Archive for the 'maquinaciones nocturnas' Category

Sueños recientes de viejos amores

Anoche soñé con alguien que quise hace mucho tiempo y con quien ya no estoy en contacto. Yo estaba trabajando en una mesa, en lo que parecía ser un café, y él aparecía de repente y se sentaba frente a mí a charlar, así tan campante. Hablaba de su familia y de su trabajo; se dedicaba a algo relacionado con el cacao. Yo estaba furiosa y le respondía de manera cortante a todo lo que me decía. ¿Cómo podía venir así, de la nada? ¿Cómo se atrevía a hablarme como si siempre hubiéramos sido un par de amigos y nada más? De todas formas, sin dejar de ser cortante, le daba una recomendación de algo que también tenía que ver con cacao.

De fondo en el recinto sonaba “Centro da saudade” de Carlinhos Brown.

En lo que parece ser un capítulo aparte del mismo sueño, se desconfiguraba el layout de este blog y todo se veía un poco pixelado y en colores pastel. Yo no recordaba cómo arreglar el código fuente.

***

A veces sueño con mi ex. En mis sueños él es amable y podemos conversar. En la vida real eso nunca fue posible porque él creía que yo no lo había superado y entendía mis acercamientos en pos de una relación cordial como señal de que yo quería que volviéramos.

La semana pasada soñé que él me hablaba de la soledad a nuestra edad. Me decía que a estas alturas de la vida todos, de una u otra manera, nos habíamos quedado solos, y me daba a entender que creía que yo estaba divorciada. Yo le aclaraba que noooo, yo seguía casada. Mi tono era como de a mí no me venga a meter en su mismo costal de melancolía, que yo, lejos de usted, soy feliz.

Me desperté con cierta sensación de satisfacción.

De Chapinero a Penang

Esta mañana soñé que estaba caminando por Chapinero, sobre la carrera 13. Estaba hablando por celular con mi amigo Changhee, pero sonaba entrecortado y no podía entender lo que decía. De repente, en una esquina, encontraba un almacén que nunca antes había visto: una tienda china. El letrero de entrada incluía el nombre Penang.

Yo entendía entonces que no podía escuchar a Changhee porque ya no estaba en Bogotá sino en Penang, Malasia. También entendía, casi inmediatamente después, que esto era un sueño. Doblaba una esquina y me ponía a recorrer una calle empinada, maravillada de lo que veía y preguntándome cómo hacía mi cerebro para poner tantos detalles en un sitio que yo no había visitado jamás en la vida real. ¿De dónde salían estas paredes coloridas, estos avisos, estas puertas? Llegaba a un punto donde el barrio dejaba de ser bonito y me devolvía. Al darme la vuelta, la calle, donde hasta entonces me encontraba sola, ahora aparecía llena de turistas, y de pronto me veía acompañada de una amiga, mi guía local. Nunca le veía la cara ni me enteraba de su nombre. Se suponía que todo eso yo ya lo sabía. Ella me contaba que en las casas de aquella calle había viejos sabios que predecían el futuro. Las rejas estaban abiertas y en los antejardines había carpas donde vendían comida y souvenirs. Aparecía entonces Cavorite, como si todo este tiempo hubiera estado conmigo. Entrábamos a un antejardín al azar y él se animaba a pedirle un vaticinio a uno de los ancianos, así que se excusaba un momento y desaparecía. Yo, contemplando unos bizcochos como de pistacho sobre una mesa bajo una carpa anaranjada, seguía siendo consciente de que esto era un sueño y guardaba la esperanza de no despertar antes de que Cavorite volviera con su destino revelado. Me sentía como si me tocara tratar con cuidado el mundo alrededor para que no se rompiera.

Mientras tanto, en el mundo real, mi papá puso YouTube en el televisor y le subió el volumen a Ravel.

El Bolero se filtró en el antejardín malayo y me devolvió a mi cama en Bogotá. Desperté de mal genio: me había quedado sin saber qué le deparaba el futuro a Cavorite según un viejo adivino en una calle turística de Penang.

Dream Over, Insert Coin

Estoy empezando a pensar que el mundo donde ocurren mis sueños es un mundo limitado como el de los juegos de video. Últimamente mis sueños llegan a un punto en el cual no puedo avanzar más, no como si me estrellara contra una pared invisible sino que mis acciones se ven de repente severamente restringidas y por ende la historia no puede seguir. Entonces despierto.

En un sueño reciente necesitaba anotar algo —sufro porque no escribí el argumento del sueño al despertar y ahora no recuerdo el contexto de esta acción—, pero la mano me pesaba y apenas me salían garabatos. En otro, estaba aprendiendo a tocar batería pero mi pie era sumamente débil y no le sacaba nada al bombo. En el de anoche necesitaba leer un mensaje en el celular para recibir un paquete, pero mi mano perdía el control de la pantalla y más bien resultaba abriendo por accidente un video tipo Snapchat de una amiga que vive en Alemania anunciando que estaba de visita en Colombia.

Se me ocurre ahora que mis sueños son como la línea a la que tocaba llamar hace años para programar la cita de solicitud de la visa de Estados Unidos. Apenas pasaban quince minutos (ni un segundo más), el operador dejaba de ofrecer información y se limitaba a decir que si uno quería saber algo más tenía que pagar otra vez y volver a llamar. La diferencia es que mis sueños no me dan ninguna opción para retomar; no me queda más sino despertar y olvidarlos.

No fue una premonición

Anoche soñé que todo lo que podía salir mal en el trabajo salía mal. Llegaba tarde, no encontraba el lugar, no podía escuchar bien porque había gente charlando a mi alrededor, repetía lo que el orador decía en vez de interpretar, no podía ni siquiera manipular el micrófono y todo el público me oía insultar a los distractores.

Entonces enfrenté la vida real con mucha cautela. Llegué tempranísimo y me puse a estudiar la presentación que me mandaron a última hora. Cada paso que fue saliendo bien fue un alivio, aunque estoy enferma y por momentos, durante la charla, sentí que se me apagaba el cerebro. Clic-clic, como cuando se va la luz momentáneamente y uno se ha perdido un gesto de alguien.

 

Nostalgia de un día de grado

No sé si ya había contado esta historia en otra parte del blog, pero qué importa. Hoy es un día nostálgico para mí.

El 25 de marzo de 2011, mis papás y mi tío se fueron al centro de Tsukuba a hacer compras. Ya sabíamos que la ceremonia de grado había sido cancelada debido a que el auditorio estaba en riesgo de colapso por el terremoto, pero de todas formas había que ir por el documento que justificaba mi largo paso por las islas niponas.

Me puse un vestido de flores, me pinté los ojos de verde y me puse en el pelo un gancho que yo misma había hecho en mis días de fiebre de bisutería. Fui a desayunar con Yurika en Sukiya. No recuerdo si fue ahí o en otro desayuno cuando me entregó un anillo que me había traído de Mozambique y que incorporé a mi ajuar de grado. No pude seguir con ella para la universidad porque se me había quedado el carné en el apartamento y ella tenía afán porque la iban a recoger los papás. Volví a buscarlo y fui a la decanatura de mi facultad. Me encontré en el pasillo a Yuta, un compañero que era estudiante mío de español y lo hablaba muy bien. Algo nos dijimos, pero no fue mucho. Felicitaciones, tal vez. Todos estaban yendo en grupitos a graduarse, menos yo. El decano leyó el contenido del diploma y me lo entregó. Nos dimos venias.

Salí del edificio, metí la bonita carpeta morada en una bolsa que colgué del manubrio de la bicicleta y volví a la casa como si nada. Me estaba esperando un e-mail del alquiler de kimonos. Yo les había estado rogando que me alquilaran un hakama de grado —por favor, soy extranjera, nunca más voy a poder ponerme algo así— pese a que se había cancelado la ceremonia y, con ella, los alquileres de vestidos para la misma. Habían accedido con la condición de que fuera ya mismo a Nishi-Ogikubo, en Tokio, a que me lo pusieran para retornarlo al día siguiente. Mis papás y mi tío regresaron, les avisé y salimos corriendo.

En camino

Antes.

El Tsukuba Express estaba funcionando por fin. Cogimos para Akihabara y de ahí un tren de la línea Chuo hasta Nishi-Ogikubo. Creo que usamos el GPS de mi celular para guiarnos. No nos perdimos demasiado.

El almacén de alquiler de kimonos estaba vacío. Este debería haber sido un día súper movido, pero los últimos acontecimientos habían ocasionado una oleada de cancelaciones de sus servicios. Supongo que eso obró a mi favor ese día, puesto que yo solo había pagado por el vestido pero me encimaron el peinado. Creo que es el peinado más bonito que me han hecho en la vida.

お菓子

Después.

Mi papá y mi tío habían estado esperándonos a mi mamá y a mí en un café lindísimo al otro lado de la calle y les gustó tanto que cuando salí de ahí con mi pinta de estudiante de la Era Taisho decidieron que podríamos iniciar la celebración con unas onces allá. Comimos pastelitos y nos tomamos fotos. Luego seguimos hacia Akasaka para la cena. Creo que elegí esa zona de Tokio porque había visto que estaba llena de restaurantes bonitos, pero no recuerdo por qué elegimos uno portugués para nuestro gran banquete. Solo sé que todo salió estupendamente. No tuve ceremonia pero sí tuve celebración, y no estuve sola.

Algo curioso ocurrió desde que me enfundé el hakama: durante el resto del día, la gente en la calle me decía “¡felicitaciones!” y “¡te ves muy bonita!”, cosa que nunca jamás me había pasado en cinco años de vida en Japón. ¿Desconocidos dirigiéndole espontáneamente la palabra a una extranjera? ¿¡Y encima diciéndole que se ve muy bonita!? Milagro de grado, se diría, aunque parece que en Japón la gente en general me veía linda.

Casualmente le mandé a Hazuki un mensaje de texto con la aventura del hakama y me respondió que ella vivía muy cerca de allí. Quise lamentar la falta de una amiga en mi celebración, pero más bien nos pusimos cita al otro día en el mismo cafecito del frente del almacén tras devolver el vestido y los zapatos. Mi intención era sorprenderla, pero resultó que ella y su madre eran asiduas clientas. Luego nos acompañó a Shinjuku, y allí nos despedimos. No pudo ocultar su tristeza. A mí también me entristece todavía no poder volver a verla.

Lo malo de irse a vivir al otro lado del mundo es que uno corre el riesgo de hacer amigos allá y luego se queda preguntándose cómo diablos va a hacer para volver a verlos. Últimamente he tenido un sueño recurrente en el que vuelvo a Japón y voy a comer en un restaurante. Llevo dos años soñando que de nuevo estoy ahí, cada vez con menos angustia. Ya no se trata de un ciclo que no cerré, sino del pedazo de corazón que dejé allá. Dos profesores distintos me dijeron en diferentes ocasiones que cuando uno queda con cuentas pendientes con Japón, el país siempre lo llama a uno a regresar y saldarlas. Cada vez estoy más convencida de que eso es verdad.

鹿の角

Lo bueno de que hoy hace un año haya aterrizado en Colombia es que las conmemoraciones ya se hacen más distantes e innecesarias. Y bueh, es que mañana se cumplen seis años de haberme ido a fritarme la cabeza entre los arrozales. Pero ya no estoy allá. Todo ha cambiado mucho. Ya no importa. O sí importa porque ahora sueño que les cuento a unos japoneses que me atacó un ciervo y me pude defender de sus cuernos con una ahuyama. Pero no recuerdo cómo se dice “cuerno” en japonés y los japoneses en mi cabeza no me saben dar razón. Es “tsuno”, para futuras referencias.

Cuatro de abril, 1

No puedo dormir. Tuve ese sueño horrible del que hablé antes y hasta ahí llegué. Son las seis de la tarde allá. Mi estómago gruñe. Contrario a la gripa tailandesa, esta es una que me hace dar ganas de comer y comer y comer. No obstante, me detuve después de la sopa de menudencias. Si estuviera allá no tendría ningún reparo en pararme a la nevera y servirme cereal o arroz con queso parmesano, poner música y resignarme a que amanecerá. Pero acá es diferente. Comer a esta hora no tiene mucho sentido, todo está oscuro y frío y para ir a la cocina toca atravesar la habitación, abrir la puerta, bajar las escaleras, bordear parte de la sala-comedor, empujar la puerta de vaivén de la cocina y buscar. Es una casa muy grande esta, y eso que es chiquita.

凸凹

Es una verdadera lástima que en la vida real los trenes no tengan subidas y bajadas emocionantes como las montañas rusas. Pero bueno, para eso están los sueños.

[ What’s in the Middle — The Bird and the Bee ]

やる気がない

Últimamente le he perdido el gusto a escribir. Empiezo y a las tres frases me aburro. Solo mantengo el diario de sueños porque ese es necesario (no sé para qué, pero lo es). Tampoco puedo tocar ukulele. A veces lo cojo y toco tres acordes y suena horrible.

Dibujar, en cambio, es como volver a Waikiki y ver mis pies pálidos al fondo del mar. No pienso mucho al dibujar. La mente se me vuelve líneas y colores y todo sale bien así salga mal.

No sé qué más decir. Sigo viva. Hace frío. Me gusta Paul McCartney.

[ Nineteen Hundred and Eighty-Five — Paul McCartney & Wings ]

El Mar Interior

No sé cómo explicar lo que me pasó en estos días. Hoy desperté no sé a qué hora y hacía frío. No hacía frío cuando me fui. Cuando me fui a dormir. Cuando tropecé y caí en el abismo—el negro café morado naranja bolitas y estrellas—las luces de Purkinje—

Podría empezar por hablar de lo que vi. Números en el agua dentro de una casa oscura. Una habitación escondida que contiene una catarata. Un iglú de cuyo piso brotan gotas de agua que corren solas como mercurio. Una isla con olivos en todos los andenes. Las olivas sin encurtir son amargas. なめるだけでわかる。Calabazas gigantes en las playas. El ático de una casa vieja. Las paredes se están descascarando—hay algo tras el estuco—papel de envoltura de Matsuzakaya—“thank you”—orquídeas—hojas de un periódico—Eisenhower—アイゼンハワー—buscamos la fecha desesperadamente por todo el cuarto—1949. La oscuridad. El café yemení. Parezco mitad japonesa y mitad árabe, me dicen. Dos de las tres tiendas de este lado de la otra isla están cerradas por un funeral. Ya no hacen los funerales así, dice ella mientras pasamos por delante de una procesión con muñecos de papel. Les archives du cœur. La sala de espera del cielo. Un cuadro plano azul brillante en el que se puede entrar. No se conoce el fondo de las cosas. Walter de Maria. Cruzar el umbral y encontrarse en un sueño jodorowskiano. Las escaleras y la bola gigante y los palos dorados. Tadao Ando. Monet. Cuando me muera todo será como el Museo de Arte de Chichu.

También podría hablar de Yurika. Yurika y su risa y sus muecas. Ella me invita a bañarnos juntas porque el baño público de la isla también es una obra de arte. Lo que se sugiere versus lo que se muestra. Mi modo de vestir es bastante atrevido para los estándares japoneses. Hay un elefante sobre el muro. Me explica cómo se mata un pulpo. Le explico la operación de reasignación de género a partir del proceso de matanza del pulpo. Le cuento mis pasajes favoritos de El mono desnudo. Bicicletas prestadas. Subir colinas, bajar colinas. Con ella pierdo por completo el miedo a hablar en japonés.

Y acordarme de Yoji, nuestro anfitrión. Vivió en el País Vasco y ahora nos prepara lentejas. Toma la guitarra. La voz. La voz. La voz. If a fiddler played you a song, my love, and if I gave you a wheel, would you spin for my heart and my loneliness? Las versiones originales no le hacen justicia a lo que él hace. 神田川。”Kandagawa” no es lo mismo si no la canta él. Quiero que siga cantando. Quiero que no deje de cantar en mis recuerdos. “Tsukuba es lo que hay el día después del fin del mundo”. Le gusta mi frase, se la repite a todos. Invita a un amigo. El amigo tiene los pies más horribles que yo haya visto jamás. Trae una guitarra bonita. Es un virtuoso. Toca canciones de los Beatles y yo las canto. Hacemos un dúo guitarra-ukulele para “Love” (la de John Lennon). Yoji nos cuenta que la canción fue inspirada en la simpleza del haiku. ¿No podré cantar así por siempre? ¿No podré cantar aquí por siempre?

どこでも
どこへも

Okayama. Himeji. Kobe. Yokohama. Tokio. Pestañeos vistos por un resquicio. Y de repente se acaba, inexplicable como todos los sueños. Hace frío.

[ Meditação — João Gilberto & Caetano Veloso ]