Monthly Archive for December, 2012

2012 (Reprise)

Tanta angustia del mundo con los finales y yo acá sintiéndome en plácida continuidad. La gente me pregunta qué hay de nuevo pero yo no tengo nada que contar. Nada. Bueno, sí, abandoné las oficinas, pero ese había sido un paso fugaz en todo caso. Después de 2010 y 2011 los viajes se sienten escasos e inusitados (Arauca – Pereira – Pittsburgh – La Dorada – Arauca – Valparaíso – Viña del Mar – Reñaca – Santiago – San Francisco – Pittsburgh – Barrancabermeja), pero no me he detenido y eso me mantiene más o menos cuerda.

En realidad me la he pasado pensando, curándome de la herida que dejó Japón, tratando de entenderme a mí misma. Llegué a la conclusión de que a pesar de mis sueños adolescentes no soy escritora ni lo seré, y esa decisión me ha traído una enorme tranquilidad. Aprendí a tejer. Dibujé un poco. Me llené de cosas que quiero hacer el próximo año.

Por otro lado, vi en vivo a Paul McCartney y a Raphael. También recibí una (breve) visita desde Tsukuba que terminó de convencerme de que el corazón roto post-Japón ya está mucho mejor (y debería dejar de huir). Y para rematar, tuve la oportunidad de pasar tiempo con Azuma y Rini una vez más.

(Y las manos de Cavorite y la sonrisa de Cavorite y la voz de Cavorite y hacer mercado con Cavorite y San Francisco y Pittsburgh con Cavorite.)

Me siento rara esperando a que den las 12 y comience algo nuevo. Quiero irme a dormir para que todo continúe y siga evolucionando. Hasta ahora va bien.

Get Out of Your Head

Necesito cambiar mi noción del tiempo. Necesito dejar de congelarme a la hora de hacer algo y simplemente hacerlo. Sé que este es un tema recurrente en este blog, pero qué le hacemos si uno de mis grandes defectos es la procrastinación crónica. Siempre creo que podría hacer las cosas más tarde porque… No sé por qué. Veo el tiempo como un mar bravísimo y helado que toca cruzar en la débil barquita de las labores y me da miedo. O no sé si miedo sea la palabra adecuada, pero es algo parecido al miedo. Aversión a concentrarme sería un mejor término.

Me acabo de acordar de repente de cuando Minori y yo íbamos a Chicago a pasar el día y pasábamos frente a un restaurante llamado “Medieval Times” al que nunca entramos.

¿Ven? No me concentro en una sola cosa. Sacarme de mis meditaciones inútiles y dedicarle cerebro a un agente externo es algo sumamente difícil para mí; me horroriza la idea de interrumpir mi monólogo interno. Sin embargo, como todos los aspectos del ser funcional requieren bajarme de la nube un rato, lo que hago es posponer el dolor lo más posible. Me pongo entonces a pensar en lo que tengo que hacer, le doy vueltas y me imagino que lo hago, incapaz de traducir esa idea a la acción porque me da la inexplicable sensación de que voy a perder tiempo en ello. De esta manera es que termino no contestando e-mails ni dibujando lo que había dicho que iba a dibujar ni ordenando mi cuarto ni haciendo nada de lo que tengo que hacer a tiempo. Si a ello le sumamos el tremendo miedo a mí misma que cargo, olvídense de que algún barco vaya a zarpar desde este puerto.

Escribo esto para tratar de entenderlo a ver si puedo hacer algo al respecto el año que viene. (La elección de palabras es delatora: “el año que viene” implica que planeo abordar el problema pero la idea de empezar ahora mismo me da algo en el estómago.) Debería más bien dejar de distraerme y ponerme a trabajar ya, pero eso requiere un cambio de mentalidad y no es tan fácil. Dejar el miedo, aceptar la concentración como algo bueno, superar la adicción a pensar ociosidades. Necesito aprender a pasar tiempo fuera de mi propia cabeza.

Manual de comportamiento para gente formidable, volumen 2

El legendario Maximiliano Vega, blogger de esos que ya no se ven, ha publicado el segundo volumen de su Manual de comportamiento para gente formidable. El Manual es una compilación de textos de varios escritores + un rayón mío. A mí me avergüenza un poco interrumpir el flujo de los bloques impresos con mis trazos simplones y letra chistosa, pero Vega es bondadoso y ha permitido que una aficionada a los dibujitos se cuele entre tantos hombres (y mujeres) de letras.

Sin más preámbulo, les presento El Manual.

Skein (2)

Durante el último mes y medio me han venido acompañando dos madejas de lana color grafito. No estoy hablando de mi primer proyecto, que por falta de agujas extra tuve que ensartar en un palito de balso para archivarlo, sino de una entrega especial con fecha límite.

Mi extraña afición viajera llamó la atención de Rini, una de mis anfitriones en Chile, a quien en el colegio habían forzado a tejer patincitos y demás partes del ajuar de un bebé hipotético y por tanto lo olvidó todo en cuanto pudo. Fuimos a comprar lana y agujas, le refresqué la memoria sobre cómo empezar y cómo no aumentar puntos accidentalmente, y esta mujer resultó ser el relámpago del tejido. Al cabo de un par de horas ya había acabado con la lana y tenía media bufanda hecha. Mientras tanto yo, el remedo de maestra, no hacía sino volver a empezar y volver a empezar y volver a empezar.

Se suponía que este proyecto era un regalo para entregar en Pittsburgh, pero allá llegué a seguir dándole. Las madejas se fueron convirtiendo en un tejido largo, elástico y blandito —fuwa fuwa, como dirían en japonés—. A veces pillaba a Victor, el roommate francés, tocándolo cuando yo no estaba trabajando en él, estirándolo y estrujándolo. Pasé varias tardes adelantando lo más que podía, pero de repente me mandaron una traducción larga de urgencia y no pude seguir. Las lanas color grafito volvieron conmigo a Bogotá.

Anoche, después de varios días de bloqueo mental crónico, terminé unos trabajos pendientes y decidí que ya nada tenía por qué interponerse entre la bufanda y yo. Tejí. Mis papás llegaron a hacerme la charla. Les hablé sin levantar la mirada de las agujas. Ayudé a mis papás a subir algo pesado por las escaleras. Volví a tejer. Se fueron a dormir. Seguí tejiendo. Me dolía ya la mano derecha: no me importó. Me hice ruido con la televisión para espantar el sueño (el canal de la NHK es óptimo para eso aunque no logré encontrar el programa donde un chef japonés iba a enseñar a hacer tarta de limón francesa). Finalmente, a la 1am, escondí la última colita de lana en la bufanda.

Da una sensación rara ver el producto terminado ya desmontado de las agujas: esa cosa es útil y esa cosa útil la hice yo de cero. Pasé varias horas distraída y de esa distracción salió algo tangible. Increíble. Ahora tengo un regalo de Navidad listo para entregar y el deseo de averiguar qué más puede salir de estas manos.

朝月

Es de madrugada y quién sabe por qué razón ya no estoy durmiendo. Me rodea una caja negra con una abertura rectangular azul. El rectángulo tiene en medio un manchón luminoso. Interrumpo el sueño de un par de ojos menos defectuosos que los míos. Él dice que nunca había visto la luna a través de esa ventana. Me pongo las gafas. La mancha se convierte en un semicírculo levemente difuminado entre la bruma. Una rama seca atraviesa el satélite y lo hace ver como hielo resquebrajado. Es una vista realmente hermosa —qué suerte tengo de contar con un par de vidrios para descifrar borrones—. La contemplamos un rato y nos volvemos a acomodar en la cama. Despertaremos de nuevo cuando haya desaparecido.