Desperté a las 4:40am. Estaba convencida de que ya estaba amaneciendo, pero pronto me di cuenta de que había dejado prendida una lámpara toda la noche. Tras las ventanas todo seguía aletargado y turquí.
Hacia el mediodía cogí la bicicleta y partí hacia la universidad con un poco de preocupación pues no había preparado la traducción del día. En el camino recordé que una noche, hace no mucho, había estado hablando con el señor Sakaguchi sobre mi tardanza al enviar un texto a la revista del Centro de Lenguas Extranjeras de la universidad. “Soy la mejor escritora que tienen ustedes”, había dicho desafiante, creyéndome quizás Howard Roark. Con este recuerdo llegué a mi facultad cuando la escasez de bicicletas en el campus me reveló lo obvio: no había clases a partir de la hora de almuerzo gracias al festival universitario de este fin de semana.
Tomé una vía diferente a la habitual para regresar a casa. A lo lejos vi una camisa de cuadros verdes y naranja haciéndome señas con los brazos: era el señor Sakaguchi. Arrugas al lado de los ojos, sonrisa de diez kilómetros de largo. Me contó que los del comité editorial de la revista estaban bastante complacidos con mi cuento. “A mí también me gustó”, agregó con un gesto humilde que parecía anticipar mi rostro iluminado por la sorpresa.
“¿¡Tú también lo leíste!?”
En la tarde les avisé a los bautistas que no iría a su reunión mensual a pesar de la promesa de oden casero, pero a cambio llegaron los testigos de Jehová a mi puerta. Les dije que mi inglés es malo, mi japonés nulo, soy venezolana pero no hablo ninguno de los idiomas de la lista que me dieron y además soy musulmana. Y que estoy-ocupada-no-me-molesten-más-gracias-adiós.
Logré hacer funcionar mi nueva conexión a Internet y con Arhuaco esperamos a que diera la hora de conocer al ganador del Premio Nobel de Paz. Obama. ¿Qué es lo que ha hecho Obama?
Me dio sed. No quise preparar té. No quise preparar café. No quise preparar aromática de frutas. No quise preparar esa bebida de vitamina C que compré en la droguería. No quise tomar leche. No quise bajar a comprar una gaseosa en la máquina expendedora. En la nevera había un coctel de naranja y grosella. Menos de 2% de alcohol. Pequeño detalle que pasé por alto: no había tomado más que una gaseosa rara de jengibre en todo el día.
Empecé a hablar con Naam07, pero de pronto él no supo más de mí. Había ido al baño a quitarme los lentes y cepillarme los dientes, mas no regresé. Perdí el conocimiento con la boca llena de crema dental. Todavía estoy tratando de hacer un recuento de cómo fue, pero creo que si la máquina de recordar no estaba funcionando al momento la labor será difícil, si no imposible.
[ Si — Gigliola Cinquetti ]
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