrapados en una buseta maldicen el vaho circundante, las huellas mojadas de color café sobre el piso gris y la música tropical a todo volumen. La única vida que envidian en estas horas detenidas de asfixiante miseria es la de aquellos que hoy no tuvieron que cruzar el umbral de su casa. Esa o la que probablemente existe en un país lejano.

Multitasking, multiblogging, multialgo

Mientras estaba en Hawaii encargué una tableta de dibujar para que llegara a San Francisco y me esperara allá. Yo siempre me había mostrado muy renuente a dibujar en algo que no fuera papel, pero como no puedo cargar un scanner para todo lado, pues tocó. ¿El resultado? El tiempo que pasé en San Francisco se me fue más que todo en la casa por quedarme aprendiendo a dibujar con la dichosa tableta. Es la maravilla de maravillas. Pero entonces se me olvidó el resto de cosas que solía hacer, como por ejemplo documentar mi vida en texto.

Ahora me siento rara escribiendo acá porque sé que tengo un montón de entradas atrasadas y no soy muy dada a seguir adelante cuando hay cosas represadas —lo cual suele acabar en bloqueo completo porque de la ansiedad no hago ni lo viejo ni lo nuevo—. Pero no quiero cerrar este blog. ¿Acaso qué voy a decir, que con motivo de los 10 años de Doblepensar he decidido que tengo mejores cosas que hacer con mi vida? ¿Que ya maduré y es hora de emprender nuevos rumbos? Nah.

Lo que sí necesito es distribuir mejor el tiempo para hacer un poco de cada cosa y no renunciar a nada del todo. Esa es la gracia de estar aquí en mi casa la mayoría del tiempo y no en una oficina. La avalancha de información basura de Internet sigue pareciéndome un enemigo fuerte que hay que combatir. El adormecimiento cerebral disfrazado de información importantísima me impresiona y asusta con su constante bombardeo. ¿Ya vieron este video del bebé que llora cuando la mamá le canta? ¿Por qué deberíamos verlo todos? ¿Soy una persona menos informada al elegir ignorarlo? Y si sí, ¿qué es eso tan importante de lo que no me estoy enterando? Creemos que nos estamos enterando de los últimos sucesos pero nos estamos llenando de puras burbujas de aire.

En fin, el resumen de todo es que por fin estoy dibujando tanto como quería —bueno, siempre podría ser más— pero no quiero que ello suponga el fin de mis otras aficiones, entre ellas la de escribir este blog.