Archive for the 'música' Category

2013-08-08 (Karaoke)

Nos volamos de una conferencia aburrida y nos sentamos en una banca a hablar. Cambiamos de sitio a medida que el sol hallaba nuevas maneras de colarse entre las ramas de los árboles. Nos deteníamos cada vez que pasaba un hurón.

Reaparecimos en el salón de convenciones al final como para dar a entender que siempre habíamos estado ahí. Luego nos fuimos a un karaoke japonés. Canté “Yume” (夢) después de años de no poder hacerlo. Años sin karaoke. Estaba que no podía de la emoción. Resultamos compartir el amor por Billy Joel y los Ulfuls. Pocas veces encuentra uno tanta sintonía en gustos musicales. O no sé ustedes, pero esa es una categoría en la que suelo sentirme aislada (¿como en casi todo?). De pronto nací en la década equivocada y me toca corregir el error hablando con alguien de la década correcta.

El bus 13 pasó rapidísimo por la Avenida Kuhio cuando salimos del lugar. Nos despedimos aprisa, tal vez demasiado aprisa. Quedé triste todo el resto del camino.

2012 (Reprise)

Tanta angustia del mundo con los finales y yo acá sintiéndome en plácida continuidad. La gente me pregunta qué hay de nuevo pero yo no tengo nada que contar. Nada. Bueno, sí, abandoné las oficinas, pero ese había sido un paso fugaz en todo caso. Después de 2010 y 2011 los viajes se sienten escasos e inusitados (Arauca – Pereira – Pittsburgh – La Dorada – Arauca – Valparaíso – Viña del Mar – Reñaca – Santiago – San Francisco – Pittsburgh – Barrancabermeja), pero no me he detenido y eso me mantiene más o menos cuerda.

En realidad me la he pasado pensando, curándome de la herida que dejó Japón, tratando de entenderme a mí misma. Llegué a la conclusión de que a pesar de mis sueños adolescentes no soy escritora ni lo seré, y esa decisión me ha traído una enorme tranquilidad. Aprendí a tejer. Dibujé un poco. Me llené de cosas que quiero hacer el próximo año.

Por otro lado, vi en vivo a Paul McCartney y a Raphael. También recibí una (breve) visita desde Tsukuba que terminó de convencerme de que el corazón roto post-Japón ya está mucho mejor (y debería dejar de huir). Y para rematar, tuve la oportunidad de pasar tiempo con Azuma y Rini una vez más.

(Y las manos de Cavorite y la sonrisa de Cavorite y la voz de Cavorite y hacer mercado con Cavorite y San Francisco y Pittsburgh con Cavorite.)

Me siento rara esperando a que den las 12 y comience algo nuevo. Quiero irme a dormir para que todo continúe y siga evolucionando. Hasta ahora va bien.

Catorce de septiembre

  1. Acabo de pasar poco más de semana y media en un estero trabajando para una especie de Marlon Brando maduro pre-gordura (y su hijo tímido). Coqueto mas no asqueroso. La despedida fue inusualmente dramática. ¿Ampliación de la noticia? Después, tal vez.
  2. Volví del pantano justo a tiempo para asistir a un concierto de Raphael con mi mamá. Conseguimos las mejores sillas de todo el teatro. Lo tuvimos bien cerca. Las mujeres le gritaban “papacito”. Cantó “Payaso”, mi canción preferida, pese a que yo no la esperaba en el repertorio. Los dioses de los conciertos me tratan bien.
  3. Regresé a Twitter. La cantidad de gente que reapareció en el panorama fue como la escena de Encuentros cercanos del tercer tipo en la que el ovni aterriza, se abre la compuerta y sale un montón de personas que se habían perdido hacía muchos años. Demasiadas personas. No quiero seguir teniendo una lista de relaciones de mentiras. Si apenas nos leemos (sin mayor interés) y nunca nos decimos nada, no tiene caso mantenernos al tanto de nuestras vidas. Tal vez en últimas Twitter no sea para mí, quién sabe.

Mi heroína: La Tigresa del Oriente

Les voy a contar por qué La Tigresa del Oriente es mi heroína. No, no se trata de un gustico irónico para animar fiestas de apartamento. Lo digo en serio.

Judith Bustos tenía un trabajo perfectamente aceptable como maquilladora, y no estoy hablando de una vida hojeando revistas mientras llega la clientela del barrio, no: los grandes imitadores de Frecuencia Latina le deben mucho a su destreza, y hasta Raffaella Carrà pasó por sus manos. Sin embargo, ella tenía un sueño: ser cantante. Aquí es donde entrarían los líos de talento, belleza y demás que desaniman a cualquiera, pero ¿ustedes creen que le importó algo de eso? La respuesta es obvia. Cuando el video de “Nuevo amanecer” salió, en 2006, ella ya tenía 62 años, una voz desagradable, nulo sentido del ritmo y las blandas carnes amarradas a como diera lugar. Y triunfó, fíjense.

Yo también me burlé mucho aquella semana de 2007 en la que pasé una inoportuna convalecencia viendo todos y cada uno de sus videos. Pero luego recapacité. Ustedes podrán decir que el fenómeno es apenas un accidente morboso de YouTube, pero tengan en cuenta que todo empezó con varios videos de bajo presupuesto en el Amazonas peruano, de los cuales uno terminó pegando. Es decir, esto no fue una casualidad, no fue “Friday”: ella se esforzó y repitió el ejercicio hasta que dio resultado. El morbo y las críticas están de más porque el éxito es incuestionable.

Una persona que no olvida lo que realmente quiere en la vida pese a que ya ha logrado hacer algo bueno, ignorando los obstáculos de edad y talento, del deber ser, merece toda mi admiración. Quiero seguir su ejemplo y ponerles disciplina a las cosas que me gustan, hacerlas sin pensar que no sé del asunto. No sé a quién le pueda gustar genuinamente la música de Judith Bustos; seguro hay alguien, si para todo hay público. El punto es que ella es la prueba fehaciente de que todo es cuestión de perseverancia.

Olímpicos

Cada vez que leo la palabra “olímpicos” me acuerdo de una anécdota buenísima de mi hermana, pero no tiene gracia escribirla. Tiene algo que ver con un juego, unos pinos de esos que se podan en formitas, un mal cálculo de fuerza y un carro. Y, lo más importante, con el grito de guerra “¡olíiiiimpicooooooos!”. Un día les cuento, pero tiene que estar mi hermana presente porque sin su risa descontrolada no es lo mismo.

Ayer se acabaron los Juegos Olímpicos. A mí me gustó un montón poder ver tantas variaciones de lo que se resume en gente tratando de hacer cosas extraordinarias con su cuerpo. Darles a las piernas la cualidad del rayo (muy apropiado cuando se tiene el apellido Rayo), saltar como desafiando la falta de alas, dominar el agua, contorsionarse mil veces para verse hermoso durante apenas un instante. Me gustan los Juegos Olímpicos porque traen a colación aspectos muy básicos del ser humano. Le rendimos culto al fuego y en torno a él nos inventamos un conjunto de reglas para que alguien sea declarado el mejor del clan y reciba un objeto brillante. El tiempo podrá pasar y nosotros nos sentiremos más evolucionados, pero nunca dejaremos de acudir al llamado de los especímenes alfa y los misterios de la luz.

Por lo demás, siempre es bueno que aparezca periódicamente un elenco de ejemplos inspiradores para salir a correr al parque y no rendirse a media marcha. Obviamente son ejemplos que uno no podría igualar, ni siquiera acercárseles, a no ser que uno volviera a nacer y en la nueva vida supiera apreciar la clase de educación física y no fuera de esos niños a los que les bastan una agenda y un esfero para quedarse quietecitos en las salas de espera. Pero bueno, ya no hay nada que hacer. Sigamos saliendo al parque, que de Londres nos trajeron además una buena banda sonora para darle otra vuelta.

Clics nerviosos

Ya es julio. Qué terrible. No sé por qué es terrible pero lo es. Comenzar de nuevo, no haber escrito lo suficiente, no haber escrito lo que quería escribir. Ya es la segunda mitad del año, ¿no? ¿No era este un año nuevecito? Tener sinestesia no ayuda porque julio es el mes más soleado y luego sigue agosto que es sombreado, y luego siguen los meses oscuros. Lo peor es hacer un balance del medio año y preguntarse si uno ha hecho algo. ¿He hecho algo? ¿Qué de lo que he hecho clasifica como algo?

***

En vista de que suelo perder mucho el tiempo para evadir lo que realmente quiero (y debo) hacer, he decidido darme a la tarea de observar cuidadosamente mis movimientos en Internet. El resultado es que tengo fugas en dos puntos: los comentarios de las noticias (no en periódicos colombianos) y las críticas de cada episodio de ciertos programas de televisión con sus respectivos comentarios. Como es de esperarse, nada de esto se me queda en la cabeza, pero sigo preguntándome por qué la gente se identifica tanto con personajes tan incapaces de cualquier cosa.

Por otro lado, apenas empiezo a pensar que tengo que empezar la tarea, empiezo a hacer clic por todo lado y salto entre Twitter, Tumblr, Facebook, Flickr, Formspring, un blog que miro pero no leo con detenimiento y The Guardian. Le he dado a este fenómeno el nombre de “clics nerviosos”. No sé cómo será fumar, pero algo debe tener en común con las ansias de interacción e información. Debe haber estudios al respecto. El caso es que no quiero más de eso.

Estoy identificando parches de tiempo libre que parece que no tuviera porque se van en clics nerviosos e intento llenarlos con sesiones de lectura de libros de verdad, dibujo y práctica de ukulele. Ya saqué un nuevo video musical después de varios meses, así que supongo que el plan está rindiendo fruto. Sin embargo, todavía no canto victoria. Este es apenas el principio de un proceso largo y difícil; no hay enemigo más poderoso que la propia mente.

Magical Mystery Tour

1.

No sabía que fuera a gritar tanto cuando lo viera aparecer en la tarima. Pensé, sintiendo mi propio descontrol, en las fans en Shea Stadium y supe que ellas y yo éramos exactamente iguales. La fiebre no ha mermado en cincuenta años.

2.

Paul abrió el concierto con “Magical Mystery Tour”. Estaba coreando, alegre apenas, cuando hubo un relámpago dentro de mi cabeza, y por un instante ya no estuve en El Campín sino en un Fiat Polski 1975. Tenía catorce años, iba hacia Anolaima con mis papás y mi hermana y estábamos cantando esa misma canción, que salía de un cassette doble de caja azul que yo había logrado comprar con mis ahorros. En ese instante entendí. Mi adolescencia no había sido triste, aún con las fiestas insufribles y los comentarios sobre mi cara y mi cuerpo y el abismo entre mis coetáneos y yo, porque yo tenía a los Beatles. Sus canciones eran toda mi felicidad y mi refugio.

Volví a 2012. Y lloré y lloré y lloré.

3.

“Hope of Deliverance” no figuraba en la lista de ninguno de sus conciertos anteriores. Yo ya estaba resignada y pensaba darme por bien servida con “Nineteen Hundred and Eighty-Five”, que es un descubrimiento reciente en mi vida —¡pasa el tiempo y Paul no se agota!—. Pero entonces tomó la guitarra acústica y anunció que ahora venía una novedad en la gira. Y la tocó. ¡La tocó! Nunca antes, solo entonces. Ahí. Conmigo. Para mí. Con esa canción Paul reafirmaba una promesa: me decía que su música estaría ahí para mí por siempre. Mi felicidad y mi refugio, toda la vida.

Lana Del Rey

Ella es el tema de moda, la nueva estrella que amamos odiar. ¿Una Rebecca Black con más dinero y mejores compositores? Que la avispa de la silicona le picó los labios, que en realidad se llama Elizabeth Grant, que nadie se hace así de famoso de la noche a la mañana, que en Saturday Night Live hizo el oso. No importa, realmente. Ya Liz Phair la declaró heredera del rock feminista de la tercera ola (¿y Le Tigre qué?), así que yo no tengo mucho que hacer por acá. Pero la verdad es que yo no estoy aquí solo para decir que también tuve algo que ver en la polémica, sino que tengo que mostrarles algo que probablemente no se esperaban si los han tenido aburridos a punta de “Video Games”: vintage Lana Del Rey (si es que me puedo permitir el uso de tal término).

Lo que viene a continuación es algo que encontré en la barra del lado de YouTube después de repasar “Born to Die” como por quincuagésima vez —me encanta, es como un tesoro muy sencillo escondido bajo muchas capas de orquesta—. Esta vocecita tan distinta de la Jessica Rabbit que conocemos ahora tiene una cualidad yokoonesca medio hipnótica que desafortunadamente (?) desapareció en la siguiente encarnación de la cantante. Dejaré que ustedes decidan cuál Lana Del Rey les gusta más. Yo voy como en buffet, degustando un poquito de cada una y encontrándoles sabor a ambas.

De ñapa les dejo otra canción temprana de Del Rey aquí. Y si por casualidad no tienen idea de quién es Liz Phair, guarden esta para darse ánimo la próxima vez que se pregunten qué diablos les hace falta para que les ponga cuidado esa persona que vienen stalkeando desde hace rato.

This Is an Advertisement

He decidido continuar con este ciclo de recomendaciones musicales inútiles. La culpa esta vez se la pueden echar a Andrés Villaveces, con quien estuve hablando de música finlandesa hoy. Me gustaría contraatacar con mi colección de luminarias de Eurovisión, pero me contendré. Además, lo que les quiero mostrar ni siquiera es de Finlandia sino de Islandia. El mismo frío, dirán algunos. El mismo frío pero menos diéresis. En fin.

Lo que les presento en esta ocasión es un grupo del que no sé nada y probablemente nunca llegue a saber nada salvo que ya no existe. Se llama(ba) Jakobinarina y no sé cómo demonios se atravesó en mi camino con este simpático numerito tan apropiado para los que trabajan (¿trabajamos?) en el gremio publicitario. Con ustedes: “This Is an Advertisement”. ¡Disfrútenlo!

El regreso de Butterfly Boucher

Desconozco la utilidad real de recomendar música al público de Internet. Sin embargo, hoy quiero dármelas de reportera de la vanguardia musical y contarles que Butterfly Boucher, cantante australiana de la que hablé con mucho entusiasmo hace años, está sacando un nuevo disco este mes. (Fe de erratas: lo que sale ahorita es el sencillo, pero el disco sale en abril. Así de aguda ando cazando noticias.) Su nuevo sencillo, “5678!”, se puede escuchar aquí. También, para el que no sabe por qué me gusta tanto: un par de muestras de sus trabajos anteriores. No sé cómo continuar este post. Sé cantar pero no sé cómo convencer a nadie de que tal cosa es digna de probar. Yo por lo general no escucho nada de lo que ponen por ahí, todos esos nombres tan deliberadamente clever y los arreglos tan iguales y las gafas grandotas con barbas colgando en cuerpos enjutos forrados a cuadros con cara de estar llevando la guitarra a hacer fila en un banco. A Butterfly no recuerdo cómo la conocí, pero supe que me pertenecía desde siempre. Un ex novio que la había escuchado me repetía a modo de recriminación en plena ruptura “never leave your heart alone“, y yo escuchaba la canción y no entendía, no entendía a qué venía esa línea. Butterfly era solo mía, no podía traducirse en la tristeza de otros. Eso me gusta de su música, el egoísmo con el que puedo asimilarla. Pero ahora, adelantándome a todos —aunque dudo que haya muchos codazos alrededor— me dispongo a compartirla tímidamente. O eso acabo de hacer.