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La bonanza del tiempo

Últimamente me encuentro con más tiempo en mis manos porque mi trabajo ha cambiado un poco. No sé si esto sea temporal, pero se siente extraño no dedicarle cada segundo de mi vida a traducir contrato tras contrato tras contrato. Hace un año no podía darme ni un respiro. Ahora me doy cuenta de que hay que aprovechar esta bonanza del tiempo.

No sé en qué momento, tal vez hoy mismo, vi un chispazo de una vida anterior donde escribir de largo era una actividad deseable. Puede haber sido cuando vi una serie de fotografías de los habitantes de un dormitorio estudiantil, jóvenes, en pasillos y camarotes, y luego adultos, más o menos emulando la escena original, despojados de algo que no podía señalar con exactitud. O tal vez fue cuando me encontré por casualidad con un tesoro de fotos olvidadas que había tomado con un celular viejo, y la joie de vivre de la juventud me dio de lleno en el rostro. Un ukulele nuevo en la playa. Un karaoke. ¿Qué quería yo en ese entonces?

¿Qué quería yo?

¿Qué remordimiento me queda del pasado? ¿Qué dejé de hacer en mi infinita procrastinación que podría aprovechar para hacer ahora? Estoy analizándolo todo como si me hubiera ganado la lotería y ahora tuviera que tomar decisiones inteligentes sobre cómo invertir el premio. Sacarle la herrumbre a mi japonés semiabandonado podría ser una buena opción. Dolorosa, eso sí. Retomar el ukulele. Volver a dibujar. Intentar por enésima vez volver a ser yo en vez de una silueta con mi nombre.

Así que heme aquí, no tan sonriente como en aquellas fotos desenterradas, con un montón de tiempo en mis manos, algo de nervios y poca fuerza de voluntad. Heme aquí pensando en emular la felicidad del pasado, pero despojada de algo que no podría señalar con exactitud.

深夜食堂 (Temporada 2)

Empecé a ver un programa de televisión japonés. La cámara recorrió las calles de Shinjuku de noche. Sé que he estado ahí. De repente, tuve que pausarlo. Una punzada: tuve la sensación de que Tokio nunca fue mía. Mi —cada vez más breve, comparativamente— vida en Japón fue una vida en el campo. Tokio era el sitio de visitar los fines de semana. Y en un punto, ni siquiera eso.

Recuerdo mi apartamento en Tsukuba, el cielorraso en mi habitación, con la lámpara. Alguna vez, ya de regreso en Colombia, dibujé esa superficie de madera interrumpida en la mitad por una cuadrícula en relieve de la que pendía un benjamín. La imagen se había perfeccionado en mi memoria de tantas horas que había pasado acostada boca arriba porque el ánimo no me daba para más. Para qué ir a Tokio, pensaba. Qué gracia tiene.

Sin embargo, si en la pantalla hubieran aparecido arrozales en vez de luces y cables, ¿me sentiría mejor? Lo dudo. Tampoco el campo era mío. Mío era el camino que recorría en la bicicleta para ver paisajes que me hacían feliz. Mío era un bosque en medio del barrio que talaron poco antes de graduarme, como para darme a entender que ya todo se estaba acabando y era hora de irme. Mío era un radiotelescopio que ya no existe más.

Pero yo sé por qué es la nostalgia y el desarraigo. Temo por el idioma que se me cae a pedazos. Temo por las amistades que desaparecerán si dejo que el idioma se termine de derrumbar. Temo que se acabe un vínculo que hace tanto tiempo parecía ser el único y verdadero.

Sé que estoy inmortalizando una sensación pasajera, y que es tonto pensar lo que estoy pensando. Sé que cuando vuelva de visita a Japón volveré a Shinjuku y me sentiré a gusto entre la multitud hormigueante, caminando rápido, con un rumbo fijo incluso al divagar.

Tengo que estudiar, empero. Sería una pérdida tan triste dejar de entender. Supongo que el programa de televisión ayudará.

N2合格

En diciembre del año pasado presenté el examen internacional de japonés, siguiendo el consejo (¿la orden?) de la Señora Sakihara, de la Embajada de Japón. Luego me olvidé del asunto, convencida de que lo había perdido.

Hoy, por casualidad durante una conversación sobre el aprendizaje de idiomas, me enteré de que ya habían salido los resultados. Mucho antes de lo que esperaba. Seguí el link que me dieron y consulté mi puntaje, con la absoluta certeza de que no había pasado. No sería grave. Tendría todo un año para prepararme y volver a intentar.

Pues bien, pasé.

Estallé en carcajadas de la incredulidad.

Nota aparte: Hoy me tocó hacer traducción simultánea de un par de capítulos del Profesor Súper O. La audiencia quedó encantada.