Veía a j. frente a mí, pero no era como si estuviera realmente con él. Una voz me decía que las despedidas no necesariamente son para siempre, y que tal vez algún día nos reencontraremos.
Archive for November, 2011
Salía a trotar. Un contacto de Internet pasaba y me miraba mal. De repente yo estaba trotando encartada con una mochila llena de cosas y un pocillo grande amarillo. Encontraba un hospital que tenía gimnasio, pero entraba al pabellón equivocado y me topaba con un profesor del colegio. Me saludaba y yo le respondía medio de afán. Pasaban dos jóvenes con morrales, yo les decía “¿también van al gimnasio?” pero me ignoraban. Al fin llegaba a mi destino. Ocupaba la trotadora. De repente estaba tratando de reclamar mis cosas a la entrada, pero unos travestis negros saboteaban todo y ya no me querían entregar nada. Yo les rogaba a los del guardarropa que me entregaran mis cosas cuando los travestis se iban indignados quién sabe por qué.
De repente esto era una película postapocalíptica donde todo había sido destruido y le estaban disparando a todo el mundo, incluyendo niños.
Estaba en un hotel. Iba al baño y me daba cuenta de que había habido un cortocircuito. Un ambientador y una multitoma estaban incendiándose. Le echaba agua al ambientador y encontraba la manera de desconectar ambos. Esperaba que la multitoma me sirviera después, pero si no, me compraría otra.
Me sentaba a ver las luces de la ciudad desde la ventana del cuarto. Pensaba en fotos que no podía tomar porque había dejado la cámara. No veía bien porque mi propio reflejo me tapaba la vista. Al lado, en un sofá, había una presencia que me hablaba de lo lindo que era el paisaje. De repente no encontraba mis gafas. Había otras muy sucias, como embarradas. Cuando hallaba las mías, me daba cuenta de que estaban muy grasosos los lentes, pero igual me las ponía.
De repente estaba en la calle, de día. Era Londres. Una joven negra comentaba que era muy difícil conseguir bagels con salmón y crema porque eran exageradamente costosos. Si el semáforo peatonal estaba en rojo, decía, cobraban 100 dólares. Si estaba en verde, y por lo tanto había mucho afán de cruzar, lo hacían a la guachapanda por 35 dólares. Pensaba en todos los bagels con salmón y crema que había dejado de comer en Japón.
Yo salía en una caricatura de Gina Parody y Antanas Mockus. Era una muñequita con gafas gruesas, nariz grande y capul desproporcionada.
Mis papás y yo estábamos arreglando mi cuarto. Mi papá se ponía bravo porque supuestamente yo no estaba aprovechando el espacio de unas cajas ubicadas en mi estantería de libros. Yo le mostraba que todo estaba ya lleno y no había dónde meter más cosas.
Unos argentinos y yo teníamos una conversación entorno a Manolito (el de Mafalda) y la Coca. “Coca” como en Coca-Cola. Yo bajaba unas escaleras mientras tantos. Creo que yo estaba antojada de Coca-Cola y a ellos les parecía una actitud muy de Manolito estar pidiendo Coca.
Cavorite me contaba que su pelo ya medía 25cm. Yo pensaba que debía haber un error, que debían ser 25mm. En todo caso era demasiado largo.
Regresaba a Loras College y empezaba a salir con un estudiante alto, flaco y casi sin barbilla.
Estaba en una película en la que al principio era una señora rica y muy miope nadando desnuda en una piscina. Entre las cosas borrosas a mi alrededor veía a otra mujer desnuda en la misma piscina. De repente cambiaba de punto de vista y ya no era la señora sino la otra persona: Sia. Me daba cuenta de que era otra persona porque veía ligeramente mejor que la señora, cosa que comprobaba mirando una hoja con un poema que acababa de escribir. Un señor, creo que el esposo de una señora que me patrocinaba, intentaba alzarme, pero yo le decía que no me tocara. Cuando era la señora sí me había dejado, otra prueba de que había cambiado de cuerpo. La piscina se iba haciendo más profunda pero yo hacía lo posible para no ahogarme ni que se cayera la hoja. Fuera de la piscina alguien reparaba en los tacones tan interesantes que llevaba la señora, pero en realidad eran clavos que le atravesaban los pies y le permitían caminar. Ese era el fin de la película.
Antanas Mockus estaba enfermo. Yo estaba parada frente a la reja de su casa. Tenía el presentimiento de que moriría. Si eso pasaba, probablemente debería anunciarlo por Twitter. En efecto, aparecía un enfermero y nos daba las malas noticias. La gente lloraba. Yo también estaba algo llorosa. Abrían la casa y todo el mundo entraba a ver el cadáver y llorar. Yo entraba y lo veía como por medio segundo, pero era tan impresionante que salía corriendo. Esperaba que llegara Gina Parody al funeral para darle el pésame y ahí sí dar una declaración oficial en redes, pero ella nada que aparecía y en cambio sí pasaba gente por ahí burlándose de mí.