Fundido a negro

A veces se me olvida cómo ser humana.

A veces noto una extraña sensación de vacío en el tórax y me pregunto si es hambre. Ante el recuerdo del síncope del año pasado suelo forzarme a comer algo, no sea que vuelva a caer como un árbol viejo en medio del bosque (si una mujer encerrada colapsa y nadie se da cuenta, ¿realmente ha colapsado?). Otras veces debo arrastrarme a la calle porque se supone que hay que tomar el sol y caminar de un lado a otro. Eso es lo que hace la gente durante el día, ¿no?

No sé cuándo fue la última vez que supe que estaba viva. En este limbo cómodo donde siempre suenan canciones que me gustan bien podría ser un fantasma. ¿De quién serán las carcajadas que emanan de aquel apartamento esquinero que nadie visita? La puerta está bloqueada por dos inmensas cajas de cartón y un mueble pútrido que el viento amontonó.

Ya no me desvela hallarme en el borde del mundo, abandonada. Quisiera pensar que la imagen de Atreyu tomándose una sopa negra y asomándose a la Nada que consume a Fantasia ya no se compara con mi vida, tal vez porque en realidad no tengo una vida. Me limito a existir… si es que existo, porque en realidad no lo sé. Sé que me gusta cantar, que me encanta la leche de soya saborizada, pero el resto de detalles se ha ido borrando como una inscripción vieja. Debo mirarme al espejo seguido para comprobar que la luz no me atraviesa. ¿Acaso me consume a mí también la Nada? ¿Quién me imagina, para pedirle que venga a mi rescate?

A medida que me he ido desvaneciendo he perdido las palabras y las ideas, y la mente se me ha vuelto solo colores. En ocasiones lo único que ocupa mi cabeza es aquel naranja furioso sobre el que se delinean las ramas desnudas de los ginkgos al anochecer. Es tan nítido. Sin embargo sé que dentro de un rato lo olvidaré, y ese pedazo de mí se esfumará en un irremediable fundido a negro, como todos los otros.

[ Tive Razão — Seu Jorge ]

Antonio Borja Won Pat

—¡Oh! ¡Usted viene de Colombia!
—Sí.
—¿Vino a visitar amigos?
—No.
—¿Vino sola?
—Sí.
—¿Tiene familia aquí?
—No.
—¿Es militar?
—No.
—¿¡Entonces cómo supo de la existencia de Guam!?

[ Shake Your Body (Down to the Ground) — Michael Jackson ]

Guam

Sumergirse en el color.
No en agua de color, sino en el color.
(¿Quién iba a pensar que la esencia del horizonte es salada?)

Tocarse la frente y sentir cómo se deshace en gránulos de nácar y coral,
Tener el cuerpo hecho de masa de galleta,
Pies sinuosos despegando en volutas bajo los pececillos asustados.

Dormitar en la playa,
Ocasionar el ocaso terroso de la piel
Al arrullo de los suspiros del viento.

No decir, no hacer, olvidar el timbre de la propia voz.
No pensar.
No saber.
No creer.

Ser.

[ Earth Song — Michael Jackson ]

Una media de rayas

Anoche, mientras dormía, se me escurrió una media de rayas de colores y quedó atrapada entre las cobijas. Mientras esto ocurría estaba soñando que unos personajes oscuros me invitaban a sentarme al lado de ellos en la banca de una iglesia, lo cual suponía un dilema puesto que si los acompañaba quedaría afiliada al Imperio y mis conocidos me odiarían, pero si me sentaba al otro lado del pasillo junto a los demás sería considerada una Rebelde y tendría que pelear y enfrentarme a una dolorosa muerte. Pensaba que lo mejor era huir alegando que no me gusta Star Wars.

Desperté mucho antes del amanecer, pero no me puse la ropa encima de la pijama para ir a tomarle fotos al radiotelescopio teñido de rosado por las primeras brumas de la mañana como el día anterior. El silencio era incómodamente soporífero para alguien que podría cerrar los ojos mas no dormir de nuevo, así que prendí el computador. Es asombroso notar cómo este aislamiento total ya no me escuece. Si quiero usar la voz, canto. Si busco interacción con otro ser humano,… ¿por qué habría de buscar eso? ¿Para qué? Todos sabemos que la respuesta a “cómo estás” es “bien”.

Me pregunté qué debía hacer hoy, pese a que lo normal siendo domingo de vacaciones es que no haya nada que realmente deba hacer. A veces me cuesta saber qué día de la semana es y si dicho día me acarrea responsabilidades, puesto que no hay mayor diferencia entre los días oficiales de trabajo y los de asueto. Puedo estar traduciendo un domingo como puedo estar dibujando un miércoles. Me gusta lo que hago, sea tarea impuesta o no. Tras deambular por los rincones de mi cabeza concluí que al parecer hoy tampoco hablaré con nadie, pero que lo mejor es que salga a tomar algo de aire invernal y reponer las reservas de leche de soya saborizada que ya están escaseando.

El sol terminó de salir y las últimas ráfagas heladas se alejaron de la ventana. Me paré a apagar la calefacción y al contacto con el tatami descubrí que tenía el pie izquierdo desnudo. No supe por qué quise escribirlo, pero lo hice.

[ Who’s Gonna Save My Soul — Gnarls Barkley ]

2010

2010

Nunca pensé que llegaría a este año con la facultad para empezarlo un poco al estilo de la película. Je. Me gusta mi vida.

[ Think Long — Mates of State ]

2009

El año que empezó emprendiendo la retirada de Vietnam se acaba soleado y sosegado en mi apartamento. Tiene pinta de haber sido el año más emocionante de mi vida hasta ahora. Creo que es porque ha sido el año en que finalmente he abierto los ojos para reconocerme completa, viva, corpórea.

Pasaron tantas cosas, tantos lugares, tantas personas. Sonreí y quise y reviré y dije adiós. Desperté. Me liberé de las cadenas que me tenían dando vueltas en la cama, obsesionada hasta la furia con un rompecabezas de más de dos mil piezas de un cuadro de Mucha. Podé las partes de mi vida que me molestaban, saboreé el silencio y por primera vez no me supo amargo.

Del año quedan detalles esparcidos, trozos brillantes de espejos reflejando miles de colores. Una miga de tartaleta en el brazo del boticario. Mis pies al fondo del tibio mar de esmeralda en Waikiki. Un ave alzando vuelo desde la cúpula de la bomba atómica en Hiroshima. La voz de Ovidio susurrando mi nombre. Las luces extáticas iluminando entre rugidos a Alex Kapranos. El radiotelescopio al atardecer. El hallazgo a tientas de una moneda de Arhuaco. La fría oscuridad de la inconsciencia en el baño de mi apartamento. La mirada cansada de Minori. El cielo imposiblemente azul bajo el que abrí los ojos para hallar a Cavorite a mi lado.

Tintinean los fragmentos con el viento que los arrastra para dar paso a recuerdos nuevos. Ahora miro a través de la ventana: amanece. Los rayos anaranjados se explayan sobre un edificio en la distancia y me encandilan; es una mañana más de las que quisiera que él viera conmigo. Ya vendrá el momento.

Y ahora, 2010.

[ Close Your Eyes— Basement Jaxx ]

Les yeux clos

Me gusta la sensación de estar yendo a ninguna parte. Coger la bicicleta tras una diligencia menor e ignorar que hay una ruta corta y segura hacia el hogar, la mirada fija en una trocha minúscula llena de matorrales secos. Extraviarme entre los senderos del barrio como si no los hubiera recorrido ya cientos de veces —los bosques de bambú, los portones antiguos, las ancianas encorvadas—, para emerger en la inmensidad de los campos desnudos gobernados por el radiotelescopio que araña el cielo de acianos sublimados. Pasar al lado de aquel aparato gigantesco, detallarlo, saber que jamás ascenderé por los escalones que se pierden en su parábola y aún así amarlo.

Seguir. El radiotelescopio se convierte en una silueta recortada contra el horizonte encandilado. Recorro un camino sinuoso que nunca había visto antes, me pregunto si me perderé. No tengo miedo. Tal vez deseo perderme. Me muero por ver algo nuevo. Siempre tengo que estar viajando, adonde sea. Desaparezco en el ocre infinito de Ibaraki. Soy una versión abrigada de la cantante de MIA. en el bucólico video de “Uhlala”, pero el paisaje se transforma abruptamente; se hace demasiado familiar, como uno de esos absurdos cambios de escenario que ocurren a menudo en mis sueños. No acabo de bordear una vieja pared de piedra tras la que me miran las ramas de un pino hecho escultura y ya estoy en una de las avenidas principales del pueblo.

Entonces me entero de que mi tienda de muebles favorita está a punto de cerrar. La recesión, me imagino. Wendy’s también se va. Aprovecho la liquidación para comprar el juego de cortinas que me hacía falta (mi apartamento tiene más ventanas de lo normal), paso por el supermercado en busca de una bandeja de huevas de pescado y regreso a casa a ver cómo se encienden en coral los edificios aledaños y las escasas nubes para luego apagarse, sumidos en el frío monocromo.

Al parecer no hay mucha diferencia entre lo que veo con los ojos abiertos y cerrados. Tal vez por eso este es mi cuadro favorito de toda la vida.

[ Si — Gigliola Cinquetti ]

Hi! You Like Me Just the Way I Am

¿Al fin a Bridget Jones la quería Mark Darcy por ser como era o pese a ello? Después de estudiar el primer libro (sí, estudiar) tuve la sensación de que era lo segundo, pero ahora empiezo a dudar. Tal vez el problema no radica en realidad en lo que pueda pensar Mark sobre ella, sino en lo que ella piensa de sí misma. El hecho de que Bridget no necesite cambiar para conseguir pareja no es suficiente para hacer de ella una heroína del post-feminismo —cómo detesto ese término y la idea de que el feminismo es un capítulo cerrado—, ya que en el fondo la historia se trata de cómo conseguir un hombre para darle algo de sentido a la vida (porque ser soltera claramente no es una opción), y aún esa anhelada redención a lo cuento de hadas no es suficiente para reparar la autoestima destruida.

No obstante, en cierto modo entiendo si Bridget cree que la aman pese a todo, puesto que en algún momento he llegado a pensar igual. Me he examinado con ese odioso ojo crítico y me he hallado frívola y respondona y completamente poseída por el terror a los balones y los teléfonos y la gente a la que hay que preguntarle direcciones y precios, pensando en ello como si me hiciera menos merecedora de la admiración de alguien más. Y sé que no debo ser la única en sentirse así. No es raro resultar ignorando la mirada brillante del ser amado por hacerle caso a estándares que ni al caso vienen (Naomi Wolf mal parafraseada). Tal vez esto no haga de mí un modelo a seguir en el feminismo moderno, pero supongo que si hago el intento de entenderme y entender lo que me rodea podré saber qué puedo hacer al respecto. Por lo pronto podría dejar de darme tanto palo.

(Esto es lo que me pasa por haber pasado la tarde revisitando The Beauty Myth y por esta nueva tendencia en mi vida de mandar mails románticos con bibliografía.)

[ I Feel It All — Feist ]

Le verbe vouloir

Quiero un gelato gigante, ya sea de Asakusa o de Little Italy. No puedo querer un gelato de ningún lugar de Italia porque nunca he ido a Italia.
Quiero teletransportarme. No a Italia.
Podría coger la bici, irme hasta el KEK y pedirles a los científicos que dejen de hacerse los locos y me teletransporten ya mismo al CERN.
Sí, buen intento.

Quiero crear cosas de la nada y no de los recuerdos.
Quiero crear cosas de los recuerdos.
Quiero completar ese poema inconcluso que me encontré en un recibo en el piso de mi cuarto el otro día.
Me habría gustado haberlo terminado en su momento, pero todos sabemos que del afán nunca ha salido nada bueno, y mucho menos poemas.
En la primera página de un libro, donde ahora reposa ese mismo poema pero sin tachones y con tinta anaranjada, debería estar escrito “Es posible esquivar la nata del chocolate sin sacarla del pocillo”, o “Nunca olvides que Jairo Florián y Jacqueline Henríquez componían el elenco de Chispazos”, pero no ese remedo de poema. Bueno, qué le hacemos. No es tan malo; solo quedó a medio hacer. Por lo pronto no figura en ninguna parte más que en esa olvidada película de celulosa.

Quiero escribir más.
Quiero que Gazapos me haga levantar las rodillas hasta el mentón y me vea pasar corriendo a toda y grite “go go go go!” y mire su cronómetro y frunza los labios y sacuda la cabeza en desaprobación pero me prohíba rendirme. Así debe ser escribir con ella.
Si fuera escritora, Gazapos sería mi correctora de estilo.

Quiero no pensar en japonés cuando hablo francés.
Quiero no pensar en francés cuando hablo portugués.
Quiero seguir traduciendo para la Alcaldía de Tsukuba.
Quiero yogur de nueces.

[ Boble — Hanne Hukkelberg ]

別れ路

Penduo Long emerge en el paisaje por ahí una vez al año. En su apretadísima agenda, rayada con ese trazo desenfrenado que hace de cada nombre un autógrafo, reserva una tarde para encontrarse conmigo y rendir blandas cuentas de lo que ha sido nuestra vida en ausencia del otro. Bajo la pulcra seda de nuestro trato cordial se esconde un par de dagas ensangrentadas.

Almorzamos en Roppongi. Él parece una versión asiática de Don Johnson en Miami Vice y yo llevo los labios brillantes de escarlata bajo la pava de ala infinita. Me pregunta si he engordado y me recuerda aquella única vez que pronuncié mal la palabra “façade”, como si de un gran trofeo anecdótico se tratara. Yo frunzo los labios saboreando el triunfo de no haberle dejado nada más que reprocharme salvo aquella tarde que me encontró con el enjuto y peludo contador de la empresa en el asiento de atrás de su Corniche, pero finjo que es el sabor del Gewürztraminer. Él jamás sería capaz de mencionar ese episodio —la insuperable vergüenza lo haría atragantar—; por eso tanta insistencia en la traición urdida entre mi paladar y mi lengua.

Me pregunta por mi nuevo amante, y yo arrojo la cabeza a un lado con una mueca semejante a una sonrisa mientras le hablo con excesivo detalle de las tardes en Santorini y de todo lo que Jean-Jacques sí me ofrece que él nunca pudo. Penduo sabe que Jean-Jacques no es su verdadero nombre, pero también sabe que bien podría ser el jardinero de la casa en Niza —para mayor humillación—, así que permanece callado.

Alguna vez fuimos felices. Por más que he querido ahogar el recuerdo en bilis, aún ahora debo aceptarlo. Éramos jóvenes y medíamos el dinero en términos de cuántas hamburguesas podríamos comer por cada hora de trabajo. Tomábamos gaseosa en la cama y nos peleábamos por las fresas deshidratadas del cereal que siempre servíamos en un solo bol. Penduo conducía un Honda CRX al que le habían robado la H del capot y nos íbamos de paseo a lugares de nombres graciosos. En la carretera, los árboles desnudos se alzaban como rastrillos que rasguñaban los témpanos del cielo mientras cantábamos canciones de John Lennon a dos voces. A través del vaho parecía como si bajo nuestros guantes rotos siempre estuviera próximo el fin de la primavera. Qué ilusos fuimos al no notar lo delgados que se hacían los calendarios.

La última vez que nos vimos se nos ocurrió ir a cine, por los viejos tiempos. Al oscurecerse la sala Penduo tomó mi mano. Me sorprendí un poco mas no opuse resistencia, rodeados como estábamos de tantas parejas con las sonrisas embobadas iluminadas tenuemente por la pantalla. Por un momento parecíamos una de ellas, y mis comisuras se alzaron también. Sin embargo, al poco rato se quedó dormido y empezó a roncar. En un instante mis dedos deshicieron el tierno nudo que nos unía e hinqué un codo en sus costillas con la vergüenza acumulada de toda una era. Era mi olécranon cobrándole de contado su impotencia, su barriga imperdonable, su cara de mapache rojo al emborracharse, su incapacidad absoluta de hacer la más ligera mención del episodio del Corniche. A quién le importa que yo haya dicho “fáqueid” en vez de “fasad” si él no es capaz de detener el tiempo por dos horas siquiera.

Penduo paga la factura y yo retiro la vista para no encontrarme con la carpeta de cuero cayendo estrepitosamente sobre la mesa. Siempre he odiado ese gesto suyo de displicencia para con el servicio. El compromiso anual se ha cumplido y ya podemos olvidarnos el uno del otro mientras empieza a refrescar y comienza de nuevo el ciclo de desaparición y reaparición de la piel en la calle. El otro año la cita podría ser en Nueva York o Ginebra. Da igual.

En la noche me reuniré con mis amigas para nadar en rusos blancos y les contaré lo envejecido que se ve Penduo mientras nuestras risotadas de cotorra hacen evidentes mis propias patas de gallo. En algún momento de brumosa lucidez les confesaré que no pienso dejar de verlo pese a lo mucho que nos odiamos: mientras podamos almorzar una vez al año y hacernos nimios favores, todo estará bien. No tengo nada que lamentar si pude quedarme con los niños y el galgo afgano.

[ Lucy — Hanne Hukkelberg ]