Monthly Archive for April, 2019

Microsoft Windows para trabajo en grupo

Estoy leyendo un libro de entrevistas con David Foster Wallace, pero no puedo concentrarme en la lectura porque no dejo de pensar que a él le hicieron las entrevistas que he leído hasta ahora en la época en que estaba de moda la tipografía alargada con serifas. En mi mente brilla el letrero de inicio de “Microsoft Windows para trabajo en grupo”. David Foster Wallace dice en una entrevista de 1998 que nunca se ha conectado a Internet y que ocasionalmente pasa a computador los textos que envía a las revistas para publicar y los guarda en diskette. Yo debería estar imaginándomelo insertando un diskette en su computador de monitor cúbico y teclas profundas, pero no: mi cabeza está llena de ejecutivas de labios entre carmín y marrón, copetes altos y hombreras anchas; celulares gigantescos con antena telescópica, muros pintados de verde oscuro, escaleras con pasamanos de bronce. Tipografía alargada con serifas, insisto. En ese mundo escribía David Foster Wallace. No tiene nada que ver, pero la idea no se me va con nada. Igual quiero terminar el libro porque por alguna razón quiero saber un poco más sobre él pese a que no he leído mayor cosa de su obra. Escribo esto a ver si lo exorcizo: tipografía alargada con serifas. Microsoft Windows para trabajo en grupo.

Rica, famosa, latina

Mientras hago la primera parte de mi trabajo veo un reality que encontré en Netflix. Es tele basura recontra basura. Hay unas señoras mexicanas en Los Ángeles. Tienen mucha plata. Pelean a cada rato. Nunca entiendo por qué empiezan a pelear. Tampoco entiendo por qué siempre andan diciendo que es hora de acabar con la hipocresía pero nunca se dicen la verdad. Algunas se han hecho a su fortuna ellas mismas, otras andan gastándole la plata al marido. Me parece terrible desperdiciar lo que otro que se ha ganado con su esfuerzo. Y de qué manera.

No reconozco las tomas aéreas de Los Ángeles que salen de vez en cuando. Creo que solo reconocería la autopista que pasa al lado del Getty Center. Una vez la vi desde el aire mientras aterrizábamos en la ciudad. Esa vez salimos del aeropuerto, recogimos nuestro carro alquilado y nos fuimos a una panadería armenia. Como muchas cosas cosas en Los Ángeles, era uno de esos sitios donde a uno lo atienden mejor si habla en español. Resulta que, al retirarse, el dueño original de la panadería (armenio) se la dejó a dos de sus trabajadores (mexicanos). Entonces ahora venden el lahmacun de siempre pero al lado hay conchas, orejas y puerquitos de piloncillo. En una mesa está sentado un señor que se toma con calma su café mientras charla con el panadero. Cuando hacemos una pregunta sobre las conchas, el señor también opina. Esa familiaridad es lo que nos gusta de los negocios mexicanos en Estados Unidos.

Acabo de recordar que hubo un sitio en Estados Unidos donde los locales (definitivamente no mexicanos) parecían extrañamente interesados en nuestra vida. En Portland, un cajero en la librería Powell’s quiso saber qué iba a hacer yo en la noche sin ningún ánimo de caerme. Y un heladero nos preguntó qué habíamos hecho en el día y esperaba detalles al respecto. Pero la familiaridad de los negocios mexicanos de la que hablo no se trata de cosas como estas. Tiene más que ver con el cariño que uno le llega a tener a la sensación de hacer una transacción comportándose como si uno estuviera al lado de la casa de uno en su ciudad de origen. La seguridad ontológica de la tienda de barrio.

Finalmente me toca cambiar el reality por música. No entiendo cómo las señoras siguen siendo amigas e invitándose a todo tipo de eventos si en realidad no se aguantan. Obviamente voy a seguir viéndolo más tarde, pero por ratos toca limpiarse el oído como quien se limpia el paladar entre bocados con jengibre encurtido o pan.