Yo: ¿No te ocurre a veces que pasa el día entero y no usas la voz ni una sola vez?
Hazuki: No.
Yo: ¿No?
Hazuki: No. Yo hablo sola.
[ You’re a Cad — The Bird and the Bee ]
Vida, obra y milagros de Olavia Kite.
Yo: ¿No te ocurre a veces que pasa el día entero y no usas la voz ni una sola vez?
Hazuki: No.
Yo: ¿No?
Hazuki: No. Yo hablo sola.
[ You’re a Cad — The Bird and the Bee ]
Una tarde de verano en 2002, un tímido joven japonés se detuvo en un pasillo frente a una colombiana ligeramente menos tímida recién llegada a Dubuque, Iowa. Departieron un rato.
—Después te llamo—, dijo él en inglés a modo de despedida.
—¿Cómo planeas llamarme si no tienes mi número?
El joven quedó algo perplejo ante la audacia de su interlocutora. Parecía una invitación, pero no había manera de asegurarlo. Excepto, tal vez, si cumplía la promesa.
Los días pasaron y los paisajes cambiaron. Hubo encuentros y desencuentros. La nieve cayó y se derritió y volvió a caer. Los aviones surcaron los océanos en vaivén. Así transcurrieron casi siete años.
Una mañana, el teléfono rompió el silencio en un minúsculo y desordenado apartamento en Tsukuba, Ibaraki. Una extranjera levantó el auricular.
—¿Estás despierta?—dijo una voz en japonés desde el otro lado de la línea.
La mujer rió, somnolienta. Parecía el eco de una antigua invitación, pero no había manera de asegurarlo: ella nunca había recordado una promesa durante tanto tiempo.
[ Qui sommes nous? — Olivia Ruiz ]
Hace muchos años dibujaba todo, todo el tiempo. Hace muchos años pasaba fines de semana enteros escribiendo sin parar. Hace muchos años había música en mis dedos explotando cada tarde sobre una guitarra.
Ahora el terror me ata a esta vieja silla de escritorio, mis manos extendidas sobre la mesa, pesadas e inamovibles. La hoja en blanco se muestra omnipotente frente a mi lápiz tembloroso, mi espada de grafito que ha de quebrarse al contacto con el vacío de lo que no se ha dicho, de mi boca entreabierta, de los ojos expectantes que solo encontrarán el final de un suspiro entrecortado.
[ Berimbau — Sergio Mendes & Brasil ’66 ]
Una de mis ex alumnas de la clase de español es una chica de pelo cortísimo y vestimenta muy diferente de la de las demás japonesas: anda con una chaqueta acolchada, como las que usan los ancianos chinos, y pantalones bombachos que seguramente compró fuera del país o en una de esas tiendas étnicas que hay en Tsukuba Center o Harajuku. Se llama Yurika.
Yurika pasó seis meses de su vida haciendo un voluntariado en Mozambique. Desde entonces quedó completamente descuadrada del molde japonés, como suele suceder con todos aquellos intrépidos aventureros que osan posar pie fuera de la isla. Habla portugués bastante bien, cosa que influye en su entendimiento de la gramática. Es útil saber un poco de esta lengua —aprendí por mi cuenta cuando tenía quince años, pero ya he olvidado casi todo— al conversar con ella, puesto que trastoca los términos seguido, cosa que no solo me parece simpática sino que además me ayuda a repasar. Ahora quisiera proponerle que un día no hablemos español sino portugués.
1.
El problema de escribir es que si no lo hago al instante, la idea se va. No he tenido sino ideas e ideas e ideas, pero cuando las pospongo (o sea, siempre) se hacen trizas como alas viejas de mariposa y resulto mirando al vacío dulcemente, cual vaca rumiando aire. Por eso nadie daría dos pesos por la publicación de mi inexistente obra. Porque es inexistente y yo no he hecho nada por materializarla.
2.
Ayer amanecí con el pelo liso. Para mi feliz sorpresa, me bañé y seguía liso. Ahora me parezco un poco más a como era yo antes de venir a Japón, sólo que después de Hiroshima he perdido el apetito inexplicablemente y he adelgazado. Esto me ha traído ciertos inconvenientes, como que la ropa se me escurre y mi busto ya no existe. Cuando vuelva la humedad al ambiente volverán las ondas que últimamente han decorado mi cabeza y han hecho que no me reconozca cuando me veo al espejo.
3.
Fui a cenar con el señor Sakaguchi a un restaurante mexicano. Me contó cómo es el museo que no quise visitar en Hiroshima. Hablamos en alemán un rato. A él le fluye, a mí no. Le enseñé un poco de español. Deseó que pudiéramos conversar fluidamente en algún idioma que no fuera inglés ni japonés para que nadie nos entendiera. Me compró un helado de yuzu. Lo abracé. Me apretó con fuerza durante el más breve de los instantes.
4.
Anoche soñé con vestidos de colores vivos, hermosos pero carísimos. Me los medía y me quedaban a la maravilla, pero no podía comprarlos todos. Recuerdo particularmente una bufanda anaranjada drapeada especialmente costosa. El instante en que abrí los ojos vi a través de la ventana el cielo más azul que mañana alguna pudiera ofrecer. Fue un contraste de colores refrescante para complementar un sueño absolutamente reparador.
Hace frío, mi pelo es liso, mi pecho plano y no puedo escribir. También le tengo miedo a la tinta china.
[ Down in Mexico — The Coasters ]
Los herbajos que nadie esperaba ver en setenta y cinco años se abren paso sin rubor por entre los escombros del edificio de la Exposición Comercial de Hiroshima. El interior del cuartel del emperador Meiji, frente al castillo reconstruido, es una cama de flores.
Los árboles de troncos chamuscados se resisten a caer y aún observan los tantos cauces desde lo alto, desafiantes y llenos de hojas.
Desde lo alto de las ruinas levanta vuelo un cuervo. Al otro lado del río, una pareja abrazada ríe en la oscuridad de la noche. Cerca de ellos, en la orilla, un joven con voz de cordero toca la guitarra rodeado de tres desconocidos con máscaras de lucha libre.
Qué estúpidos somos al creer que realmente podemos aniquilarlo todo para siempre.
[ Standing on the Shore — Empire of the Sun ]
Y así es como uno aprende a conformarse con una venia como si fuera un abrazo.
[ Lay Around — The Jealous Girlfriends ]