
Creo que tengo problemas graves.
[ She — Elvis Costello ]
Vida, obra y milagros de Olavia Kite.

Creo que tengo problemas graves.
[ She — Elvis Costello ]
La ciudad existe.
A este lado hay hortensias y niños en uniforme, mausoleos en ruinas y poetas valientes que declaman versos malos para irse a Buenos Aires durante cuatro días.
A ese lado hay un cinema, una exposición de grabado chino, bolitas de tamarindo y un río verde que hace ruido como de olas cuando se cuela entre la tubería que lo guía.
El cielo es de ese azul que siempre parece filtrado, como si la atmósfera llevara gafas oscuras permanentemente.
La ciudad existe… y yo hasta ahora me vengo a dar cuenta.
Gracias por abrirme los ojos.
[ City Girl — Kevin Shields ]
[ House of the Rising Sun — The Animals ]
El futuro no debería angustiarme del modo en que lo ha hecho durante gran parte de mi vida. Es decir, es bueno pensar en él pero no depender de él de un modo tan desesperado. Al fin y al cabo, nada es seguro. Las sonrisas se marchitan con rapidez y sin causa aparente, así que más vale disfrutarlas mientras duran. Por primera vez en mucho tiempo enfoco la vista más acá del inalcanzable horizonte, y el paisaje resultó ser agradable. Al menos, si estiro las manos, no me encuentro pellizcando el aire.
El problema emergente es que el aire de lontananza traía espejismos, y ahora toca arreglar cuentas con ellos. No será nada fácil: la arena ubicada debajo de ellos (o que así se hace ver) irrita las conjuntivas y termino llorando como una Magdalena. Harán falta más lágrimas para entender mejor la incidencia de estos nuevos rayos chispeando en mis cristalinos. Hará falta tiempo para entender el tiempo. Hará falta toda una vida para mirar al fin hacia atrás, ya desde el borde del inevitable abismo, y exclamar con satisfacción “ah, conque así era todo. Wakarimashita.”
[ These Are the Days — Jamie Cullum (pero dentro de mi cabeza porque no hay de otra) ]
Después de lo que pasó el miércoles pasado con El Payé y el resultado de mi trabajo final de Teoría 2 el semestre pasado, me doy cuenta de que la Literatura no es sino un continuo ejercicio de doblepensar. Que alguien me abofetee.
[ Spanish Harlem — The Mamas and the Papas ]
El futuro no debería angustiarme del modo en que lo ha hecho durante gran parte de mi vida. Es decir, es bueno pensar en él pero no depender de él de un modo tan desesperado. Al fin y al cabo, nada es seguro. Las sonrisas se marchitan con rapidez y sin causa aparente, así que más vale disfrutarlas mientras duran. Por primera vez en mucho tiempo enfoco la vista más acá del inalcanzable horizonte, y el paisaje resultó ser agradable. Al menos, si estiro las manos, no me encuentro pellizcando el aire.
El problema emergente es que el aire de lontananza traía espejismos, y ahora toca arreglar cuentas con ellos. No será nada fácil: la arena ubicada debajo de ellos (o que así se hace ver) irrita las conjuntivas y termino llorando como una Magdalena. Harán falta más lágrimas para entender mejor la incidencia de estos nuevos rayos chispeando en mis cristalinos. Hará falta tiempo para entender el tiempo. Hará falta toda una vida para mirar al fin hacia atrás, ya desde el borde del inevitable abismo, y exclamar con satisfacción “ah, conque así era todo. Wakarimashita.”
[ These Are the Days — Jamie Cullum (pero dentro de mi cabeza porque no hay de otra) ]
Es menester informaros que este post no sirve para aclarar, explicar ni ilustrar (cuán redundante) nada de lo que sucedió en la pequeña reunión del jueves en Juan Valdez. Este post es lo que dice su título, memorias y nada más.
[ Life on Mars — David Bowie ]
Ayer fuimos a un almuerzo en la sede campestre del club de profesores y egresados de la Universidad Nacional. Mientras recorríamos a pie la carretera de entrada, pasó una camioneta por cuya ventana se asomaba un niño pequeño de facciones sutilmente peculiares. Una idea pasó fugazmente por mi cabeza, pero no hizo mayor mella. Sin embargo, regresó al momento cuando el vigilante anunció por radioteléfono algo con la palabra “Takeuchi”. Tal como me lo había imaginado, el niño era descendiente de japoneses. ¡¡De Takeuchi!! ¡¡¡El archifamoso profesor Takeuchi iba a almorzar allí también!!! ¡¡¡Yo tenía que verlo!!!
Terminamos de subir la cuesta hasta llegar al restaurante mencionando datos varios sobre el objetivo a estudiar— que mi tío tomó clase con él, que el nombre coincide con el de mi cuñado, que justo el día anterior se lo había mencionado en una conversación. Mientras mi papá confirmaba nuestra llegada con el señor que organiza todo, yo miraba a la familia que se apeaba de la camioneta mientras trataba de no parecer demasiado curiosa, recordando las sabias palabras de Minori: “Yo no soy un animal de zoológico como para que todos me estén mirando”. Era inevitable: todos me habían hablado de él —mi mamá, mi papá, el Sensei, Himura Kun, posts varios en TOL… ¿Cómo no quedarme observando? ¿Cómo no quedarme callada en la fila de la barra de ensaladas para oír cómo hablaba mientras llenaba mi plato de repollo con piña y uvas pasas? (Sólo pude oír a la esposa, y hablaba español.) Ya sé, esto está cogiendo tintes enfermizos… pero ahí paró. Terminamos de almorzar, le dirigí un último vistazo al eminente profesor, al bebé de ojos peculiares quien buscaba a su papá (colombiano) y nos fuimos a tomar aromática antes de volver a casa.
Por otro lado…
Un inesperado giro del destino me ha convertido en un usuario más del adminículo generador de ruido que acaba con la soledad del individuo y lo conecta con quien más urgentemente lo necesita. You know my name, look up the number!
Y por último…
Otanjyoubi omedetou gozaimasu, Minori San (maldito hiragana que no sale, qué estafa).
[ The Dark of the Matinée — Franz Ferdinand ]
Y pensar que, de repente, todo lo que tenía como convicción acerca de The Open List se vino abajo…
Messrs. K. and H. assure the public their production will be second to none…!
[ La lavadora ]

Nos tenemos que tomar un café.
Cara tras cara se reparte la momentánea preocupación de una infinita ausencia abruptamente truncada; es un volante promocional que todos reciben mecánicamente para botarlo sin haberlo examinado en la siguiente caneca.
La frase comprende su propia vacuidad; lo sabe la boca que la pronuncia, así que se apresura a deshacerse en consuelos que se transforman en lugares, temas sin desarrollar, títulos de anécdotas— un álbum de fotos que sólo muestra los marcos blancos y algunas rotas esquinas donde sólo salen las correas atravesadas de la cámara y la pelusa que se alojó en el lente durante todas las vacaciones. No obstante, el destino es bien conocido, y la frase sabe que caerá en el vacío de la cortés sonrisa.
La frase sabe —aunque la boca tal vez lo ignore en su alegre ingenuidad —que una vez los ojos que se reencuentran vuelvan su mirada al lado de la calle que venían recorriendo, las promesas y amables sentencias se sublimarán en fugaces nubes de yodo, y el olvido interrumpido volverá a ser como antes.
[ Monkberry Moon Delight — Paul McCartney & Wings ]