Estaba en una conferencia en un recinto adjunto a un centro comercial y nos dejaban ir para almorzar. Buscnado restaurantes me encontraba un bar para golfistas donde todos usaban boina. Pasaba por una hamburguesería llamada “American Burger”, luego pasaba por otros sitios, luego me decidía por esa. Me daba cuenta de que había dejado la billetera en un punto de información. Pensaba en lo mucho que me podía distraer yo para dejarla ahí. Volvía por ella y la señorita de Información me la entregaba apenas me veía llegar. Retornaba a la hamburguesería pero me daba cuenta de que no era muy clara la información sobre cómo elegir los ingredientes, ya que no solo había hamburguesas sino también pasta y uno no sabía qué era para qué. Una mesera tras el mostrador hablaba con un fuerte acento. Deducía que era japonesa y le hacía preguntas en japonés. Me respondía en el mismo idioma, pero había un ruido ensordecedor y no alcanzaba a entenderle bien. Había una demora enorme en el servicio, espere y espere y espere la hamburguesa. Por fin la tenía y me tocaba treparme como a un ferrocarril elevado para comer. Se me acercaban unos flaites chilenos con sus bandejas de hamburguesa. Me daba un poco de miedo pero sacaba mi acento chileno y me trataban bien. Me tocaba bajarme para buscar las salsas, pero era muy difícil. Para cuando me desperté, no había alcanzado a probar bocado.
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