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Le quatorze juillet

Esta mañana tomé mi primera clase de francés después de muchos años. Este es mi quinto intento en la vida y estoy peor que nunca. Confundo “il” con “elle”. La profesora me habla y yo me quedo mirándola con ojos entre confundidos y ausentes. Creo que pongo cara de avestruz. Leer números es una tortura porque solo se me ocurren en japonés.

Unas horas después de la lección me di cuenta de que hoy es la Fiesta Nacional francesa. Parecería como si hubiera querido abrir esta etapa con toda la pompa posible. Solo me faltó una cinta de inauguración frente a la parte de mi cerebro donde se van a trazar los nuevos caminos neuronales.

Después de hora y media de errores tontísimos (es una clase privada, así que soy la estudiante que hace el oso el 100% del tiempo), volví a mis labores en inglés y luego me fui a tomar chai con Gianrico. En medio de la tertulia recibí una llamada inesperada de la Embajada de Japón. No se molestaron en decir una sola palabra en español, ni siquiera para preguntar por mí. Entendí todo. Se sintió raro.

2013-07-24 (Spanglish)

El grupo de español del curso de interpretación sufre la inevitable desgracia de contar con alumnas que nacieron y crecieron en países hispanohablantes pero llevan como mil años en Estados Unidos. Es una desgracia porque aunque creen que aún retienen su lengua materna, lo que hablan en realidad es un híbrido reminiscente de Cristina Saralegui. Lo peor es que ni cuenta se dan. Es como si para ellas el inglés fuera parte del español.

Una de estas personas es particularmente irritante, ya que desde que la mandaron a cubrir un caso en la corte —por haber tomado ya un curso de interpretación judicial— está convencida de que es la encarnación de WordReference y tiene la última palabra en todo lo que a lengua castellana respecta. Esta actitud sería tolerable y hasta aceptable si ella de verdad fuera de ayuda, pero estamos hablando de una mujer que dice “trasladar” en vez de “traducir”. Además, cada vez que le piden que interprete, lo único que hace es repetir lo dictado. Según ella, eso es súper común cuando uno “traslada”. Antes reconocía el error y lo enmendaba, pero luego fue al juzgado y ese sorbo de importancia la llenó de coraje. Ahora no solo excusa su incompetencia en un supuesto bilingüismo, sino que además nos anda amenazando con que va a traer su diccionario porque no le gustan las palabras traducidas de nadie más. Así, “reluctant” no puede ser “reticente” sino solo “renuente” porque al parecer nunca ha oído hablar de los sinónimos y “así decimos en México”, y “host” no puede ser “huésped” porque lo dije yo y no ella y la palabra no le suena lo “suficientemente científica”.

Para otra compañera, la palabra “entonces” no existe. Nunca la usa en los discursos en español. Todo es “so”. Eso y las demás palabras que no se molesta en traducir porque teniendo el inglés quién necesita ese idioma complicado de las telenovelas, right? El profesor le dice que deje de bajarle el registro a todo —discursos serios sobre enfermedades, con frases como “se presentan síntomas tales como la fiebre”, quedan reducidos a “te da fiebre”— y ella le pregunta que entonces cómo más hablar.

Reconozco que no estoy siendo la más humilde de las estudiantes, pero me choca tener que aguantarme tanta mediocridad descarada en el uso del idioma. Sé que hay disciplinas que no admiten traducciones de sus términos, que el ambiente empresarial se precia de su benchmarking, awareness y engagement, pero ¿y de resto? ¿Con qué cara llega uno a traducir si ni siquiera registra en la mente la palabra “traducir”?

En fin, necesito hacer de cuenta que mis compañeras no existen, dejar de frustrarme por cosas que no puedo cambiar y que tampoco me afectan directamente —si la estrella de los estrados quiere corregirme, pues que me corrija y sea feliz, qué caramba— y concentrarme en mi propio progreso, que es lo único que realmente importa.

Pittsburgh (anotaciones)

(No sea que se me olvide.)

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El apartamento donde vivía Cavorite queda justo encima de un garaje donde el dueño guarda sus autos antiguos de carreras (que funcionan y compiten en Schenley Park en julio). Cada vez que los veía pensaba en el intro del Show de la Pantera Rosa.

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Encontramos un supermercado temático de finales de los años 60. Podríamos ubicar perfectamente el Show de la Pantera Rosa y La fiesta inolvidable de Peter Sellers entre sus estanterías de madera con cajas de cereal bien groovy.

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Me parece increíble que a alguien se le vaya a a ocurrir dárselas de muy chévere-trendy-hippie-hipster por consumir productos orgánicos. Se me hace que el sello “orgánico” no es más que una especie de “agradezca que no lo estamos llenando de tolueno que nos saldría más fácil”. Supongo que parte del precio viene del párrafo al respaldo del producto en las fuentes y colores de moda que le dice a uno que al comerse este cereal y no otro uno está ayudando a salvar el medio ambiente. El aire acondicionado a todo teque, el computador a la basura cada año pero este té ya me convierte en el Capitán Planeta. Somos tan impotentes en este mundo que tenemos que pagar por los huevos de gallinas no torturadas como si las criaran en el patio de un castillo con granitos de oro y encima sentirnos como si en vez de haber ido al supermercado hubiéramos pasado la tarde limpiando pingüinos grasosos.

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Me costó un montón hablar con los cajeros y demás desconocidos dispuestos a intercambiar chispazos de gracia en todo lado. No me nació fingir que los descuentos eran algo más que “oh, good” ni tuve ninguna observación aguda sobre el sabor del pan recién horneado. Yo solía ser más extrovertida en inglés que en español, pero esta vez me sentí como si hubiera tenido que hablar en japonés. El nudo en la garganta y la mente en blanco ahí, todo el tiempo. Apenas pude conversar sobre M&M’s con la cajera de Target. “M&M’s are something that shouldn’t be tampered with”, dijo con simpática desaprobación al ver mis paquetes de coco, menta y frambuesa. Era muy gorda y tenía marcas de algún tipo de irritación en la cara. Denotaba cierta torpeza al hablar aunque disfrutaba la charla, como si no tuviera muchas más oportunidades de departir con alguien salvo esos breves encuentros en la caja. Le dije que podría probar los M&M’s exóticos y si no le gustaban podría regalarle el resto a un amigo. Me dijo que no le gustaba compartir sus dulces.

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“You’re very lucky”, le un viejito muy viejito a Cavorite en un café al saber que yo había venido de muy lejos a visitarlo.

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I think we both are.

Cosas que pasan cuando uno estudia alemán en Japón

Yo: Hi. [ Hola. ]
Compañera: Where are you going? [ ¿Adónde vas? ]
Yo: There. [ Allí. ]
Compañera: The bakery? [ ¿La panadería? ]
Yo: Yeah. [ Sí. ]
Compañera: 行ってきた。 [ Vengo de allá. (Lit: fui y volví.) ]
Yo: パン買った? [ ¿Compraste pan? ]
Compañera: うん。 [ Ajá. ]
Yo: おなかすいた? [ ¿Tienes hambre? ]
Compañera: いや。 Ich habe アルバイト nach der Schule. Deshalb, bevor ich gehe muss ich… [ Nah. Tengo trabajo después de clase, así que antes de ir debo… ]
Yo: Musst du essen? [ ¿Debes comer? ]
Compañera: Ja. [ Sí. ]
Yo: Gut. じゃ、tchüss! [ Bien. Bueno, ¡chao! ]
Compañera: Tchüss! [ ¡Chao! ]

[ It Must Have Been Love — Roxette ]

El ciclo del agua

Volvieron a Kasuga los testigos de Jehová.

Timbraron. Luego golpearon con insistencia. Sonaba como algo importante: acudí. Apenas abrí la puerta maldije mi suerte al darme cuenta de lo que acababa de hacer con mi vida (o los siguientes cinco y diez minutos de mi vida). Eran dos señoras. Les dije que no hablaba bien inglés, así que me entregaron la entrevista Réveillez-vous. La que hablaba —siempre van a lo Equipo Moisés/Aarón— empezó, ni corta ni perezosa, un discurso sobre lo maravilloso que es el ciclo del agua. El agua sube al cielo (“heaven”) y baja en forma de lluvia y nieve, decía. Me pregunté si, según ella, el agua tendría que morir dada su peculiar elección de vocabulario. La miré largamente, ausente: dudé que ella jamás se hubiera puesto a pensar realmente en los fenómenos naturales. Entonces me concentré en un azul específico del cielo (sky). Un azul permanente con cirros. Bonito. La señora ahora estaba diciendo algo sobre los científicos que lo controlan todo y…
—¿Qué hora es?—interrumpí.
—¿Ah?
—La hora. ¿Qué hora es?
La señora miró su reloj.
—Las seis y veinte.
—¡Caramba! ¡Tengo que alistarme para una cita! ¡Lo siento, adiós!
La señora preguntó mi nombre mientras le cerraba la puerta en la cara. Me inventé uno y se lo dije.

Apenas el cerrojo hizo clic caí en cuenta: le había dado mi segundo nombre.

[ Fábula — Eros Ramazzotti ]

Decanatura


El otro día fui a la oficina de decanatura de mi facultad a preguntar si podía hacer un reemplazo de una materia obligatoria. Era un asunto más de curiosidad que de necesidad, así que esperaba salir rápido de la diligencia como quien pregunta un precio y se va de la tienda. La secretaria desapareció con mi pregunta tras un panel divisor del que emergió después para invitarme a pasar. En el espacio escondido había dos sofás de cuero y una mesita con dos pocillos de café y un platico repleto de cacahuetes. En cada sofá había un profesor. Uno de ellos, calvo y con cara de haber pasado tiempo fuera de Japón, era el decano.

El decano repitió la pregunta que le había dicho la secretaria para cerciorarse de estar entendiendo. Yo quería tomar una clase de esta lista que en el libro de las materias sale al lado de la lista de clases de japonés que yo tenía que inscribir en reemplazo de las clases obligatorias de inglés. ¿Correcto? Así es. Se levantó, consultó el manual de inscripción de materias y constató que nada había escrito en él al respecto. Entonces llamó a otra dependencia a transmitir mi duda. El otro profesor decidió entonces amenizar mi espera con un interrogatorio en inglés. ¿Estaba preguntando esto porque había perdido una materia? No, yo no he perdido inglés, yo nunca tomé inglés porque me informaron mal sobre los reemplazos de las materias y tomé lo que no era. Ah. Al cabo de un rato apareció una secretaria diferente a la que me había atendido y anunció que tendría que remitirle la pregunta a otro superior. Acto seguido se esfumó. Lo que pasa, me dijeron los profesores entonces, es que ella es nueva y no sabe qué hacer en estos casos. Risas. Caras de qué hacer qué hacer. En algún punto al segundo profesor se le salió una palabra en alemán.
Deutsch? —anoté yo, sonriente, sin imaginar la señal que estaba dando con el comentario. El profesor suspiró aliviado al no tener que usar más inglés y empezó a volver a explicarme que la pregunta que yo había hecho no la había hecho nunca nadie y en el manual de inscripción de materias no había nada escrito al respecto así que lo mejor era que yo tomara japonés normalmente como para estar seguros y no meterme en problemas luego. En alemán. Asumo que dijo todo eso por los gestos y porque, mal que bien, algo entendí.

La secretaria volvió a aparecer y dijo que como este caso era nuevo y nada había escrito al respecto en el manual de inscripción de materias, el superior había dicho que este caso habría que llevarlo a otro superior.
—Habrá que discutirlo en un consejo general de la universidad— me explicó el decano—. Tomará tiempo.
—¿Días?
El tono de mi voz era enteramente jocoso.
—Meses— respondió él con toda seriedad—.

Ya me iba a ir cuando el profesor de alemán me detuvo. Woher kommst du? Que de dónde era, que dónde aprendí alemán, que si lo había estudiado en mi país. No, yo empecé aquí. Ooooh. Se adivinaba algo de satisfacción en su cara. Supongo que le enorgullecía saber que alguien hubiera logrado aprender un idioma extranjero en esta universidad.

Cogí mi maleta, repartí un par de venias, shitsureishimasu, y me fui.

[ Birds — Emilíana Torrini ]

Edger

Universidad de Tsukuba, salón 2B207, 9:15am.

La hoja que nos entregó la niña que está haciendo la presentación tiene como título “Edger Allan Poe and Horrid Laws of Political Economy” (sic). Edger. En un curso anual sobre Edgar Allan Poe. Habiendo tenido más de una semana para obturar las pupilas frente a una fotocopia que dice en letras grandes y negras “Edgar Allan Poe and the Horrid Laws of Political Economy“. ¿Esta gente realmente lee o su cerebro corre Google Translate?

No tiene absolutamente ningún sentido venir a un salón a dejar vibrar los huesecillos del oído mientras alguien dedica toda la clase a presentar un resumen traducido de tres párrafos de la lectura que nos han repartido. Me gustaría estar aprendiendo algo aquí, pero creo que desde 2006 ha ocurrido de todo menos eso. Claro que en las aulas japonesas me he afianzado en el dibujo, si hemos de verle el lado positivo al asunto.

Me es imposible poner atención si no hay nada a lo cual poner atención. Poner atención al silencio, a las fastidiosas voces nasales que parecen estar diciendo algo pero en realidad solo farfullan fonemas vacíos. A mi lado alguien duerme.

QUÉ HAGO AQUÍ.
QUÉ HAGO AQUÍ.
QUÉ HAGO AQUÍ.

En momentos como este es fácil llegar a desear la muerte solo porque ello aseguraría que uno nunca más tendría que tumbarse sobre un retorcijón de metal y madera pelada a practicar la meditación forzada durante 1.25 horas.

Esto no es sino una sala de espera en la que no dejan leer revistas. Paciencia kafkiana.

[ A Bar in Amsterdam — Katzenjammer ]