Estaba en una fiesta (tal vez mi cumpleaños) en la casa de mi tía y aparecía la señora con la que trabajé hace años. Ella estaba toda sonriente pero yo le respondía súper seria, tal vez incluso de manera agresiva. La gente me preguntaba por qué le había permitido entrar ahí si ella me había tratado tan mal y yo explicaba que de todas maneras no estaba siendo amable con ella. Aparecía entonces Marcela, mi ex compañera de Los Andes, contenta de verme. Yo pensaba que ya había llegado la hora de llevarnos bien de nuevo y la abrazaba y le decía que lamentaba mucho lo de su padre pero que no había podido decírselo. La gente seguía opinando que la señora del trabajo no tenía por qué estar ahí.
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Estaba caminando por el barrio donde queda la casa de mi tía. Tenía puesta una blusa blanca de flores rojas y cuello chino muy bonita. Tenía la chaqueta en la mano. Aparecía Ovidio paseando a su sobrino, quien era mucho menor de lo que es en realidad. Nos saludábamos de lejos. Llegaba a la casa de mi tía y de repente estaba en el dormitorio de una universidad en Estados Unidos.
Encontraba mi delineador de ojos negro brillante.
Visitaba a Miguel (juglardelzipa), quien vivía en Entrerríos. Iba a caminar desde allí hasta la casa de mi tía pero era medianoche y alrededor del caño todo era muy solo, aunque había gente pasando en bicicleta. Pensaba que debería haberle pedido a Miguel una bicicleta prestada. Abrazaba mi cartera y me ponía a correr por la calle.
Vivía en casa de mi tía y tenía un vecino muy bonito que estaba enamorado de mí. Me instaba a que saltara de un balcón para irme con él pero me daba miedo ir a partirme un pie o algo así. Asomada al balcón evaluaba las paredes para bajarme poco a poco. Aparecía mi papá y yo cancelaba la idea de saltar pero quería darme muchos besos con este personaje. De repente estaba rescatando un montón de aretes de un hueco. No sé a quién habían pertenecido, yo tenía la sensación de que eran míos, pero otras personas los estaban reclamando como una especie de herencia. En algún punto alguien me decía que yo tenía acento chileno.
Estábamos en la casa de mi tía con mi familia y Cavorite. Él tenía carro y salía a dejarlo no sé dónde mientras mi papá golpeaba donde los vecinos para gritarse con una señora porque nos había rayado la puerta del garaje con su carro o algo así. Mi mamá decía que últimamente mi papá andaba peleando con todo el mundo menos conmigo; yo decía que eso se debía a que yo sabía cómo tratarlo. De repente tenía la certeza de que esto era un sueño y decidía despertar para comentárselo a Cavorite, quien estaría durmiendo al otro lado de la cama.
Abrí los ojos. No hay nadie a mi lado. Esta no es una cama sino un futón.
Primero soñé con un paisaje claroscuro, mi conjunto en Bogotá pero con una luz casi que invernal de alto contraste. Yo tomaba fotos y creo que un club de fotografía me estaba rechazando por alguna razón. Me metía en la casa de una compañera de curso en el colegio (la que se fue a Australia, casada en la vida real), la cual quedaba frente a la mía, pero cuando oía la voz del papá a lo lejos salía corriendo. Me asomaba a la ventana de la sala de mi casa. Estaba toda mi familia cantándole el Happy Birthday a mi mamá, y yo quería estar con ellos pese a haber sentido algo de rabia anteriormente, no sé por qué. Entraba atravesando la puerta cerrada (como si fuera un ser incorpóreo) y me reunía con mis papás, dichosa.
Creo que alcancé a despertar un ratito, pero volví a acomodarme. Entonces resultaba en el matrimonio de una niña del curso (la que cumple cinco días después que yo, también casada en la vida real) y la felicitaba justo antes de irme de la fiesta. Había pasado todo el tiempo conversando con otras personas (incluso hablando en contra del matrimonio) y no creía que fuera a poder cruzar palabra con ella. Natalia y yo estábamos contentas de vernos, pero ella me decía algo que daba a entender que me había invitado a su boda por pesar. Yo estaba mal peinada y muy enternecida con ella.
Por último soñé con una animación como de principios de los ochenta (al estilo de aquella de la propaganda de Renault 4, “amigo fiel”). Una voz en off decía que regresar a Bogotá era “como una espuma conocida” mientras aparecía una mujer caminando por una calle del barrio donde queda la casa de mi tía. Entonces, de una alcantarilla que parecía una junta de expansión de un puente, emergía espuma como de Coca-Cola (como la que cae del techo en aquel capítulo de The Big Bang Theory) y a la mujer le daba mucho asco.
En algún punto de esta mezcolanza de sueños se mencionó la palabra “Cavorite”, pero no recuerdo cuándo ni cómo ni por qué.
Ya me estaba aburriendo de no recordar mis sueños. Por fin algo bien raro y largo:
Volvía a Colombia y me ponía una cita con alguien para vernos. Sin embargo, cuando estaba en el lugar de encuentro (creo que era Cafam de La Floresta) me daba cuenta de que la persona y yo no nos habíamos dicho en qué puerta nos encontraríamos y cuando iba a coger el celular para llamarlo me daba cuenta de que tenía el de mi madre, en el cual no estaba grabado su número, y yo no podía recordarlo. Mi familia me encontraba en esas y me llevaba a la casa de mi tía, donde una prima aparecía y me saludaba. Yo estaba llorando. Pensaba que si el del encuentro hubiera sido Himura, habría podido llamarlo porque el suyo era el único número de celular que aún me sabía de memoria. Mi tía se ofrecía para llevarme a mi casa a recoger mi celular para no perder mi cita, pero ya había pasado más de media hora desde la hora convenida (como que la cita era a las cuatro porque eran las 4:36.
Creo que alcanzó a haber un rato de no pensar antes de soñar esto:
Estaba en Argentina, en un salón lleno de duchas. Las duchas eran bastante interesantes: una combinaba agua y alcohol pero la presión era tan fuerte cuando me iba a meter el agua (o el alcohol, eran dos chorros) me mandaban al piso. La gente me veía tirada ahí como una cucaracha pero no me ayudaba a parar. Al fin me incorporaba y exponía mi región lumbar al golpe del agua a ver si me masajeaba. Después iba a meterme a una ducha que proyectaba muchos chorros desde muchos ángulos, pero por alguna razón no podía. Tengo la impresión de que siempre me estaba resbalando en ese sueño. Había muchas argentinas lindas, por cierto.
Como no falta la metamorfosis del lugar en el sueño largo, resultaba de repente en la cocina de un restaurante. Veía a los chefs preparar muchos platos con jamón. Se veían muy apetitosos.
Mi familia y yo íbamos caminando por el barrio para regresar a casa cuando nos interceptaba Himura, quien vestía mi sudadera verde oliva de estar en casa. Me daba un poco de vergüenza verlo con esa ropa que le quedaba chiquita. Decía muchas groserías frente a mis papás pero se disculpaba. Decía que había venido hasta el barrio porque yo no había llegado a nuestra cita (¡la del sueño anterior!).
Era Navidad y yo estaba con los hermanos de Himura en un parque. Llegaba la novia de él vestida de yukata y yo pensaba “¿además se disfraza de japonesa?” Por alguna razón resultábamos reunidos Himura, sus hermanos menores, la novia, mi hermana y yo. Supongo que era por lo que yo estaba cuidando a los niños. El ambiente estaba lleno de miradas amargas.
De pronto estábamos en casa de mi tía e íbamos a ir caminando a alguna parte, pero mi hermana y yo nos demorábamos en salir porque estábamos viendo a alguien (¿mi mamá?) hacer galletas de fresa en el garaje. Cuando emergíamos nos dábamos cuenta de que Himura y su combo no nos habían esperado. No obstante, los encontrábamos unos pasos más adelante. El hermanito estaba furioso porque se habían ido sin nosotras y su pataleta los había hecho detener.
Mi familia y yo íbamos a un restaurante jamaiquino, pero algo me daba rabia y no quería sentarme al lado de mis padres, entonces lo hacía al lado de mi hermana.
Estábamos en casa de mi tía, pero aún era la casa de mis abuelos. A alguien en el piso de abajo le mencionaba que arriba todos dormían (mi hermana y yo habíamos visto a mis padres darse besos, pero el resto descansaba). Yo llevaba un vestido como de niña, y al bajar saltaba del tercer escalón, tal como cuando era chiquita. En el patio había una ventana vieja parada sobre una piedra o un objeto de piedra. Mi primo mencionaba que le daba pesar una ventana que no diera a ninguna parte. A mí me parecía bonita, toda cubierta de musgo y hojas secas oscurecidas por la lluvia.
Alguien se estaba deshaciendo de unos stickers de Raphael. Yo los quería, además de querer una carátula de un disco de él con Gigliola Cinquetti que también había sido abandonada en el patio.