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2016 (Reprise)

Cartagena – Guatavita – Buenos Aires – Córdoba – San Francisco – Berkeley – McKinleyville – Cave Junction – Portland – Sacramento – Chicago – Lake Geneva – San José – Berkeley – Santa María – Aquitania – San Francisco – Santa Bárbara – Ventura – Los Angeles – Joshua Tree – San Diego – San Francisco – Berkeley – Arequipa – Buenos Aires.

Hace unos años me angustiaba pensar que después de Japón yo nunca fuera a volver a viajar tanto como en los años que pasé allá. Este año demuestra una vez más que no tenía nada de qué preocuparme. Conocí la costa californiana de cabo a rabo (primero hacia el norte, luego hacia el sur), volví a Chicago después de trece años, tuve una simpática aventura aérea gracias a la cual casi no llego a Córdoba (Argentina), comí hasta reventar en Arequipa y ahora estoy cerrando el año en Buenos Aires, donde me estoy derritiendo del calor.

2016 fue “el año de arreglar cosas”. Después de la sanación espiritual tan enorme que fue el viaje a Japón sentí que era ahora podía empezar a reparar todo el resto de cosas que me molestaban de mi vida. Tomé un curso de francés, empecé un tratamiento de depilación láser, pasé de hacer cero ejercicio a algo de ejercicio y leí más libros. Todavía quedan asuntos por abordar, pero siento que voy por buen camino.

Por otro lado, cerré el año pasado sintiéndome muy adulta al haberme convertido en socia de una empresa, pero en diciembre de este año renuncié a las responsabilidades adicionales que conlleva vivir con un cargo así de glamoroso y volví a limitarme a hacer lo que me gusta: traducir. Es bueno aligerar las cargas y llevar una vida más bien sencilla.

Hablando de aligerar cargas, tengo el firme propósito de disminuir drásticamente mi consumo de información en línea. Los efectos devastadores del consumo masivo de información basura a nivel mundial me tienen asqueada. Por otro lado, mi participación compulsiva en los mecanismos de publicación inmediata de mini ideas me han alejado de la escritura a más largo aliento, cosa que he lamentado mucho. Alejarme de las redes sociales ha sido un proceso lento; intenté cortarlo todo de tajo, pero al cabo de poco más de un mes, cuando ya me sentía triunfante y me disponía a escribir sobre todas las fantásticas lecciones que había aprendido al alcanzar la iluminación post-redes (ya ni recuerdo qué es lo que tanto creí saber en ese momento), recaí con fuerza. Esto no ha sido nada fácil, pero la renovada sensación de soledad me ha llevado a revivir algunas amistades de la vida real que tenía en hibernación. Eso me ha gustado mucho.

Finalizo este resumen con una nota triste: este año murió mi tío abuelo. Murieron dos tíos abuelos en menos de una semana, uno por parte de mamá y uno por parte de papá; sin embargo, la muerte del primero me dio especialmente duro. Nadie vio venir esa ausencia. Siempre lo sentí muy cercano y me reproché no haberlo visitado más seguido. Pero qué sabe uno del porvenir. No queda sino estar lo más que se pueda con los que nos quedan vivos.

Ahora me voy a cenar con mi hermana y mi cuñado. Me despido del año, me despido de mi hermana y mi cuñado y me despido de Buenos Aires. Quiero pensar que la ausencia será breve.

Le quatorze juillet

Esta mañana tomé mi primera clase de francés después de muchos años. Este es mi quinto intento en la vida y estoy peor que nunca. Confundo “il” con “elle”. La profesora me habla y yo me quedo mirándola con ojos entre confundidos y ausentes. Creo que pongo cara de avestruz. Leer números es una tortura porque solo se me ocurren en japonés.

Unas horas después de la lección me di cuenta de que hoy es la Fiesta Nacional francesa. Parecería como si hubiera querido abrir esta etapa con toda la pompa posible. Solo me faltó una cinta de inauguración frente a la parte de mi cerebro donde se van a trazar los nuevos caminos neuronales.

Después de hora y media de errores tontísimos (es una clase privada, así que soy la estudiante que hace el oso el 100% del tiempo), volví a mis labores en inglés y luego me fui a tomar chai con Gianrico. En medio de la tertulia recibí una llamada inesperada de la Embajada de Japón. No se molestaron en decir una sola palabra en español, ni siquiera para preguntar por mí. Entendí todo. Se sintió raro.

Mozartkugeln

Un día, cuando estudiaba en Los Andes, había un corrillo reunido alrededor de una compañera de mi clase de francés. Este recuerdo no tiene un contexto muy claro, así que es como uno de esos cortos institucionales donde hay un pequeño tumulto sin razón en el salón de clases o la oficina y la cámara se acerca para saber qué está pasando. Una de las personas en el grupo se asoma y dice algo relevante para el tema del video. En mi caso, el gran mensaje fue que yo había llegado demasiado tarde y la compañera acababa de regalar el último Mozartkugel que había traído de Austria. Yo no tenía ni idea de qué era un Mozartkugel pero me lo pintaron como el bombón más maravilloso y especial del universo. Me prometí que algún día lo probaría.

El semestre se acabó, dejé de estudiar francés y empecé a estudiar chino, dejé de estudiar chino y seguí estudiando japonés, me fui a Japón, estudié alemán, retomé el francés (“retomé” es un decir; me metí a la clase de pura facilista y no estudié nada), aprendí un tris de italiano, y lo más cercano que vi a un Mozartkugel era el licor de chocolate Mozart que vendían en el Yamaya (la tienda de productos importados) y nunca compré porque siempre me dije al ver las botellas que mejor la próxima vez, y luego la próxima, y así.

El sueño de los Mozartkugeln tenía que desvanecerse tarde o temprano, especialmente con la aparición progresiva de nuevos (y muy tangibles) manjares. Pero de repente, todo este tiempo después, reemergió de la nada. Hoy me reuní con Laura y Kelly, dos amigas con quienes he corrido de aquí para allá en festivales de cómic. Laura había regresado de un viaje a Europa y nos contó que nos tenía regalitos. Hubo cómics y cuadernitos para hacer cómics, pero en la mesa también aparecieron… ¡Mozartkugeln!

No aguanté ni un minuto para comerme el mío. ¡Ya había esperado más de una década! Estaba tan rico como esperaba, tan rico como me habían dicho las compañeras de francés. Con razón tanta conmoción aquella tarde.

Lima, día 2: Gracias a las intérpretes

Desperté en un lugar hermoso. El apartamento adonde había llegado era amplio, luminoso, con muebles bonitos y utensilios de cocina impresionantes. Era el hogar de Ana, una amiga a quien le había escrito para encontrarnos un día pero me propuso que más bien me quedara en su casa y alimentara a sus gatas cada mañana mientras ella volvía de Colombia. Así que lo primero que hice fue buscar el comedero. Me sentí un poco rara de no poder comunicarme con las gatas para que me guiaran al sitio. Me di cuenta de que yo hablo perro pero no hablo gato.

Hacia el mediodía, Manuel (personaje importante de esta serie, ver día 1) me hizo el favor de recogerme y llevarme a la FIL.

La Feria Internacional del Libro de Lima es como un gran laberinto, pero en comparación con la de Bogotá es apenas un pabellón. Igual uno se pierde. Entramos al final de una charla de Matthias Rozes, de L’Association (la editorial de cómic francés). La charla era en francés con interpretación simultánea. Como llegamos tarde, no se nos ocurrió pedir audífonos, pero igual yo entiendo un poco. O al menos eso quisiera creer.

Cuando llegó la hora de las intervenciones del público, un joven de chaqueta de pana que estaba sentado justo al frente nuestro hizo una pregunta larguísima sobre cómo ganar mucha plata haciendo cómics o algo así. No le puse mucho cuidado, la verdad. Matthias se bajó los audífonos y procedió a responder. Era una explicación larguísima. Seguía y seguía y seguía. Y seguía. En francés. Mientras tanto, el pobre preguntador empezó a hacer señas de que no tenía audífonos y no entendía. Miraba a todas partes señalándose las orejas, clamando la misericordia de los organizadores del evento. Matthias seguía hablando. El tipo seguía sin entender ni jota. Finalmente un técnico de sonido se apiadó del joven y le puso unos audífonos en la cabeza. En el preciso momento en que el aparato se posó sobre sus oídos, una voz dijo en español: “gracias a todos por su participación y gracias a las intérpretes”. Y la presentación se acabó.

Estaba que me reventaba de la risa.

De repente, Manuel señala a alguien al otro lado del auditorio y me dice: “¿Esa no es Francesca?”

Flashback (suena uauuuauuuauuua, como en Kung Fu, la leyenda continúa):

En 2011, Olavia Kite llega a Lima por primera vez, en el último trayecto de un tour Argentina-Chile-Perú. El objetivo: visitar a Francisco, uno de sus primeros amigos de Internet. Pronto surge un malentendido y Olavia y Francisco no se vuelven a dirigir la palabra. El problema: Olavia sigue en casa de Francisco y todavía le quedan muchos días en la ciudad. Ya se imaginarán lo divertido de la situación. Entonces aparece Francesca, amiga de Francisco de quien Olavia había oído hablar. Rescata a Olavia. Pasan muchas cosas absurdas y divertidas. Hay pisco sour. El paseo se ha salvado.

(uauuuauuuauuua de vuelta al presente)

¡Era Francesca! Manuel la reconocía porque también es ilustradora. Le hice señas. Menuda sorpresa se llevó de verme ahí.

Apenas se disipó la multitud me acerqué a hablarle. Me hizo muchas preguntas. Alguien de las que iban con ella preguntó si yo dibujaba. Dije que no. “No le hagan caso”, repuso ella. Fue bonito saber que, a pesar del paso del tiempo, todavía nos reíamos como descosidas cuando estábamos juntas. Me presentó a Deborah, su socia, de quien también había oído hablar mucho hacía tiempo. Me contaron que a las intérpretes se les olvidó apagar el micrófono un momento y todo el auditorio las oyó ofrecerse comida.

Salimos de la FIL y Manuel me invitó a almorzar ceviche. Luego me acompañó a un supermercado a comprar una SIM card para mi celular porque este es el siglo XXI y vivir incomunicado ya no es opción. O porque soy una adicta irredenta.

Volví al apartamento y dejé que el día gris se agotara.

Cuatro de mayo

Qué bonito es el campus/fortín de Los Andes. Huele a matas y tiene una vista espectacular de la ciudad. Siempre lo extrañé mientras estuve en Tsukuba, aún con la plena conciencia de que en sus aulas no fui exactamente feliz.

Recorro uno de sus tantos caminos y siento como si hubiera soñado alguna vez que estuve ahí, corriendo del Au al R para no llegar tarde a clase de francés. Fue justo en esa clase que descubrí que no podría convertirme en una de esas personas que funcionan a punta de tinto.

“Nunca te vi”, me dice una recién conocida egresada de la facultad que abandoné. Lo sé, lo sé. Nadie puede dar fe de mi existencia en esos días —¡no sé cómo hizo Gazapos para encontrarme!—. Tuve que irme al otro lado del mundo, a los acantilados sobre la Nada, para poder dibujar algo sobre el espejo.

Tres de mayo: Libros

Mis papás instalaron nuevas repisas para los libros en mi cuarto. Ahora la vigilancia constante de los lomos desde tres de las cuatro paredes causa la impresión de que quien aquí habita gusta de leer o estudió literatura o algo así. No se deje engañar, querido visitante.

***

Hoy empecé (otra vez) a leer Stupeur et tremblements, de Amélie Nothomb. Ya lo había intentado antes, pero en Tsukuba no estaba de ánimo para concentrarme en ningún libro —así que con mayor razón aprecio Seda, Asterios Polyp y When You Reach Me, que fueron los únicos que me lograron sacar del pantano un rato—. Lo poco que había alcanzado a avanzar me servía para fantasear en la Alcaldía mientras repartía venias y cargaba papeles. Ahora voy despacio —mi francés sirve máximo para pedir Orangina en las tiendas—, pero voy.

***

Estaba alistándome para salir por la tarde cuando llegó un mensajero a mi casa y me entregó un paquete. Así, sin mayor explicación, me convertí en la dueña de la última copia en existencia de Lo definitivo y lo temporal, de Javier Moreno. Me siento un poco indigna de este honor, pero bueno.

El ciclo del agua

Volvieron a Kasuga los testigos de Jehová.

Timbraron. Luego golpearon con insistencia. Sonaba como algo importante: acudí. Apenas abrí la puerta maldije mi suerte al darme cuenta de lo que acababa de hacer con mi vida (o los siguientes cinco y diez minutos de mi vida). Eran dos señoras. Les dije que no hablaba bien inglés, así que me entregaron la entrevista Réveillez-vous. La que hablaba —siempre van a lo Equipo Moisés/Aarón— empezó, ni corta ni perezosa, un discurso sobre lo maravilloso que es el ciclo del agua. El agua sube al cielo (“heaven”) y baja en forma de lluvia y nieve, decía. Me pregunté si, según ella, el agua tendría que morir dada su peculiar elección de vocabulario. La miré largamente, ausente: dudé que ella jamás se hubiera puesto a pensar realmente en los fenómenos naturales. Entonces me concentré en un azul específico del cielo (sky). Un azul permanente con cirros. Bonito. La señora ahora estaba diciendo algo sobre los científicos que lo controlan todo y…
—¿Qué hora es?—interrumpí.
—¿Ah?
—La hora. ¿Qué hora es?
La señora miró su reloj.
—Las seis y veinte.
—¡Caramba! ¡Tengo que alistarme para una cita! ¡Lo siento, adiós!
La señora preguntó mi nombre mientras le cerraba la puerta en la cara. Me inventé uno y se lo dije.

Apenas el cerrojo hizo clic caí en cuenta: le había dado mi segundo nombre.

[ Fábula — Eros Ramazzotti ]

Foux du Fafa

En vista de que cada vez estoy más convencida de que he perdido la cabeza y tendré que pasar un par de años recluida en un sanatorio haciendo terapia ocupacional a lo Esther Greenwood, decidí estudiar para mi último examen de francés. Estudiar estudiar, no como las veces anteriores que me las di de diva, ojeé el libro con glamoroso tedio y aún así saqué buenas notas. Me desperté temprano, leí el texto con atención —era un artículo muy interesante sobre la construcción de la sociedad japonesa a partir de los hábitos de la relación madre-hijo—, hice una lista de vocabulario nuevo en las memo-fichas que últimamente venía destinando a una serie de dibujos sobre mi vida y, al parecer, aprendí algo. Después de años de casar dibujos con sonidos como pares de medias en un mar de ropa donde también los guantes y los gorros parecen cuadrar, ver una palabra y saber que así se pronuncia y esto significa y nunca se leerá de otra manera y se escribe así y punto es verdaderamente reconfortante.

***

Ayer fui a Tokio porque al parecer me gusta gastarme la plata y el tiempo en llegar tarde a las diligencias importantes para no poder hacerlas. Sin embargo, como no ando con ánimos de llorar por la leche derramada, me fui a caminar por ahí como para no perder el viaje. Resulté en un supermercado donde los letreros no estaban en japonés —y al parecer cobraban por las traducciones, porque ¡ala, qué precios!—. Se sentía rarísimo leer claramente “cherry tomatoes” y “Swiss cheese” (¡y ver queso, encima!). Me pareció estar en un sueño raro, algo así como un preview retorcido de Europa, solo que con muchos menos rubios. Compré algo de comer y me senté en un parque a la sombra de los ciruelos en flor, aunque “sombra” es un decir porque un ciruelo en flor no es más que una colección de chamizos adornados por Sanrio y dispuestos por ahí como para arrancarle a uno una sonrisa forzada en lo peor del invierno.

***

Où est la piscine?

[ Le poinçonneur des lilas — Serge Gainsbourg ]

Viernes: tragicomedia en 7 actos

***1***

Desperté a las 4:40am. Estaba convencida de que ya estaba amaneciendo, pero pronto me di cuenta de que había dejado prendida una lámpara toda la noche. Tras las ventanas todo seguía aletargado y turquí.

***2***

Hacia el mediodía cogí la bicicleta y partí hacia la universidad con un poco de preocupación pues no había preparado la traducción del día. En el camino recordé que una noche, hace no mucho, había estado hablando con el señor Sakaguchi sobre mi tardanza al enviar un texto a la revista del Centro de Lenguas Extranjeras de la universidad. “Soy la mejor escritora que tienen ustedes”, había dicho desafiante, creyéndome quizás Howard Roark. Con este recuerdo llegué a mi facultad cuando la escasez de bicicletas en el campus me reveló lo obvio: no había clases a partir de la hora de almuerzo gracias al festival universitario de este fin de semana.

***3***

Tomé una vía diferente a la habitual para regresar a casa. A lo lejos vi una camisa de cuadros verdes y naranja haciéndome señas con los brazos: era el señor Sakaguchi. Arrugas al lado de los ojos, sonrisa de diez kilómetros de largo. Me contó que los del comité editorial de la revista estaban bastante complacidos con mi cuento. “A mí también me gustó”, agregó con un gesto humilde que parecía anticipar mi rostro iluminado por la sorpresa.
“¿¡Tú también lo leíste!?”

***4***

En la tarde les avisé a los bautistas que no iría a su reunión mensual a pesar de la promesa de oden casero, pero a cambio llegaron los testigos de Jehová a mi puerta. Les dije que mi inglés es malo, mi japonés nulo, soy venezolana pero no hablo ninguno de los idiomas de la lista que me dieron y además soy musulmana. Y que estoy-ocupada-no-me-molesten-más-gracias-adiós.

***5***

Logré hacer funcionar mi nueva conexión a Internet y con Arhuaco esperamos a que diera la hora de conocer al ganador del Premio Nobel de Paz. Obama. ¿Qué es lo que ha hecho Obama?

***6***

Me dio sed. No quise preparar té. No quise preparar café. No quise preparar aromática de frutas. No quise preparar esa bebida de vitamina C que compré en la droguería. No quise tomar leche. No quise bajar a comprar una gaseosa en la máquina expendedora. En la nevera había un coctel de naranja y grosella. Menos de 2% de alcohol. Pequeño detalle que pasé por alto: no había tomado más que una gaseosa rara de jengibre en todo el día.

***7***

Empecé a hablar con Naam07, pero de pronto él no supo más de mí. Había ido al baño a quitarme los lentes y cepillarme los dientes, mas no regresé. Perdí el conocimiento con la boca llena de crema dental. Todavía estoy tratando de hacer un recuento de cómo fue, pero creo que si la máquina de recordar no estaba funcionando al momento la labor será difícil, si no imposible.

[ Si — Gigliola Cinquetti ]

Au secours!

Hoy presenté un examen de francés para el que no estudié ni un ápice. Se me había olvidado por completo que lo tenía, inclusive planeaba no ir a la clase para seguir luchando con un cuento que debo terminar para la revista del Departamento de Lenguas Extranjeras de la universidad y que ya va tarde. El cuento tiene principio y fin, pero aún no logro conectarlos bien. Escribir cuentos me duele mucho. Pero ese no es el punto: el punto es que Rena Numoto me mandó un mensaje a las 12:10 preguntándome si tenía idea de que había un examen a las 12:15. Y yo en pijama. Y afuera lloviendo. Lo más triste es que aún si hubiera decidido ir a clase no habría estudiado sino traducido el capítulo siguiente del libro con la orgullosa sensación de estar haciendo las cosas bien tan solo para enterarme de lo que ahora sabía mientras las gafas se me llenaban de gotitas y un pedazo del cuento se hacía claro justo al bajar una cuesta leve y dar una curva a toda velocidad en el suelo resbaloso.

Mientras llenaba un papel a la guachapanda con garabatos que parecían números y palabras adivinadas maldije mi vida y mi pereza y lo que sea que me ha mantenido alejada del francés durante todo este tiempo. A ver, Olavia, usted dejó de estudiar alemán para concentrarse en el francés. No, no es cierto. Yo dejé de estudiar alemán porque no tenía caso traducir eternamente del alemán al japonés. Lo peor es que los exámenes de alemán eran más fáciles. No, no eran más fáciles: eran más prácticos. Tiene más sentido tener el diccionario a la mano y traducir de la mejor manera posible un párrafo del alemán al japonés que aprenderse de memoria lo que dice el libro de francés y con esa información llenar casillas. De todas maneras nadie aprende nada.

Pero yo para qué busco culpables si aquí la única que no está progresando soy yo. Yo, la que a los 15 años debería aprender un nuevo idioma según la profesora de inglés porque estaba en la edad perfecta para asimilar bien las lenguas extranjeras y tenía especial habilidad para ello. Yo, la que llegó directo a Francés 4 en Los Andes después de apenas haber estudiado por su cuenta con el viejo libro de su madre y salió con la mejor nota de la clase y dándole venias al profesor porque el japonés—que luego se le olvidó en Japón—estaba permeando su vida. Yo, la que no siguió a Francés 5 porque “ya con lo que tenía seguro podría seguir por mi cuenta y mejor me concentro en el japonés”. Qué idiota.

No quise mirar la hoja de respuestas que me entregaron al terminar. El ojo apenas alcanzó a fijarse en una palabra antes de doblarla como quien cierra una puerta pesada: secouru. Volví a mi casa pedaleando sumergida en gris líquido, con la idea del cuento borrándose sobre la misma cuesta en la que había aparecido y la convicción de que lo único que hay por socorrer en este momento es mi cerebro, que quién sabe en qué momento perdió toda noción de prioridad.

[ Tattva — Kula Shaker ]