Posts Tagged ‘ukulele’
2012 -
10.26
Tags: Internet, j., música, romance, ukulele
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Aparecía j. en Skype y me decía que me quería. Me decía otras cosas pero no podía oírlo bien porque estaba en un lugar ruidoso. Me iba a un cuarto vacío. Acercábamos nuestros labios a las pantallas de nuestros computadores y sentíamos que nos besábamos. Yo intentaba tocar “Everybody Hurts” de R.E.M. para él en el ukulele pero donde él estaba había otras personas que podían oírnos y apenas escuchaban la primera nota creían que iba a tocar el Ave María, entonces empezaban a cantar.
Estaba en un bosque y hablaba con Diego R. de bicicletas. Luego me llamaba Gazapos desde Nueva York y conversábamos mientras yo miraba unas flores parecidas a los cerezos pero que crecían en arbustos.
2012 -
06.23
Tags: Colombia, cosas horribles, Estados Unidos, familia, j., trabajo, ukulele
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Había una fiesta familiar en casa de mi abuela paterna y quién sabe por qué razón j. y la esposa habían sido invitados. Me incomodaba y entristecía mucho su presencia. La esposa era queridísima y muy chistosa pero yo con j. no quería hablar. Iba a ir al baño y j. me pedía que habláramos pero yo lo ignoraba. Finalmente me tocaba hacerle caso y él me hacía preguntas muy técnicas sobre música de ukulele. Yo le decía (con mala cara) que no tenía ni idea de lo que me estaba diciendo porque yo había aprendido a tocar de oído.
Mis amigas del colegio y yo estábamos en un lugar muy remoto de Colombia. Al parecer estábamos con unos guerrilleros. Yo tenía miedo porque antes había trabajado traduciendo para funcionarios de la Embajada de Estados Unidos y no quería que supieran. Aparecían los militares, nos rodeaban y disparaban cañones de ruido hacia todas direcciones. Nos llevaban a un puesto de control donde nos tocaba mostrar nuestros pasaportes y hacernos un “carné de territorialidad”, que era un papel rosado. Resultaba que yo ya tenía uno por haber estado en parques naturales.
2011 -
07.25
Tags: celebridades, ukulele
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Iba a tocar ukulele en una fiesta muy elegante a la que llegaba sin maquillarme. Baby Spice también iba al natural, pero ella se veía hermosísima mientras que yo dudaba de la efectividad de mi look.
2011 -
02.13
Tags: estreñimiento público, Japón, ukulele
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Primer sueño: Entraba a un baño público y me demoraba en salir porque estaba estreñida. Unas personas que necesitaban el baño empezaban a hacerme la charla entre amables e impacientes. Yo estaba a la vista de todo el mundo, hablando y al mismo tiempo tratando de terminar. Alguien me daba una cucharada de mermelada de ciruela. La sensación de tener que mantener la conversación y al mismo tiempo expulsarlo todo lo más rápido posible pero estar atascada era sumamente desagradable.
Segundo sueño: Kim, el coreano de mi departamento, estaba muy enfermo y lo habían hospitalizado. Yo iba a visitarlo y hallaba que había mucha vigilancia alrededor de su cuarto, pero me dejaban pasar por ser compañera de la universidad. Recorría un pasillo largo y con varios recovecos hasta llegar a una cancha de basketball. Me enteraba de que le estaban rindiendo homenaje con un show espectacular. Pensaba que debía haber llevado mi ukulele, pero aparecía Kristie (mi profesora y jefe) tocando un ukulele soprano y yo decidía pedírselo prestado e improvisar algo. Lamentaba no haber practicado antes, pero me ponía a repasar mi repertorio mentalmente en busca de algo que recordara de memoria.
2011 -
01.31
Tags: buses, Colombia, cosas horribles, Japón, ukulele
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Estaba en Bogotá. Una manicurista me veía las uñas de la mano derecha y, arguyendo que estaban impresentables, me las cortaba al pegue con unas tijeras grandísimas. Solo después se enteraba de que yo tocaba ukulele y sin uñas ya no podría. Yo estaba acongojada porque esta era mi última semana en Japón y no podría tocar en estos días tan importantes. Entonces resultaba montada en un Transmilenio bajando por la 80 y me preguntaba por qué rayos estaba desperdiciando mis últimos días en Japón pasándolos en Bogotá.
2011 -
01.12
Tags: celebridades, Colombia, colores, comida, cosas horribles, cuestiones de género, idiomas, Internet, Japón, trenes, ukulele
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Acababa de teñirme el pelo de rubio. Me veía chistosa pero no del todo mal. En todo caso sentía que había arruinado mi pelo larguísimo. Decidía ir a Tokio un rato, así fuera solo para entrar a H&M y comprar algo de ropa. Tomaba el Tsukuba Express. A mi lado se sentaba un extranjero y empezaba a manosearme. Me cogía por la cintura, me sentaba sobre su regazo y me tapaba la boca. Empezaba a gritar pero no se oía mucho, aunque estaba haciendo el suficiente escándalo para que se dieran cuenta los otros pasajeros y llamaran a la policía. Me daba cuenta de que tenía el ukulele en la mano y empezaba a pegarle con él, pero luego se lo entregaba a una señora y seguía dándole puños. Lo aprehendían y el tren volvía a la normalidad, pero me sentaba y sentía que el puesto olía al perver. Me daba mucho asco y se lo decía a un señor japonés que estaba sentado al lado mío. Pedía mi ukulele y me traían dos, pero ninguno era el mío. Me quejaba, explicaba en japonés que se lo había entregado a una señora, pero no recordaba la cara ni el vestido de la señora.
A mi lado resultaba otro extranjero muy parecido a Philip Seymour Hoffman que tenía una caja de guitarra abierta y la gente le echaba dinero pese a que no estaba tocando nada. Conversábamos y me caía súper bien. Le decía que deberíamos volver a hablar. Me daba una tarjeta de presentación para que escribiera mi teléfono detrás, pero me costaba escribirlo. El esfero que me prestaban no pintaba bien y olvidaba los últimos dígitos. Por accidente le entregaba la tarjeta a una anciana japonesa amable, pero no me arrepentía. El clon de Philip Seymour Hoffman me daba otra tarjeta y un portaminas. Me quedaba un poco mejor escrito y se lo entregaba. Le preguntaba por la caja. Me enteraba de que tocaba ukulele. Le contaba que yo también tocaba ukulele pero acababa de perderlo. Se ofrecía a ayudarme a recuperarlo.
Me bajaba en Akihabara, pero era un lugar donde estaban llevando a cabo un concurso colombiano. Era un concurso donde la gente tenía que huir de los trenes y de unos tubos gigantes de colores que ocupaban los espacios a toda velocidad y estaban llenos de agua. De repente yo también estaba corriendo mientras me caía agua y los vehículos gigantes amenazaban con llevarme por delante. Al parecer una concursante había quedado malherida. Otro concursante era Julián Román, que me ayudaba a esquivar los obstáculos.
De pronto me salía de la arena del juego y resultaba en un McDonald’s que estaba dividido en varias secciones. Hacía fila y me hacían descuento en un tinto por ser estudiante, pero yo no quería tinto, así que volvía a hacer fila. Las filas eran laberínticas, así que ya no volvía a encontrar la sección de los tintos sino una más grande y morada, de los postres. Los trabajadores del lugar eran colombianos, al parecer ya no estaba en Japón. Me preguntaban si quería té, helado o chocolate. Yo quería un helado de chocolate con algo crocante. Me daban a degustar un helado a medio derretir de chocolate y galletas tipo Oreo, pero aparecía una mesera japonesa y me avisaba (en japonés, claro) que la degustación me costaría ¥450. Ah, claro, si yo no estaba cargando pesos sino yenes, pensaba. Los demás meseros me ignoraban un rato hasta que al fin me atendían y me daban un helado enorme de chocolate con algo crocante tipo Ferrero Rocher y me andaban encimando pedacitos de Andes de cereza y otros dulces desconocidos. Me sentaba en una mesa en forma de pretzel. Entendía que tenía dos minutos para degustar y si me gustaba, me pasaba a una mesa más grande y pagaba. Si no, me cambiarían el pedido. Me parecía un sistema maravilloso y recordaba que lo había leído de un señor que antes salía en todas partes en Internet. A mi lado había un relojito digital marcando el tiempo que me quedaba. El helado me gustaba y me cambiaba de puesto. La gente celebraba porque había hecho una venta más.
2011 -
01.09
Tags: celebridades, colores, comida, Estados Unidos, familia, Japón, Los Andes, Masayasu, música, SFR, ukulele
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Mi mamá y una compañera de clase de japonés de Los Andes venían a visitarme en Tsukuba. Era tarde en la noche y la compañera tenía hambre, pero todo había cerrado a las ocho, así que yo solo atinaba a decirle que fuera a comer a McDonald’s. Me arrepentía y sugería uno de esos restaurantes japoneses de centro comercial que no suelen ser nada llamativos, pero la idea no calaba. Al fin íbamos a comer Masayasu, mi mamá, ella y yo, pero en mitad de la comida la que estaba sentada frente a mí ya no era mi mamá sino Nellie McKay. Nos poníamos a cantar a dúo “If I Had You”. Yo estaba emocionadísima y casi llorando, y quería decirle que había sido por ella que yo había empezado a tocar el ukulele.
De pronto estaba quién sabe en dónde en Estados Unidos, en un coro dirigido por el Padre Francis. Todo el mundo se sabía la canción menos yo. Aparecía una monja gringa gorda que me quería mucho no sé por qué. Se parecía a mi abuela paterna. Tenía el pelo muy corto, que mojado se veía medio punk. Yo pensaba que algún día me cortaría el pelo así de corto así luego resultara viéndome igualita a mi abuelita. Cantábamos juntas, creo que una de los Beatles. Yo hacía la voz baja (como siempre). Mi mamá aparecía de la nada y me regalaba un montón de marcadores Crayola; yo me sentía como si hubiera regresado a la infancia. Tenían tapas raras y doble punta y había que taparlos porque venían destapados. Sostenía en la mano uno verde biche: era casi igual a los marcadores Prismacolor que me compré con mis ahorros cuando tenía 8 años.
2010 -
11.23
Tags: buses, Cavorite, Estados Unidos, familia, música, The Hamptons, trenes, ukulele, viajes
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Viajaba con mi mamá por Upstate New York. Tenía que encontrarme con ella en The Hamptons. Yo había estado quedándome en algún lugar y el paseo hasta el lugar de encuentro resultaba mucho más largo de lo esperado. Caía en cuenta de que no había hecho check-out en el hostal y había dejado todas mis cosas regadas por ahí. Esperaba que no me robaran nada.
Iba en un tren. El paisaje alrededor era oscuro, vacío y cubierto de nieve. Alguien me decía que así eran el norte de Estados Unidos y Canadá. Yo decidía que nunca jamás viviría en Canadá.
De repente estaba en un bus con mi mamá y otras señoras. Ella había descubierto que ellas hablaban español y ahora departían incluso con el conductor, que también era latino. Yo iba detrás, callada. Una de las señoras preguntaba por mi ukulele, que tenía sobre el regazo. Llegábamos a un pueblo y el conductor advertía que lo mejor era no detenernos en el paradero porque se podrían subir homófobos a atacar. Seguíamos por entre un bosque.
Llegábamos a The Hamptons. Nos íbamos a quedar en una mansión antigua abandonada. Preguntaba a quién pertenecía la casa, porque me parecía un poco sospechoso ocupar lugares ajenos así sin más. “A todos, ¿no ves que es un manor?”, me decía una anciana. Era como si en el pueblo solo quedaran sirvientes ancianos que nos dejaban ocupar las casas de sus amos.
De repente estaba sola en la casa. Aparecía un anciano y yo me asustaba muchísimo. Él me tranquilizaba. Aparecían cosas de la nada sobre una mesa y yo descubría que se trataba de una máquina del tiempo a través de la cual Cavorite me estaba dejando mensajes. Me dejaba una partitura de una canción.