Monthly Archive for March, 2011

La corriente del miedo

Yo no debería estar hablando de esto. Debería estar hablando de las casas holandesas y el hipocentro de la bomba atómica y el kakuni de cerdo que es la comida más deliciosa que se han inventado en todo Japón. Sin embargo, descansando en Dejima bajo un sol esplendoroso recibí noticias y el panorama del viaje cambió: ya no era paseo sino escape. Desde entonces llevo varios días huyendo y ya no sé de qué huyo. Ya huí de mi casa inestable, ya huí de la falta de agua, huí del hambre, del racionamiento de energía, del aislamiento, de la radiación, del pánico general.

Cuando Azuma y yo bromeábamos acerca de la posibilidad de un terremoto como el que acaba de ocurrir, yo siempre decía que a mí no me daba tanto temor el sismo en sí sino la reacción de la gente. Y no me equivoqué. Si bien no hubo estampidas humanas, los días siguientes han traído consigo la saturación de imágenes dramáticas, el amarillismo, las alertas sobre amenazas inciertas. La región de Kanto se va desocupando y pueblos de por sí escasos de gente como Tsukuba se convierten en paisajes fantasmagóricos. Es difícil establecer el límite entre la verdad y el terror.

Tarde o temprano tendré que regresar a Tsukuba y constatarlo todo por mí misma. Hasta entonces, existe muy poco de lo que yo quiera enterarme, más allá de que las líneas de tren corren y habrá con qué preparar las lentejas que me alimentarán hasta que regrese a Colombia. El nudo en la garganta no me lo ocasionan las réplicas ni las centrales nucleares, sino la gente. Me preparo, pues, para nadar contra la corriente del miedo.

一人旅 (2)

Antes de salir de Kioto, Ueo me dio desayuno y estuvimos charlando un rato. Hablamos de cómo se siente vivir en Tsukuba y de los letreros en inglés en Japón. Ueo es una gran persona y me alegra que María Lucía haya dado con alguien así, no solo por ella sino también por nosotros que tuvimos la oportunidad de conocerlo. Cuando nos despedimos me dijo, haciendo alusión a la conversación anterior, “enjoy your happy life”.

El trayecto Kioto-Kobe-Nagasaki fue silencioso y azul. Tanto mar y cielo y letreros.

一人旅 (1)

Estoy en Kioto, en casa de María Lucía. Es mi casa favorita en Japón, creo. La luz tenue de la sala me hace pensar en películas viejas con personas en kimono. Estoy despidiéndome, se supone. Es un paseo agridulce.

A María Lucía la conocí hace un año y un par de días. Sin más referencia mía que mi blog y el hecho de ser la persona que se la pasa peleando con j., me invitó a quedarme en su antiguo apartamento a ver si por fin le daba la cara al señor que andaba de visita por las islas. Y vaya si se la di. Cara de bofe todo el santo día. El problema se solucionó eventualmente en un karaoke, pero esa es otra historia. Desde entonces tengo la impresión de haber visto seguido a María Lucía y el genial Ueo, si bien en un año no se puede andar saltando Ibaraki-Kioto-Ibaraki tantas veces.

En esta ocasión fuimos a un izakaya con afiches de Star Trek. Se supone que hubo un intento de emborracharme, o eso dicen porque no me di cuenta. Al otro día María Lucía me llevó al Castillo Nijo, me contó el episodio de las rusas obscenas que amenizaron la última visita de j., me dio chocolatina Meiji (nunca falta), me paseó por un complejo de templos donde no sabíamos si estábamos escuchando campanas o ecos de las rejillas en el piso, y preparó un donburi de aguacate y maguro que fue la cosa más espectacular del planeta. Me habría gustado mucho haberla paseado por Tokio alguna vez y haberle contado algo de lo poco que sé sobre la ciudad.

Notas:

  1. El piso del Castillo Nijo tiene un dispositivo de seguridad que lo hace chirriar de una manera muy peculiar cuando uno camina sobre él. Tecnología Tokugawa.
  2. Los ciruelos en flor son lo más hermoso que tiene Japón.
  3. Cada vez estoy más convencida de que debo volver a este país, así sea de paseo. La sola idea quita el mal sabor de lo que está por llegar a su fin.
  4. Ya no sé si vivo acá o si estoy en un viaje largo.

天気予報

El informe del estado del tiempo dice que el clima nunca mejorará. Dice que el gris durará por siempre y habrá que usar botas de nieve pese a que nunca hay nieve. El informe también dice que nunca saldré de aquí.

Gota

Todos en la familia eran propensos a sufrir de gota. La abuela decía que era algo genético, pero bastaba un vistazo a la mesa dominical rebosante de estofados y embutidos de toda clase para empezar a dudar. “La gota me agota”, suspiraba el abuelo con el pie hinchado levantado sobre un puf después del tinto y echaba a reír. Era el chiste más manido de su repertorio, y cada vez que los nietos lo oían recordaban en qué club, centro comercial o cama no estaban por encontrarse reunidos frente a una poltrona descolorida, observando aquel trofeo que era esa especie de juanete a punto de estallar. El otro chiste común era el del cochinito travieso, una tortura larga que le costaría el puesto a cualquier funcionario diplomático en el mundo moderno. Ante ese todos aún fingían reaccionar favorablemente por puro respeto al abuelo, como para reafirmar su autoridad ahora que era todo tos, carraspeo y espasmos. Soltaban una letanía desganada de ja-ja-jas mientras se miraban entre sí cada vez más asustados por la imposibilidad de saber dónde terminaba la risa del patriarca y dónde empezaban los estertores mortuorios.