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La bonanza del tiempo

Últimamente me encuentro con más tiempo en mis manos porque mi trabajo ha cambiado un poco. No sé si esto sea temporal, pero se siente extraño no dedicarle cada segundo de mi vida a traducir contrato tras contrato tras contrato. Hace un año no podía darme ni un respiro. Ahora me doy cuenta de que hay que aprovechar esta bonanza del tiempo.

No sé en qué momento, tal vez hoy mismo, vi un chispazo de una vida anterior donde escribir de largo era una actividad deseable. Puede haber sido cuando vi una serie de fotografías de los habitantes de un dormitorio estudiantil, jóvenes, en pasillos y camarotes, y luego adultos, más o menos emulando la escena original, despojados de algo que no podía señalar con exactitud. O tal vez fue cuando me encontré por casualidad con un tesoro de fotos olvidadas que había tomado con un celular viejo, y la joie de vivre de la juventud me dio de lleno en el rostro. Un ukulele nuevo en la playa. Un karaoke. ¿Qué quería yo en ese entonces?

¿Qué quería yo?

¿Qué remordimiento me queda del pasado? ¿Qué dejé de hacer en mi infinita procrastinación que podría aprovechar para hacer ahora? Estoy analizándolo todo como si me hubiera ganado la lotería y ahora tuviera que tomar decisiones inteligentes sobre cómo invertir el premio. Sacarle la herrumbre a mi japonés semiabandonado podría ser una buena opción. Dolorosa, eso sí. Retomar el ukulele. Volver a dibujar. Intentar por enésima vez volver a ser yo en vez de una silueta con mi nombre.

Así que heme aquí, no tan sonriente como en aquellas fotos desenterradas, con un montón de tiempo en mis manos, algo de nervios y poca fuerza de voluntad. Heme aquí pensando en emular la felicidad del pasado, pero despojada de algo que no podría señalar con exactitud.

Laringofaringitis y blefaroconjuntivitis, parte 2

Escribo esto porque por alguna razón me parece divertido hablar de mi salud y procedimientos médicos. También porque me sorprende el alcance de las enfermedades respiratorias.

Después de las aventuras sin voz y sin ojos, resulté sin oídos. Esto no ha sido tan grave como lo anterior, no he tenido que quedarme en casa ni dejar de trabajar, pero cuando uno es intérprete y no oye bien, la cosa se vuelve un poco angustiante. Pues bien, mi mamá me dijo que no le diera largas al asunto y fuera al otorrinolaringólogo lo más pronto posible. Ir al otorrinolaringólogo es chévere porque uno no tiene muchas oportunidades en la vida para incluir la palabra “otorrinolaringólogo” naturalmente en una conversación. El doctor me examinó y me mandó a hacerme una audiometría urgente.

Me hicieron tres exámenes: uno para verificar el estado de mis tímpanos, la audiometría propiamente dicha, donde me pusieron a oír pitidos, y una logoaudiometría, donde me pusieron a repetir palabras. Si no pasaba la logoaudiometría podría decirse que qué rayos hago en el gremio de la interpretación. La posibilidad de estar quedándome sorda me tenía nerviosa, pero afortunadamente todo salió bien. Ahora que se ha descartado una falla auditiva, lo más probable es que sea un problema nasal lo que me está bloqueando intermitentemente el oído medio. Tanto el otorrinolaringólogo como la audióloga me dijeron que todo esto puede venir de la laringofaringitis de hace unas semanas.

Después de darme los resultados y su parte de tranquilidad, la audióloga me recomendó que repita estos exámenes cada año y en lo posible nunca use audífonos. Pensé entonces en lo afortunada que soy al haber quedado un poco por fuera del radar en el mundo de la interpretación simultánea. Siempre le he temido a ese riesgo laboral.

Por su parte, el otorrinolaringólogo dice que la única manera de llegar al oído medio es a través de la nariz, así que me mandó unas gotas que debo dispararme en cada fosa nasal dos veces al día para desinflamarlo. Destapan todo tan bien que siento que al respirar se me enfría la parte de atrás de la lengua.

Work-Sister-Work

Pensaba que había sido tan de malas que justo durante la visita de mi hermana es que me toca hacer esta traducción terrible que absorbe toda mi vida. Pero en realidad soy de buenas porque puedo distraerme y ver películas con ella en vez de dejarme llevar del todo por el vórtice de la ocupación. Yo me conozco. En cierto modo, ella me está salvando de convertirme en la versión hikikomori trabajadora de Tom Hanks en Náufrago. Hoy aproveché que me rindió muchísimo haciendo el capítulo más largo de todo el libro y vimos juntas los Premios Oscar. No he visto ninguna de las películas nominadas, pero bueno.

Empieza la recta final del trabajo. Estoy animada. La próxima semana estaré confundida con tanto tiempo libre.

N2合格

En diciembre del año pasado presenté el examen internacional de japonés, siguiendo el consejo (¿la orden?) de la Señora Sakihara, de la Embajada de Japón. Luego me olvidé del asunto, convencida de que lo había perdido.

Hoy, por casualidad durante una conversación sobre el aprendizaje de idiomas, me enteré de que ya habían salido los resultados. Mucho antes de lo que esperaba. Seguí el link que me dieron y consulté mi puntaje, con la absoluta certeza de que no había pasado. No sería grave. Tendría todo un año para prepararme y volver a intentar.

Pues bien, pasé.

Estallé en carcajadas de la incredulidad.

Nota aparte: Hoy me tocó hacer traducción simultánea de un par de capítulos del Profesor Súper O. La audiencia quedó encantada.

Traductora oficial de día, dibujante de noche

Es 2016. Ya es tarde para decirle “feliz año” a la gente. He estado haciendo trabajos largos y cansones, lo cual es algo bueno para enero, que suele ser un mes de vacaciones forzadas. Hace sol como nunca en Bogotá pero me la he pasado en un apacible encierro frente al computador. Hace rato no escribo, así que no sé cómo hablar bien de lo que ha pasado este mes. Supongo que será ir al grano.

Pasé el examen de traductor oficial. Aún no digo “soy traductora oficial” porque me faltan algunos trámites burocráticos para hacer efectivo mi nombramiento. No he digerido aún la noticia. Se siente muy raro porque le estuve haciendo el quite al examen durante muchísimo tiempo y, de repente, ¿qué? ¿Esto pasó? ¿Presenté ese examen que decía que nunca iba a presentar porque para qué? ¿Y no lo perdí? ¿Y ahora puedo hacerme llamar traductora oficial? Supongo que ahora debo celebrar, pero no he tenido tiempo por estar encerrada haciendo traducciones. Así es la vida.

Por otro lado, hace poco me puse a experimentar con un nuevo software de traducción asistida, por sugerencia de Cavorite. Me acerqué con cierto escepticismo, pero funcionó lo más de bien y casi me echo a llorar de la emoción de lo rápido que me vi despachando un trabajo larguísimo. Sin embargo, de repente me tropecé con un bug medio grave. Dejé un mensaje al respecto en una cajita de preguntas y pronto resulté chateando con alguien muy amable y dispuesto a ayudar de inmediato pese a que el proceso de resolución del problema fue bastante largo. Qué buen servicio al cliente, pensé. Le conté a Cavorite. Me dijo que había estado hablando con el dueño de la empresa. Oh.

Ese debería ser el final de aquel simpático episodio: Olavia Kite chatea con dueño de startup sin darse cuenta. Pero no. En algún punto de nuestro extenso intercambio de mensajes aclaré que Olavia no era mi verdadero nombre sino mi seudónimo “para asuntos artísticos y de Internet”. Jajaja. Artísticos. Sí, sobre todo. En fin.

Días después, recibí otro mensaje del dueño de la aplicación: había visto mis dibujos y estaba interesado en que yo hiciera una viñeta de cómic para las redes sociales de su empresa. WHAT.

Aquí volvemos a las noticias difíciles de digerir. ¿Realmente pasó esto? ¿Realmente ocurrió que alguien me pidió que dibujara tal como dibujo y me va a pagar por eso? Pues sí, amigos. Eso es lo que está sucediendo ahora. Supongo que, ahora que he cruzado la línea entre el pasatiempo y el trabajo, ya puedo hacerme llamar dibujante.

Así que ahora soy Olavia Kite: traductora oficial de día, dibujante de noche. Nada mal para comenzar el año. Nada mal.

El dueño de todos los azules

En un edificio esquinero vive el dueño de todos los azules. Desde allí trabaja con palabras. Podría decirse que él y yo estamos ubicados en puntos diferentes de la misma cadena de producción: yo transformo y él pule lo transformado. Sin embargo, pertenecemos a fábricas distintas, la de él mucho más glamorosa que la mía.

He sido invitada a hacer mis tareas en su casa. Me acomodo en una mesa con frascos llenos de lápices de colores. “Portalápices”, corrige él. En uno de ellos hay un ramillete enorme de todos los tonos posibles de azul. Nunca había visto algo así en un lugar que no fuera una papelería.

Lo mejor de los colores son sus nombres, reflexiono. Una vez me compré un esfero solo porque la etiqueta lo describía como “Pompadour”. En algún momento le doy a elegir a mi anfitrión algunas de mis postales de Pantone como regalo. Él escoge “Petit Four” y “Willow Bough”. Ahora puede hacer un bosque.

El dueño de todos los azules lanza expresiones como “objeto de su animadversión” en una conversación casual. Se me ocurre que quizá no solo le pertenecen todos los azules, sino también todas las palabras. Tiene bonita voz.

A veces pienso en la diferencia de ritmos que hay en lo que hacemos, mi tecleo frenético contra su lectura cuidadosa. Tal vez eso explica la música diametralmente distinta que escuchamos mientras estamos ocupados. Menos mal existen los audífonos. Para rematar, yo bailo en la silla sin dejar de teclear y rompo en canto cuando suena algo que me gusta y me sé. No le recomiendo a nadie trabajar cerca de mí.

El día pasa y yo sigo en mi puesto, amarrada a un manual de etiquetado para electrodomésticos. De cuando en cuando me desespero y tomo el cuaderno de dibujo. Frente a los atados de lápices de colores voy armando una sombra de tinta negra cada vez más grande. No tiene mucho sentido envidiar al dueño de todos los azules desde esta oscura monocromía en la que me siento cada vez más cómoda. Pero no deja de ser fascinante.

Vuelvo a mi casa. Hablamos brevemente por teléfono. Le digo que se tome un té antes de dormir. No soy capaz de sugerir que nos veamos de nuevo.

Isolation, Miscommunication, Hibernation

Siento que llevo toda la semana sin poder hablar bien con nadie. No salí de la casa por varios días porque estaba traduciendo una serie de textos densos, en algunos casos casi ilegibles. Misaki no está. Por alguna razón las personas con las que suelo hablar por Internet se manifestaron mucho menos de lo normal. Durante un par de horas —¡horas!— me dediqué exclusivamente a cambiar de lugar puntos y comillas. Llegó un momento en que me miré al espejo y me vi tan olvidada de mí misma que decidí maquillarme como recordatorio de que aún soy un ser humano.

Cuando por fin pude salir de mi encierro, me encontré con mis amigas y fuimos a un restaurante ruidoso donde me la pasé asintiendo no más porque no las podía oír bien. Y encima le robaron la cartera a una de ellas. Regresé a casa y le conté a mi mamá algo importante y ella me respondió con algo que no tenía nada que ver. Me fui a dormir de mal genio.

Soñé con palabras en japonés. Soñé que no sabía cómo se dice “rendir tributo” en ese idioma. Soñé con el kanji 定. Soñé que me delineaba los ojos de afán pero no me quedaba mal. Entre sueño y sueño alcanzaba a pensar en el robo de anoche, y que ordenaría un poco mi cuarto al despertar.

El celular sonó. Tenía un mensaje. Decidí mirar a ver qué era y levantarme. Deben ser por ahí las 10am, pensé.

4:30pm, decía mi celular.

¿Se había dañado?

No. Eran las 4:30pm.

HABÍA DORMIDO DIECISÉIS HORAS SEGUIDAS.

Estoy muy confundida. Extraño hablar. Me siento aislada. Perdí un día entero. Quiero hacer algo con alguien y que no termine en tragedia.

Una amiga de mi curso de Hawaii comentó que tal vez eso era lo que mi cuerpo necesitaba, porque “el cuerpo sabe”. Recordé entonces que el día anterior había estado despierta desde las 3:30am y que las últimas semanas había estado trabajando mucho y durmiendo muy mal. Tarde o temprano me iba a tocar rendir cuentas. Al parecer ese día fue hoy.

Le dije a alguien que odiaba haber perdido el día porque “quería descansar hoy”. “¡Pero eso fue exactamente lo que hiciste!”, respondió. Oh.

No fue una premonición

Anoche soñé que todo lo que podía salir mal en el trabajo salía mal. Llegaba tarde, no encontraba el lugar, no podía escuchar bien porque había gente charlando a mi alrededor, repetía lo que el orador decía en vez de interpretar, no podía ni siquiera manipular el micrófono y todo el público me oía insultar a los distractores.

Entonces enfrenté la vida real con mucha cautela. Llegué tempranísimo y me puse a estudiar la presentación que me mandaron a última hora. Cada paso que fue saliendo bien fue un alivio, aunque estoy enferma y por momentos, durante la charla, sentí que se me apagaba el cerebro. Clic-clic, como cuando se va la luz momentáneamente y uno se ha perdido un gesto de alguien.

 

弾力のある私

Mi vida parece encogerse y expandirse al ritmo de mis trabajos de traducción. No sé por qué me asombra, pero a veces estoy metida en un proyecto grande en el que solo puedo pensar en, digamos, nombres de clases y partes de electrodomésticos y de repente recuerdo que existe otro yo que toca ukulele, hace dibujos, planea viajes y lee con paciencia un libro de cuentos en japonés. Pero ese yo no puede regresar hasta que el otro, versión limitada, no cumpla su misión de pasar todos esos nombres de clases y partes de electrodomésticos a otro idioma.

Creo que disfruto la sensación en retrospectiva. Olvidarme de muchos aspectos de mí misma, reducirme a equivalencias, a pesquisas de palabras que designan cosas que siempre vi pero nunca se me ocurrió nombrar. Pero solo en retrospectiva.

Hoy terminé un trabajo larguísimo y sumamente tortuoso unas horas antes de lo previsto y fue como si me hubieran sacado de prisión de repente y dejado a la orilla de una carretera en el desierto. ¿Y ahora qué? Sé perfectamente qué, pero no estaba preparada para volver a ser yo tan pronto. Sin embargo, es algo que anhelo cada instante mientras trabajo. Crecer y recuperar mi tamaño original; ese que ocupa tanto espacio, tantos espacios.

2014 (Reprise)

Cartagena – San Francisco – Point Reyes – Sonoma – Pescadero – Santa Cruz – Davenport – Isla de Pascua – Medellín – Popayán – Cali – México, D.F. – Teotihuacan – San Francisco – Point Reyes Station – Marshall – Santa Cruz – Villa de Leyva – Ráquira – La Dorada.

Qué año tan plácido. Plácido o falto de emoción. Feliz. Un año de depuración. Me deshice (y me sigo deshaciendo) de un montón de cosas que no necesito en mi vida. Objetos, vínculos, hábitos. Hasta peso perdí.

Mi vida laboral sufrió un sacudón violento pero necesario. Tomé un curso de interpretación médica. Conocí a Michael Sandel, a Ken Segall y al inventor de la kinesio tape. Estuve en un almuerzo con Joe Sacco y me dijo que soy muy buena intérprete. Manuele Fior me dio un beso en la mejilla.

Armé un mueble con Cavorite. Probé quesos y cervezas con Cavorite. Me fui de roadtrip con Cavorite. Estuve en un concierto de Franz Ferdinand con Cavorite. Comí ostras recién abiertas por Cavorite. Recogí fresas en un huerto junto al mar con Cavorite. Me enfermé del estómago y casi me desmayo encima del lecho de muerte de Frida Kahlo pero me cuidó Cavorite. Tengo mil y un recuerdos felices con Cavorite.

También hubo momentos dolorosos. Me fui entre una zanja en México y de milagro no me partí la pierna. Misaki tuvo un accidente y perdió un ojo. Sin embargo, ver How to Train Your Dragon me ayudó a entender que estará bien, que de hecho ya está bien y debo estar feliz de seguir con ella. Tener un perro es hermoso y durísimo al mismo tiempo.

Y como siempre, la sensación de continuidad. Nada empezará para mí cuando despierte mañana: volveré a la casa a cantar como siempre, a dibujar como siempre, a trabajar como siempre. Estoy muy contenta, a decir verdad.