Monthly Archive for December, 2011

2011

Nara – Osaka – Tokio – Bangkok – Saipán – Nagasaki – Kobe – Kioto – Tsukuba – Bogotá – La Dorada – Buenos Aires – Nueva York – Bogotá – Buenos Aires – Valparaíso – Viña del Mar – Santiago – Lima – Bogotá.

En general no fue un año muy feliz que digamos. Ahora me falta un abuelo, y encima se me acabó Japón y no me pude despedir. Pero bueno, también tuvo sus partes rescatables. Me gradué —sin ceremonia pero con hakama—, viajé, viajé, viajé, viajé y viajé, lloré con Madama Butterfly —y su tierra me acogió en el peor momento de mis cinco años de vida nipona—, hice realidad mi sueño adolescente de conocer una isla casi inalcanzable (¡donde los niños tocan ukulele en el colegio!), tuve encuentros bonitos y pasé una temporada más o menos larga conociendo Chapinero con Cavorite. Ahí hay buenos recuerdos para compensar, al menos, aunque la tristeza no halla una manera de desaparecer del todo. Ahora no veo nada en el futuro, entonces qué más da que llegue el año nuevo.

Aficionada

Últimamente me ha resultado más fácil dibujar que escribir. No sé si lo que en realidad quiero decir es que dibujar me hace más feliz que escribir. Escribir siempre es doloroso y va y resulta un bodrio ahí que uno con gusto quemaría si no fuera porque esto es un blog y hacer clic en “move to trash” no tiene nada de mágico ni liberador. Un blog es como una bitácora de progreso en la que no hay mayor progreso. O al menos así lo es para mí. No sé cómo será para el autor publicado. De pronto es un repositorio de borradores. Ahora me acordé de ese ex novio que me dijo que yo no era más que una escritora de blog, y pues sí, es la verdad. Lo que significa que en realidad no soy escritora sino que ocupo el mismo lugar de los que arman rompecabezas o se dedican a la filatelia. Pero bueno, tampoco es tan grave. Cuento con la fortuna de tener más de una afición apasionante, y el ensimismamiento que me trae el dibujo me es en este momento mucho más grato que la lucha con/contra las palabras (que de todas maneras no puedo abandonar). Tal vez algún día llegue a ser una aficionada famosa como Bob Ross, aunque él pintaba árboles felices y yo dibujo Olavias malacarosas.

Peruanadas

En Twitter todo se olvida, así que anotaré aquí un par de intercambios graciosos que tuve en Lima para futuras referencias.

1. Oficina de correos

Tendera (después de una breve conversación acerca de unas postales viejísimas tituladas “Miraflores moderna”): ¿Usted es peruana?
Yo: No, colombiana.
Tendera: Ah, ¡muy cerca!
Yo: Parece cerca, pero Bogotá está a tres horas de aquí en avión.
Tendera: Pero tres horas se pasan volando.
Yo: Literalmente.

2. Taxi al centro de Lima

Taxista: En Colombia todas las mujeres son bonitas. Allá matan a las feas.

3. Aeropuerto de Lima

Inspector: ¿A qué ha venido a Perú?
Yo: A visitar a un amigo.
Inspector: Amigo… ¿Amiga?
Yo: No, amigo.
Inspector: ¿No sería su enamorado?
Yo: NO.

Bruma

Lima me confunde.

No empieza, no acaba, no se ve; es igual a Bogotá y de golpe ya no. El polvo en el aire dibuja montañas y mares como barreras repentinas. La neblina asciende al atardecer, borra los edificios y revela el cielo que podría ser pero no es. Los microbuses —énfasis en el “micro”— se atraviesan salvajemente. Lejos de la costanera, solo los nombres de las calles —¿Los Literatos? ¿Kon Tiki? ¿Doña Marcela?— me recuerdan que no estoy en casa. La comida es otro indicativo. “Poio” por todas partes y a todas horas. La gente se escandaliza por mi falta de apetito.

No obstante, esta es la ciudad-espejismo donde lo vimos todo claramente después de seis años. Vimos el pasado; lo que, como el cielo limeño, pudo ser pero no fue. Tardamos mucho persiguiendo (y evadiendo) las flechas azules que pretendían unirnos, pero al fin encontramos el final y nos hallamos paralelos. Nos sentamos en una banca al borde del acantilado y reflexionamos sin mirarnos. El mar parece estar hecho de metal y los surfistas se deslizan sobre las arrugas que el viento le esculpe. Él se pregunta por qué todos nos sentimos rotos. ¿Tú no te sientes rota? No, yo tengo mi música. Desafío la incompletitud con mi soledad y las cosas que saco de ella.

Nunca nos tendremos, pero siempre nos hemos tenido.

El sol desaparece y Lima se convierte en un nuevo laberinto. Mi guía lo sorteará con agilidad mientras yo intento darle sentido poniendo el río Sumida sobre una hilera de canchas de tenis iluminadas entre filas de edificios. No funciona. Lima es Lima es Lima. Y sin embargo es tantos otros lugares a la vez.

Azuma al otro lado del Pacífico

Esta es otra descripción de una casa, pero para hablar de sus habitantes debemos retroceder en el tiempo. Empecemos por la casa, empero. En una versión sicodélica y sureña de los cerros de Nagasaki hay que subir unas escaleras, abrir una puerta, después otra, subir otras escaleras, abrir otra puerta y luego otra más que da directamente a otras escaleras. Visto de diferente manera: en un pasaje sobre la ladera de la montaña hay una casa. Dentro de la casa hay otra casa, y dentro de esa casa hay una casa más. En esta última, con paredes de colores y escalones desiguales, vive Azuma.

Azuma. Volvamos a 2006, cuando aterricé en Narita y estrellé a alguien con el carrito de las maletas. O de pronto eso es ir demasiado lejos. Podemos detenernos en un loop infinito de espigas de arroz anegadas, inclinadas, doradas, cortadas, quemadas. El cielo sin nubes de azul inexplicable lo tiñe todo de ámbar y verde manzana. Y en los caminos alrededor está Azuma. Su presencia endulza la soledad. Nos reímos de la desolación, in-ten-ta-mos ha-cer al-go por la vi-da.

Volvamos a la casa en la casa en la casa. Cada quién huyó como pudo de Tsukuba cuando llegó la hora. Ahora él está al borde del Pacífico —el borde opuesto de donde lo conocí— y he venido a visitarlo. Estando con Azuma aquí entiendo cómo sobreviví en Tsukuba y por qué se me hizo impensable quedarme allá después del grado. A su lado soy yo yo yo y no importa lo random. Random está muy bien, de hecho. La familiaridad que aún no logra acompañarme en Colombia está aquí: el cielo es del mismo color, el mar es un espléndido reemplazo de los campos de arroz y la aparición de Rini —novia de Azuma— es apenas novedad, si ha estado con él desde siempre. Mi acento híbrido delata mis hermandades.

Suena “Dead Things” de Emilíana Torrini. Azuma y Rini terminan de confeccionar un vestido a toda velocidad y les queda perfecto. Le contamos historias absurdas de Japón a Rini. Todo nos hace reír. Sobrevivimos.

Casa

Mi hermana vive en una casa preciosa en Palermo. La casa tiene dos patios, una terraza, tres gatas, un baño con libros —de repente encuentra uno el Atlas de Borges sobre el bidé— y un espejo enorme en la sala. Entre otras cosas. Es como un anticuario muy cómodo.

La casera de mi hermana es actriz de teatro. El fin de semana fuimos a ver su última obra, que era sobre el bombardeo a la Plaza de Mayo que hicieron en 1955. Antonia, que es como se llama, está toda hecha de marfil con cabellos de lino y ojos de glaciar. Se acuesta en el piso cuando habla por teléfono y parece amar locamente a todos sus interlocutores. El piso tiene huecos de madera desmigajada. Hace un par de meses el moho amenazó con comerse entera la habitación de mi hermana.

La otra vez salí a dar un paseo y me encontré a Antonia en la calle al regreso. Estaba inspeccionando las otras casas de la cuadra porque se había ido la luz y quería saber si era una situación generalizada. Terminó de anochecer. Toqué ukulele un rato. Luego pasamos a cantar a capella las tres. Antonia nos contó que de joven fue a un concierto de Queen y a uno de Santana. Y también vio a Freddie Mercury de cerquita en otra ocasión.

En la casa también hay dos italianos. Cuando uno los escucha hablar de lejos es difícil saber si están hablando italiano o español porque la entonación suena igual. Ahí es cuando uno se da cuenta del origen del acento argentino.

Mi hermana vive contenta aquí. Yo también estoy contenta, pero ya me tengo que ir. Antonia se puso triste al saber que no me quedaría más tiempo, pero espera que vuelva pronto. No es descabellado pensar que así será, si la primera vez que vine a Buenos Aires escribí que la ciudad ameritaba segunda y tercera visita, y esta ya es la cuarta. Ay, Buenos Aires, te dejo algunos de mis amores pero aquí me tendrás de nuevo.