Volvía a Tsukuba, pero no me queda claro si lo hacía para una especie de homecoming o si solo era un viaje en el tiempo. En todo caso la ocasión era igualita al festival de la universidad.
Archive for January, 2013
Como no sabía a qué hora debía estar en casa de mi jefa, aparecía muy temprano en mi pijama con mi mamá y mi hermana. Me daba pena pedirle la ducha para poder bañarme. La jefa nos ofrecía mucha comida de desayuno. Había sushi y tomate picado. Ella acababa de comerse una gran langosta. Mencionaba que esa comida era muy pero muy cara. Yo pensaba que ella siempre ordenaba domicilios de restaurantes caros.
Creo que caminando por la casa resultaba en un recinto donde me tocaba dormir al lado de unos ancianos (juntos como sardinas). Uno de ellos intentaba violarme. Yo gritaba. Me llevaban ante un consejo directivo para juzgarme por hacer la denuncia. Yo tenía unos pequeños cubos de letras que me tocaba abandonar. El consejo estaba compuesto de porristas que me odiaban y me mostraban una película en la que al final salían unos letreros que significaban que ellas se habían hecho las que me creían pero en realidad no iban a hacer nada para ayudarme. Comían (y me ofrecían) fresas crudas y fresas en almíbar. Se suponía que el recinto donde me estaban juzgando era la parte de atrás de un escenario de un video de Britney Spears. Había un hombre convencionalmente guapo (tipo jugador de fútbol americano) que sí me creía y quería ayudarme. Me lo decía mientras me ofrecía un pan con salsa de fresa (era como queso crema con fresa). Las porristas exigían saber qué me había dicho. Yo al final le había dicho, como por disimular, que su peinado era horrible (pero sí era feo, era una especie de honguito noventero). Les daba a ellas detalles vagos.
De repente estaba con una mujer que conozco en su habitación, que era enorme pero quedaba cerca del juzgado de las porristas. Su novio se iba y nos poníamos a tirar, pero cuando yo quería ver lo que estaba tocando (para meterle la lengua) me encontraba con un montón de tapas de caucho que eran las partes de un triceratops para armar. Intentaba quitarlas pero no lograba encontrar la vulva de la mujer, solo más partes de caucho o partes vacías de ella. Le decía que esto era como quitarle las pilas a un aparato y ella se justificaba diciendo que esas tapas eran algo para lavarse por dentro. Intentábamos seguir tirando pero resultaba que el baño de ese cuarto era un portal interdimensional y vivía apareciendo gente de otros países perdida. Me tocaba interrumpir lo que yo quería hacer por andar señalándole la puerta a la gente que aparecía y aparecía mojada de la ducha y sin entender español.
Mis amigas del colegio y yo íbamos a un restaurante de comidas rápidas a desayunar. Quedaba cerca del colegio, en Cedritos. No había muchas opciones ricas ahí (jugo, cereal, creo que sánduches), pero estábamos encaprichadas con el plan. Me encontraba a Cavorite sentado en otra mesa y lo saludaba de lejos. Aparecía Himura. Tenía pelo. Me decía que tenía que hablar conmigo en privado. Salíamos del restaurante pero pasaba gente todo el tiempo y eso lo interrumpía. Me desperté desesperada por saber qué era lo que tenía que decirme.
Iba con mi familia a un restaurante de muchos pisos. Me enteraba de que ese era el restaurante donde trabajaba la señora con la que había trabajado hace años. La alcanzaba a ver en la distancia y empezaba a huir, corriendo por todos los pisos. El restaurante tenía un vacío en el centro de todos los pisos para que se pudieran apreciar las plantas colgantes y el jardín central. Me deprimía mucho. Mientras mi familia departía, yo me apartaba para suicidarme con una uva gigante (que sabía a aceituna roja) y una hoja de laurel. Me los comía y esperaba a que hicieran efecto. Se iban demorando. Mi familia me enviaba a Cavorite a tratar de hacerme entrar en razón.
Estaba en una fiesta (tal vez mi cumpleaños) en la casa de mi tía y aparecía la señora con la que trabajé hace años. Ella estaba toda sonriente pero yo le respondía súper seria, tal vez incluso de manera agresiva. La gente me preguntaba por qué le había permitido entrar ahí si ella me había tratado tan mal y yo explicaba que de todas maneras no estaba siendo amable con ella. Aparecía entonces Marcela, mi ex compañera de Los Andes, contenta de verme. Yo pensaba que ya había llegado la hora de llevarnos bien de nuevo y la abrazaba y le decía que lamentaba mucho lo de su padre pero que no había podido decírselo. La gente seguía opinando que la señora del trabajo no tenía por qué estar ahí.
Viajaba con mi familia a Nagasaki. Me deprimía estando allá. Había una fila en una iglesia para comer en un buffet; le decía a mi abuela paterna pero ella prefería ir a otro lado sola. Me daba cuenta de que había olvidado llevar la cámara pero pensaba que con el celular podría tomar algunas fotos. Mi hermana se quedaba dormida mientras nos alistábamos para salir a ver la ciudad y yo la regañaba.
Mi hermana y yo estábamos concursando en America’s Next Top Model. El concurso lo estaban llevando a cabo en Buenos Aires y nos tocaba ir a ver diseñadores para mostrarles nuestro portafolio. El lugar adonde a mí me mandaban era en Unicenter y yo no sabía cómo llegar allá. Mi hermana tenía una gran ventaja porque conocía bien la ciudad pero se negaba a ayudarme. Me quejaba con Tyra Banks y Jay Manuel y me decían que no importaba, que más bien participara en los otros retos. Yo les decía que siempre había sabido que mi hermana era la más bonita de las dos, y ellos me decían que no estuviera tan segura.
En una historia paralela, yo tenía una lana color mora en leche y unas agujas de tejer con una bufanda que mi hermana había dejado a medio terminar. Yo quería deshacer la bufanda y empezar a tejer una nueva, pero lo que mi hermana había hecho era tan pero tan bonito —tenía huecos que formaban el dibujo de una rosa— que no quería destruirlo, además porque no sabía cómo reproducir esa técnica.