Monthly Archive for April, 2016

Disciplina, disciplina y disciplina: una charla con Gianrico

Hoy fui a la Embajada de Estados Unidos a renovar mi visa. Recordando ocasiones anteriores en las que había llegado al sitio a las 7am y salido a las 2pm, me armé de libros y mi diario —que está atrasado—. Sin embargo, esta vez entré a las 7:15 y salí a las 8:00. Es increíble cómo avanza la optimización de procesos.

Después tuve que salir a hacer una vuelta con los de la oficina. Me llevé una gran sorpresa cuando me encontré en el grupo a mi amigo y colega Gianrico, a quien no veía desde hacía meses. Almorzamos todos juntos, hicimos lo que teníamos que hacer y nos despedimos, quedando solos Gianrico y yo para caminar hasta su escuela de alemán. En el trayecto hablamos de cómo hacer las cosas que queremos y deberíamos hacer en vez de mirar Netflix o Twitter o lo que sea que nos absorba el tiempo a punta de inutilidades. Concluimos varias cosas, a saber:

  • Si uno se va a meter a las redes, que sea para producir en vez de consumir.
  • En esta vida todo es cuestión de disciplina. La inspiración, la motivación, el talento innato y demás excusas son eso, excusas. Hay que hacer lo que uno quiere/debe hacer to-dos-los-dí-as, llueva, truene o relampaguee. Gianrico ha venido haciendo eso y ahora está terminando un proyecto bastante grande.
  • Antes de hacer las cosas uno tiene miedo, pero lo pierde mientras las está haciendo. Así pues, hay que estar en modo “durante” siempre.
  • Uno puede gastar el tiempo hoy haciendo algo que es un poco incómodo porque requiere esfuerzo pero que dentro de un año se reflejará en algo que le dé orgullo a uno (por haberlo hecho, al menos), o puede gastarlo mirando cosas que ni siquiera va a recordar mañana.
  • Uno dice que no tiene tiempo pero en realidad sí lo tiene, solo que lo desperdicia.
  • Los likes no miden nada. ¿Para qué ponerles cuidado cuando uno está haciendo lo que a uno le gusta? ¿Está haciendo uno las cosas por uno o por los demás?
  • Si no me gusta ir a una fiesta donde todos se conocen entre sí y yo no conozco a nadie, ¿por qué pretendo recrear la sensación en redes sociales?
  • Escribir ya, editar después.

Inspirada por la charla, llegué a casa y escribí un texto que había prometido para el newsletter de la asociación de exbecarios de Japón pero se me iba olvidando. Normalmente habría terminado de autosabotearme [inserte clics aleatorios por Internet], pero logré sacarme de encima cualquier idea que no fuera “yo puedo hacer esto fácilmente y lo voy a terminar pronto”, lo completé bastante rápido, lo envié y se sintió genial.

Lo otro que quería decir es que ver a Gianrico siempre me hace muy feliz. Es un gran, gran amigo y lo quiero montones.

Cómo volver a leer: una reflexión

Ayer volví de Argentina, donde estuve alrededor de nueve días. Tengo una aventura que contar pero es larga y no tengo mucho tiempo para dar detalles ahora. El resumen es que me fui para Córdoba a visitar a Azuma pero terminé en Rosario y luego de vuelta en Buenos Aires y luego sí por fin en Córdoba. Tuve que esperar muchísimo: en aviones volando, en aviones parqueados, en salas de espera. El tiempo pasaba y pasaba y pasaba. La gente estaba desesperada. Pero yo no. Al fin y al cabo, ¿qué podía hacer? ¿Salir corriendo? ¿Adónde, acaso? Claro, me estoy haciendo ver como una santa súper paciente, y sí, yo puedo ser muy paciente con las esperas. Sin embargo, esta vez tuve una ayuda extra.

Por cosas de la vida —específicamente, un bug en el sistema operativo de mi celular—, estuve incomunicada gran parte del tiempo que pasé esperando. Eso tuvo a Azuma al borde de un ataque de nervios porque en el aeropuerto de Córdoba no había noticia alguna del avión. Bien podría decirse que el nuestro era un avión desaparecido. Pero ese no es el punto. El punto es que, sin Internet en el celular y sin adaptador de enchufe para recargar mi computador y meterme a Internet por ahí, me vi obligada a recurrir al libro que había traído en mi morral. Hace rato no leía tanto de un solo tajo. El libro estaba buenísimo, además (era Middlesex, de Jeffrey Eugenides). La señora al lado mío maldecía de ese modo tan visceral y florido que tienen los argentinos, invocando partos y parientes con errrrrrrres de rabia pura. Yo leía. El piloto prometía un descenso que nunca llegaba a ocurrir. Yo pensaba “hm, estos 20 minutos están bastante lentos” y seguía leyendo. El avión se zambullía entre las nubes y volvía a emerger sobre ellas cual pelícano en el mar. Yo alternaba la lectura con la observación casual del paisaje (nubes rosadas – nada gris – nubes rosadas). Aunque me considero una persona muy paciente, no sé qué habría sido de mí si hubiera tenido que aguantar todo eso sin libro.

En el vuelo de regreso a Bogotá, en vez de seguir mi rutina usual (mirar fijamente la silla de enfrente, dormir, mirar por la ventana, mirar fijamente la silla de enfrente), saqué el libro y me entretuve un buen rato. Vaya. Esto no ocurría desde mis primeros años en Tsukuba. No sé por qué me había alejado de la lectura si es tan divertida.

O de pronto sí lo sé. Ahora que estoy de vuelta en la casa y tengo todo el Internet que quiera en mil pantallas, me doy cuenta de que otra vez se me está olvidando que tengo el libro a la mano. Aquí es donde entra el problema de siempre, las redes sociales, el déficit de atención, los clics por reflejo, blablabla. El aislamiento forzoso en el viaje a Córdoba me hizo recordar la época en la que yo me despertaba a leer y me acostaba a leer. Y ahora vengo a decir que no tengo tiempo, que el trabajo, que nosequé. Mentira. Tengo todo el tiempo del mundo y lo gasto en mirar pequeñeces por Internet.

Pero bueno, no es para ponerse dramáticos. La solución, en realidad, es súper fácil: cerrar el computador y ponerme a leer antes de dormir. Empezaré ya mismo.