Oh, Sensei

Ariza Sensei, benigno alter-ego de Malagant y dueño de una espeluznante identidad secreta, cumplió años hace un par de días.

Debo admitir que el señor no deja de sorprenderme. Cuando lo conocí, a principios del semestre pasado, me pareció una persona extraña, demasiado joven para dictarme japonés (esperaba a Barrera Sensei, quien parece un Papá Noel delgado). Sin embargo, el tiempo ha pasado y he aprendido muchísimo de él. Se ha preocupado porque aprendamos y nos guste el idioma y la cultura del País del Sol Naciente más que por rajar. No sé cómo será la clase con los otros profesores de japonés de mi universidad en niveles básicos, pero con él he avanzado en mi intento de balbuceo nipón a pasos agigantados. Además, es supremamente amable.

Tengo la tendencia a querer mantenerme en contacto con la gente que me ha caído bien y me ha parecido interesante, ya sean estudiantes, profesores, gente con la que he hablado mucho o poquito. Si pudiera, al terminar los cursos me gustaría seguir hablando con él. Si pudiera, le presentaría a Minori. Si pudiera, le escribiría en caso de poner un pie en Japón. Espero que algún día sepa cuánto lo admiro y aprecio.

SUENA: I Will Remember You — Sarah McLachlan

Booker

Mi mente está llena de recuerdos dormidos. Muchos de ellos tienen que ver con música, y les gusta despertar de repente para torturarme y obligarme a buscar su origen.

Llevaba años con la melodía y la certeza de que pertenecía a una serie que asociaba con el nombre “Ferris Bueller”. Sin embargo, después de algún tiempo concluí que era un asunto perdido, un posible producto retorcido de mi mente disvariante, como Banner y Flappy o Madison, Wisconsin.

Entonces sonó.

Sucedió exactamente como cuando descubrí que River of Dreams era obra de Billy Joel (el recuerdo de la melodía me venía persiguiendo desde cuarto de primaria): escuchaba la radio distraídamente cuando me estremecí con las palabras que se hicieron claras después de tantos años… “Hot in the city, hot in the city tonight…”

¡El tema de Ferris Bueller! (O de lo que fuera que yo asociaba con ese extraño nombre.)

Una búsqueda rápida esta noche fue suficiente para saber que:

  1. En efecto, Hot in the City es tema de una serie de televisión ochentera.
  2. La serie en cuestión se llamaba Booker.
  3. El nombre del personaje principal, Dennis Booker, rima vagamente con Ferris Bueller.
  4. Ferris Bueller es un personaje de la película Ferris Bueller’s Day Off, protagonizada por Matthew Broderick, como Ferris.
  5. Hot in the City es una canción de Billy Idol.

No puedo creer que mi colección de canciones incluya ahora a Billy Idol y que yo veía Booker, pero no hay nada más feliz que poder recordar mi tierna infancia mediante la música (algún día les contaré el chasco que me llevé cuando pude constatar que Banner y Flappy efectivamente existían y que el tema del programa —que recordaba como bonito— es ¡horrible!).



Y ya visto Booker, no se me ocurre nada más para decir. Igual esto sólo lo leo yo.

SUENA: Hot in the City — Billy Idol

NaNoWriMo

Hay personas que se entrenan todo el año para una maratón, en busca de romper su propia marca. No importa si no son deportistas profesionales y no ganan, lo hacen por gusto. Otros se meten a la maratón de repente, a ver si algo bueno sucede y algo logran probar.

He aceptado el desafío.

Durante el mes de noviembre estaré luchando por acumular 50.000 palabras, preferiblemente en una historia coherente. Si de casualidad les interesa el inútil proceso, visiten este blog y vean cómo me sumerjo en un mundo de locura desenfrenada.

Si quieren hacerme fieros y demostrarme que ustedes son capaces de hacer algo bueno en 30 días, inscríbanse aquí, abran un blog para su producción, inscríbanlo acá y sienten las primeras palabras en el suelo electrónico exactamente cuando el reloj indique que empezó el primero de noviembre.

Sin más por el momento, este perezoso blog se despide de su imperceptible séquito de lectores.

SUENA: You Make Me Feel Like Dancing — Leo Sayer

You Make Me Feel Like Dancing

No puedo postear música.

No puedo escribir Sing For Your Supper de The Mamas and the Papas y esperar que me entiendan, o que siquiera lean un fragmento silencioso de aquello que se manifiesta en ondas sonoras y no es lo macizo que queda aplastado sobre el colador.

Han pasado cosas significativas en mi vida, pero al pensar que sólo las puedo relatar en medio de las canciones que me han marcado durante estos días me siento incapaz de poner las manos sobre el teclado.

Tengo películas tachonadas de melodías a todo volumen en mi cabeza, colores vivísimos de otros tiempos tapando mi vista de lo nuevo y nada se vuelve palabras. Me abandonan las letras y me abruma mi carrera, sucesión eterna de clichés en Times New Roman.

Necesito viajar de nuevo.

SUENA: Especially For You — Kylie Minogue & Jason Donovan

Nihonbunkashuukan

Cosas del país del cerezo en el país de la orquídea…

  1. Me fue imposible comprender lo que me decía Himura por culpa de una simplísima u. Si así soy acá, ¿cómo seré en Japón? ¿Llegaré a Japón algún día?
  2. Posiblemente nunca llegue a saber cómo se organiza una semana de la cultura japonesa en japonés porque a Minori no le hizo gracia el verbo empleado y la conversación tomó un giro inesperado justo cuando le pedía una explicación detallada.
  3. Sin embargo, sí pude preguntar hace unas horas por el ‘toriatte’ de Teo Toriatte.
  4. Con bombos y platillos —o sin ellos —se anuncia la semana cultural japonesa en varias universidades… ¿Y la mía? En receso. Qué bonito.
  5. No quiero hablar del concurso de oratoria en japonés.
  6. Necesito convencer a alguien de que vaya a algún taller conmigo esta semana. Única condición: nada de manga/anime.
  7. Hace poco me enteré de la existencia de una fiesta cosplay acá en Bogotá. Creo que si yo asistiera al evento y se enteraran, tanto Minori como Kotaro me dejarían de hablar.
  8. Alguna vez le pregunté a Minori si en su casa se hacía la ceremonia del té. La respuesta fue tajante: NO. “Entonces, ¿cómo sirven el té en tu casa?” insistí ingenuamente. “Así”, dijo, levantando la tetera y llenando mi vaso con la cotidianidad de cualquier rincón del mundo.

SUENA: Rosa Rosa — Sandro de América

Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma…

… y si Olavia no pudo ir a Perú en julio, el Perú vino a Olavia en septiembre. Francisco, ¡eres mi héroe!




Frunas D’Onofrio para comer hasta reventar.



¡Qué sublime es el sabor del Sublime!



Y al fin, un alucinante momento para la posteridad: el primer sorbo de la legendaria Inca Kola. Sí, señores, ¡la bebida del Perú!

SUENA: La vie en rose — Edith Piaf

Gripe, gripa, catarro, coriza o resfriado común

Soy la mano por la cual las demás huyen de las varillas,

la boca que contagia el aire de infectas explosiones,

la respiración hipada que bombardea el silencio.

Soy la voz de un ser poseso por débiles grillos ancianos,

la lámpara carmín de un Rudolph sin cáscara,

el cañón de balas irremediablemente atascadas.

En mí se conjugan los recetarios de todas las abuelas,

las lanas de todas las madres desveladas,

las muecas agrias de todos los hermanos asqueados.

En mí se halla el deseo de un caracol,

del oso primaveral en invierno,

de los parques abandonados.

Ojos de pez de cueva,

mi cuerpo es roca sumergida

dentro de un negro pantano de miel, de limo, de fango,

Confinado anaerobio forzado

en un Ártico personal dentro del trópico—

una muestra gratis del Hades en la última esquina lluviosa.

SUENA: Colors of the Wind — Pocahontas

Papel de arroz

Ésta ha sido la segunda vez que salimos corriendo al sótano de Terraza Pasteur a comprar papel de arroz. La primera hicimos una parada en una tienda de arte para equiparnos de tubitos de acuarela ocre y azul de Prusia. Supimos, en cuanto desenrollamos el supuesto pliego que nos fue entregado entre los chillones anuncios de descuentos de algún supermercado, que no tendríamos sino una oportunidad para plasmar aquello que constituiría la entrega final de cada sección de nuestra clase. Aún así, volvimos a comprarle el precioso producto al solitario señor que no entiende mucho español.

Lo primero que aprendí acerca de este singular papel, fuera de que no está hecho de arroz, es que la gente lo compra más que todo para partirlo en cuadritos diminutos y enrollar no propiamente grama. Lo segundo, que tiene una capacidad asombrosa de absorción. Lo segundo vino a mí a medianoche, en el silencio de un vidrio del cual desaparecieron mágicamente un par de charquitos verdosos. Lo primero, en cambio, no nos lo dijo el señor de la tiendita ni constituía una entrada de nuestro banco de datos; lo supe por las risitas sospechosas de mis amigas, quienes sólo saben que no acepté su compañía cuando me dirigía al sótano de uno de los peores centros comerciales de Bogotá con el fin de comprar el dichoso implemento. Ahora aseguran que el propósito final de estas jornadas es caer en un extraño estado de gozo dando nombre a las manchas descoloridas que fluyen desde nuestras mentes sosegadas.

No es cierto que nuestros pequeños pliegos se achiquen aún más. Sin embargo, puede que en cierto modo, tengan razón en sus burlones rumores. Si vieran la felicidad que da sacar, de un solo borrón aguado, las hojas de un crisantemo…

SUENA: Por un instante, la voz de un curioso pero simpático ser deseándome buena suerte en mi parcial de Historia de la Ciencia

Kyoushitsu

Ese día llegamos al salón con un sinfín de preguntas anotadas en nuestros cuadernos. Nos sentamos en nuestros puestos, puestos sobre los cuales el sol de los martes y jueves era reemplazado por la débil luz de los faroles públicos. Estábamos acostumbrados a la impuntualidad del profesor, pero le teníamos tanta fé que lo esperábamos pacientemente hasta que, con una faz que denotaba la ausencia total de culpa, llegaba balanceando en su hombro el peso de una maleta cuyo contenido eventualmente nos haría poseedores del —según nosotros —magnífico y siempre envidiable conocimiento de una lengua que sólo se hablaba en un país del planeta, en series animadas incomprensibles y aparatos electrónicos.

Sin embargo, esa tarde el profesor no llegó. Los jóvenes de todo el resto de la ciudad estaban tomando cerveza o café, haciendo tareas, visitando a sus amistades y amores, viviendo mientras nosotros nos manteníamos quietos en nuestros puestos, esperando. Alguien hizo un comentario sobre lo caras que estaban las clases como para faltar a ellas. Asentimos. Volvimos a nuestros hogares con la esperanza de su pronta recuperación (en caso de enfermedad) o del pronto arreglo de su carro (en caso de haber quedado varado en el camino).

Nuestros buenos deseos no bastaron para que el profesor asistiera a la siguiente cita. Ni a la otra. Ni a la otra. Ni a la otra. Desesperados, empezamos a recopilar libros de todas las bibliotecas para enseñarnos los unos a los otros. No podíamos abandonar las clases. No teníamos adónde ir durante esas tres horas. Pronto pudimos sostener conversaciones largas en japonés, y en el calor del triunfo empezamos a ir en kimono, hakama, yukata o cualquier cosa que se les pareciera. Uno de nosotros consiguió una botella de sake, para salir todos cantando Shima Uta haciendo de nuestras manos micrófonos de karaoke. En la academia no se habían enterado de la ausencia de uno de sus empleados, dado que nosotros ya casi habíamos erradicado el español de nuestra vida diaria.

Fue la noche que no salimos de la academia para deshacernos de los pupitres con el fin de cubrir el suelo con tatami que supimos que habíamos perdido el control de nuestra afición. Adormilados en nuestros futones nos vimos en un cómodo abismo acuático— Habíamos empezado a vadear para luego cerrar los ojos y hundirnos hasta el fondo del agua, allí donde los sonidos de la superficie se distorsionan, ahogados por un continuo rugir de olas, de litros clorados, caldeados, salados acariciando nuestros oídos.

Comprendimos entonces que el profesor de japonés, consciente de lo que sucedería con el paso de nuestro progreso y aterrorizado por el mundo paralelo que eventualmente emergería al interior del salón de clases, había escapado a algún sitio donde pudiera ser un hombre normal rodeado de gente normal, de ésa que vitorea el fútbol y toma cerveza los viernes. No contó con el ímpetu que rodeaba a sus escapistas alumnos. En cuanto a nosotros, nos fue devuelto el dinero de la matrícula y de inmediato fuimos despedidos de la academia. Estoicamente cogimos nuestros libros, abanicos, juegos de sake, cajas lacadas y rectángulos de tatami e hicimos un último claqué arrítmico en las baldosas con nuestras sandalias geta. A la salida de la academia, en medio del vacío que nos provocaba el reconocimiento de un mundo que nos empeñamos en negar, alguien se dirigió al resto de rostros apesadumbrados:

—¿Les gustan los juegos de rol?

SUENA: Move Your Feet — Junior Senior

Déjà Vu

Llegué algo cansada después de la caminata. Quería decir mil cosas sobre el par de horas que apenas pasaron. El día soleado, café, música de plancha, acentos, anécdotas disparatadísimas, borradores de mensajes increíbles… Pero pensándolo bien, éste no era un primer encuentro. No hubo un saludo especial, ni nervios, ni silencios embarazosos. Ya nos conocíamos, éramos viejos amigos y no nos veíamos desde hacía un tiempito; apenas había que actualizarnos.

Queda entonces un espacio para hablar de lo especial que ha sido verlo, pero uno no habla demasiado de aquellos encuentros que toman lugar frecuentemente y generalmente salen bien. Es precisamente la falta de palabras que sufro ahora, la sensación de que todo esto ya había sucedido y habrá de suceder varias veces más, lo que convierte en la tarde de hoy en un suceso digno de ser recordado. Definitivamente me alegro de su llegada a la fría y seca sabana. Quedan mil razones para repetir las tardes ya repetidas.

SUENA: You’re the First, the Last, My Everything — Barry White