Monthly Archive for February, 2006

Rendezvous (I)

Se llama Paulina y tiene los ojos de menta cremosa. Su cabello es como el lino que peinaban los hijos del vidriero y su voz fluye como la arena en el agua panda, de una agradable aspereza. Es más alta que yo y de contextura parecida a la mía. Al menos, así es como la inmortaliza mi memoria.

Alguna vez me dejó ser su corista en un talent show del colegio, cuando cantó “Barcelona”, de Jewel. Viajamos en un mismo grupo a Minnesota, y durante la travesía repitió incansablemente “I Am Your Angel” a dúo con una niña que cantaba igual a Celine Dion. Años después se cambió de colegio. La última vez que la vi en persona no alcancé sino a darle un abrazo.

Paulina siempre quiso, y muy posiblemente aún quiere ser cantante de pop. Después de cambiar de colegio nos dejó una nota en la cartelera con su foto enmarcada en una gran estrella de papel recortado. Convencida de su sueño y lo que ello acarreaba, se convirtió en una versión más atractiva al público de sí misma. No recuerdo cómo se vestía antes, pero la última vez que me encontré un par de fotos de ella había algo más de similar entre ella y el resto de la gente. Era hermosa, para que negarlo, pero para mí ella siempre había resaltado entre la multitud; de repente ya no tanto.

Dormía hace un par de semanas cuando mi hermana me despertó:
—¿Paulina es Paulina L.?
—Sí, ¿por qué?
—Está hablando en la emisora.
—¿Pero ella no había perdido el concurso?
—Pero está hablando…

Prendí la radio y, en efecto, una conversación con su voz medio ronca llenaba el ambiente. Sonaba un poco distinta, tal vez demasiado grave.
—¿Y tu pelo es rubio teñido o rubio natural?
—Natural. Rubio cenizo (…).

Lo había logrado, a pesar de todo. Esto se estaba demorando en suceder —yo lo estaba esperando desde hace años, desde aquella conversación que sostuvimos en el colegio, cuando dejamos en claro que ninguna de las dos quería un futuro de oficinista. Ella no lo sabe, tal vez ya no recuerde quién soy, pero siempre confié en su talento y siempre deseé que su sueño se volviera realidad. Cada vez que suena “Barcelona” me veo en el escenario a su lado, haciendo prácticamente nada mientras su voz resonaba por todo el coliseo. De verdad me alegro por ella.

—¿Has hecho algo por amor o por sexo? —le preguntó a un radioescucha.
—Sí, por amor.
—Cuéntamelo todo.

Pasaron unos pocos minutos antes de que yo apagara la radio y me acomodara entre las cobijas. El programa estaba aburridísimo.

PD: fuentes fidedignas me han confirmado el éxito radial de Paulina (ha trabajado en más de una emisora, entre otros oficios interesantes del ramo) y su promisorio futuro. Felicitaciones.

[ In This World — Moby ]

Cuestión de salsa

Alguna vez le planteé a Himura la siguiente duda: ¿Fruko y sus tesos fue una orquesta de salsa inspirada en la salsa Fruco (en lo que yo consideraría un juego de palabras entre salsa comestible y salsa bailable) o la marca Fruco nació después de la aparición de Fruko?

La pregunta, en su momento, parecía lo más ridículo que se hubiera escuchado en las escaleras del puente peatonal de la 30 con 45, pero ¡quién se lo hubiera imaginado! La respuesta al enigma llegó cuando menos lo esperaba… en un rato de desocupe que me llevó a explorar la Wikipedia:

En un principio utilizaba el sobrenombre de Joselito, pero luego le empezaron a llamar Fruko por su parecido con un personaje de un anuncio de conservas.

¡Ajá!

Conclusiones:

  1. Las soluciones a los problemas suelen aparecer cuando menos se las espera.
  2. No todas las preguntas son tan tontas como suenan.
  3. A los 8:20am yo debería estar haciendo algo más productivo que investigar la historia y fama internacional de Fruko y sus tesos.

[ Los charcos — Fruko y sus tesos ]

Hai

Minori y yo siempre hemos hablando en una mezcla de tres idiomas, con la pacífica confianza de los ex-esposos que se separaron por no entenderse y sin embargo se comprenden bastante bien. Nunca nos casamos, pero mi corazón a veces me hace creer que sí, tal vez por el nivel de cotidianidad que alcanzamos en aquella esquina de Iowa. Recordarlo es recordar carritos de supermercado con bultos rosados de arroz, una alarma anti-incendio sofocada con un trapo mientras se termina de fritar una berenjena, dos vasos de jugo de uva acompañando un plato hirviente de kare raisu al frente del televisor.

El viernes mientras cruzaba la universidad para ir a clase de Japonés me encontré con dos compañeras de colegio. Sólo una de ellas hablaba; de la presencia de la segunda me llegué a percatar un rato después. Me preguntó en qué semestre iba, le conté que lo más probable era que empezara de nuevo el próximo año. No acababa de mencionarlo cuando me vi atrapada en una avalancha de preguntas. Era una avalancha tan grande e impetuosa, tan obvia, que no la vi venir:
—¿Y tu ex-novio? ¿Volvieron? ¿Van a volver? ¿Por qué está donde está? ¿Y tu novio? Van a terminar porque te vas, ¿cierto?
Era una avalancha tan violenta y descontrolada que no supe sino deslizarme por su corriente en un salvavidas de hombros encogidos.

Más tarde Asai Sensei decidió charlar con algunos de sus alumnos después de clase. El tema principal eran mis dudas acerca del viaje y la vida en Japón. El asunto Minori afloró después de un rato, como era de esperarse. Las preguntas de rigor sobre tan inusual relación fueron pacientemente respondidas. Creo que yo misma no sé contestarlas muy bien, y ante la nube de porqués que siempre queda flotando en el aire, no hago sino buscar una razón para que todos los caminos conduzcan a él. Ha pasado bastante tiempo desde que mi vida dejó de transcurrir en función de cajas, postales y un hermoso par de ojos rasgados, pero todo el mundo ve un sendero de cenizas allí donde han quedado mis huellas. Algunos creen que el viaje que me dispongo a hacer tiene el tinte Hollywoodesco de la aventura en busca de un viejo amor, algo que suena muy bien y me convertiría en un ser valiente y cursi, una representación fiel de los estragos que Meg Ryan causa en quienes ven sus películas entre suspiros de “por qué no me pasa eso a mi”. Pero no, yo voy porque yo voy, porque ese país venía pintado de rojo en mi mapamundi y en mi alma.

Igual, ninguna justificación que yo dé barrerá los grises residuos que me acompañan. En mi rostro están las cicatrices de las sonrisas que provocó cada caja, pero espero que algún día las brasas extintas sean de otro color y las marcas de otras sonrisas. O simplemente seguir pasando mi escoba diligentemente mientras otra llama arde sin extinguirse jamás.

[ Edward Scissorhands Theme — Danny Elfman ]

Consul, -is, m.

Escenario #1
Hora de llegada: la que se me ocurrió por la mañana
Tiempo de espera: 40min, me pidieron perdón por la demora… Alcancé a llegar a la universidad y terminar una tarea
Sala de espera: cómoda y pequeña, con revistas y un video para mirar mientras tanto
Formulario: me lo ayudaron a llenar muy amablemente, hasta llenaron algunas casillas por mí
Entrevista: el año pasado, con cuatro o cinco personas mirándome y preguntándome si de verdad sobreviviría allá
Charla: breve, con el vigilante costeño que me cae bien
Dolor: de estómago; fue el viaje en Transmilenio más largo de mi existencia… Jamás olvidaré los cuidados de Himura
Pesar: por la pérdida de mi portaminas del Gateway Arch de St. Louis

Escenario #2
Hora de llegada: 7:30am
Tiempo de espera: el suficiente como para terminar el libro de Asimov que me prestó mi tía, leer un cuento de Dick y empezar otro libro de Asimov… Salí a las 4pm
Sala de espera: grande, fría, con asientos como hechos de carritos de supermercado
Formulario: me lo corrigieron cual dictado de preescolar, con tono de regaño incluido
Entrevista: hecha por el mismísimo Barry White
Charla: con un cura al que le presté el libro donde estaba el cuento de Dick en vista de que el aburrimiento lo llevó a leer toda la letra menuda del recibo de envío del pasaporte
Dolor: de espalda por culpa de esas horribles sillas
Pesar: por todos los viejitos que no podrán visitar a sus hijos estas vacaciones porque les vieron cara de querer quedarse en aquel país

[ If I Had a Hammer — Peter, Paul & Mary ]

Se escucha español

Ahora que mi partida se hace mucho más tangible y es inminente mi alejamiento del español, me han empezado a gustar más canciones en este idioma. Yo, que de Hispanoamérica escasamente perdonaba a Sandro de América, he de aceptar que ya he bajado dos canciones de Julieta Venegas y cuatro de Duncan Dhu.

Valga la pena aclarar que no existe posibilidad alguna de que Charly García, Spinetta, RBD, Los prisioneros o el reggaetón entren en este gusto recientemente adquirido.

[ King for a Day — Jamiroquai ]