Llegaba a la Universidad de Los Andes a hacer un trabajo de interpretación. Esperaba a que dieran las diez para entrar al auditorio, pero de repente eran ya las tres. Me helaba del pánico de haber perdido el trabajo. Pero de repente, todavía estaba a tiempo. Subía escaleras buscando la cabina de interpretación hasta que por fin alguien me señalaba dónde quedaba. Era un cuarto amplio con una mesa tirada por ahí con un micrófono. Sin técnico de sonido, no tenía manera de saber cómo funcionaba eso. Aparecía gente a mi alrededor haciendo ruido. Yo intentaba ponerle mute al micrófono para pedirles que se callaran pero no lo lograba, así que toda la audiencia me oía insultarlos. Para colmo, intentaba interpretar pero solo lograba repetir lo que el orador estaba diciendo.
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Estaba en una fiesta (tal vez mi cumpleaños) en la casa de mi tía y aparecía la señora con la que trabajé hace años. Ella estaba toda sonriente pero yo le respondía súper seria, tal vez incluso de manera agresiva. La gente me preguntaba por qué le había permitido entrar ahí si ella me había tratado tan mal y yo explicaba que de todas maneras no estaba siendo amable con ella. Aparecía entonces Marcela, mi ex compañera de Los Andes, contenta de verme. Yo pensaba que ya había llegado la hora de llevarnos bien de nuevo y la abrazaba y le decía que lamentaba mucho lo de su padre pero que no había podido decírselo. La gente seguía opinando que la señora del trabajo no tenía por qué estar ahí.
Quedaba de encontrarme con Amber y mi hermana en una calle cubierta de nieve. Amber y yo nos encontrábamos primero y veíamos cómo entraban el Mars Pathfinder a un museo. Para mí era muy emocionante ver el Mars Pathfinder de verdad verdad ahí en un garaje.
Después estaba en unas escaleras y pasillos de una universidad, presumiblemente Los Andes, buscando mis cosas en unos lockers que no estaban numerados sino que tenían combinaciones de números y letras. No recordaba mi combinación pero más o menos recordaba cómo había llegado al mío hacía mucho tiempo, así que me guiaba por esa intuición para llegar.
Tomaba un taxi hasta Suricentro (no sé si eso exista todavía en la vida real). Allí pasaba la noche con Cavorite dentro de un laboratorio. Teníamos que quedarnos muy callados y apagar la luz para que no nos descubriera un vigilante, pero entraban tres compañeros de TUFS, entre ellos Shao Thing y Chee Siang.
Estaba en un pasillo con unos ponquecitos gigantes para visitar a un contacto de Internet. Entonces aparecía su mejor amiga, ex compañera de Los Andes, con unos ponquecitos mejores. Nos reuníamos las tres a hablar de esmaltes y cosas así mientras nos comíamos los ponquecitos en pijama. La ex compañera cogía un mordisco de uno de mis ponquecitos.
Me medía unos vestidos para tierra caliente. El que creía que me servía era en realidad una pijama térmica. Creo que mi abuela andaba por ahí.
Hablaba con Antanas Mockus y le caía bien, le parecía chistosa. El sueño se interrumpía, me despertaba a las 8am, muy tarde para ir al trabajo. Entonces me despertaba de ese sueño también, pero faltaban 20 para las 4. Quería volver a dormir pero me despertaba de ese otro sueño y ahora sí estaba a tiempo. El problema era que descubría que me habían obligado a casarme con Guaripolo, el de 31 Minutos. Yo me encerraba en mi cuarto para no tener nada que ver con él.
De repente estaba en una sala de computadores muy parecida a esa sala de idiomas de Los Andes donde nunca tuve clase. Había niñas muy indisciplinadas a las que amenazaban con separar si seguían portándose mal. Yo veía un video de cómo una familia tiraba un caballo de papier-mâché con cabeza de Noel Fielding y rueditas por encima de una cerca hacia la nieve.
Iba a un almacén a comprar un vestido de baño nuevo pero solo me salían puros disfraces de Batichica y la Mujer Maravilla en látex. Me los medía. Me veía algo gorda en ellos.
Vivía en La Candelaria. Caminaba por el centro de Bogotá. Me encontraba con la compañera de Los Andes que me odia, nos poníamos a hacer charla ligera y resultábamos amables la una con la otra.
Mi mamá y una compañera de clase de japonés de Los Andes venían a visitarme en Tsukuba. Era tarde en la noche y la compañera tenía hambre, pero todo había cerrado a las ocho, así que yo solo atinaba a decirle que fuera a comer a McDonald’s. Me arrepentía y sugería uno de esos restaurantes japoneses de centro comercial que no suelen ser nada llamativos, pero la idea no calaba. Al fin íbamos a comer Masayasu, mi mamá, ella y yo, pero en mitad de la comida la que estaba sentada frente a mí ya no era mi mamá sino Nellie McKay. Nos poníamos a cantar a dúo “If I Had You”. Yo estaba emocionadísima y casi llorando, y quería decirle que había sido por ella que yo había empezado a tocar el ukulele.
De pronto estaba quién sabe en dónde en Estados Unidos, en un coro dirigido por el Padre Francis. Todo el mundo se sabía la canción menos yo. Aparecía una monja gringa gorda que me quería mucho no sé por qué. Se parecía a mi abuela paterna. Tenía el pelo muy corto, que mojado se veía medio punk. Yo pensaba que algún día me cortaría el pelo así de corto así luego resultara viéndome igualita a mi abuelita. Cantábamos juntas, creo que una de los Beatles. Yo hacía la voz baja (como siempre). Mi mamá aparecía de la nada y me regalaba un montón de marcadores Crayola; yo me sentía como si hubiera regresado a la infancia. Tenían tapas raras y doble punta y había que taparlos porque venían destapados. Sostenía en la mano uno verde biche: era casi igual a los marcadores Prismacolor que me compré con mis ahorros cuando tenía 8 años.
Volvía a Naoshima, aunque no se parecía en nada a Naoshima. Había línea férrea en la isla. Yo tenía que encontrarme con alguien (no recuerdo quién), y tomaba el tren. Recordaba haber tomado el ferry y estaba sosteniendo el tiquete de este trayecto. Me pasaba de estación. Estaba rodeada de ancianos. Decidía bajarme donde todo el resto lo hacía. Resultaba colada en una visita a una fábrica. Intentaba salirme de la fábrica sigilosamente pero de repente una señora con pinta de secretaria de la universidad (señora mayor amable) llamaba mi nombre. Yo estaba subiendo unas escaleras pero me sentía cada vez más débil. Quería ignorar a la señora pero ella me veía desde los escalones superiores y me preguntaba por qué no respondía si me necesitaban urgentemente. Alguien me estaba buscando. Era mi mamá. Yo no podía creerlo. ¿Cómo me había localizado? (La lógica del sueño dictaba que ella había trazado la información de mis tiquetes de viaje comprados hasta ahora.) ¿Por qué no me había llamado al celular? Ahora ella estaba abrazándome y llorando de la emoción. Yo quería llorar pero no tenía fuerzas. Le confesaba que estaba muy enferma. La secretaria nos llevaba a una especie de consultorio localizado en lo que parecía ser un centro comercial de barrio. Me traían un montón de comida rica. Solo recuerdo que había gyouza.
Aparecía M., la ex amiga que me odia. Había estado intentando saludarme pero yo la había ignorado en medio del ajetreo de mi mamá y la convalescencia y la confusión resultante. Me sonreía ampliamente y me preguntaba por qué no la reconocía. Yo le decía que estaba enferma y le preguntaba a otra señora japonesa por qué había aparecido esta niña, cómo había llegado hasta acá. No podía explicarme en absoluto su cambio de actitud para conmigo. Entonces ella me decía que todos estábamos muertos y por eso nos estábamos encontrando. Me costaba creerlo.
De repente me encontraba intentando subir otra escalera pero dentro de una casa en la misma Naoshima. Alguien iba a bajar, un japonés de unos sesenta años, y yo estaba bloqueando el paso porque de la debilidad no podía avanzar y me costaba retroceder.
Estábamos mi hermana y yo en un supermercado donde vendían una especie de ahuyama gigante llamada “gen” (ゲン). Yo me preguntaba qué significaría “gen”, si “gan” es cáncer.
Existía un tren especial cuya velocidad provenía de un avión F-14 (que más parecía un X-Wing) conectado a uno de los vagones. Mi hermana y yo nos montábamos en el avión y el piloto nos explicaba cosas mientras nos llevaba. De pronto estábamos recorriendo Ginebra en el avión. El piloto nos explicaba que ahí quedaba un museo de un inventor importante. Era un lugar muy colorido. Yo tenía puesto un collar azul que imitaba las letras del nombre del inventor que estaban grabadas en una torre de agua del museo. A mi hermana le parecía espectacular. A la entrada del museo había un problema con el precio de la boleta. Me hablaban en francés pero a mí solo me salía el japonés. Mi hermana hablaba alemán fluido aunque con pronunciación chistosa.
En el museo nos encontrábamos a una antigua compañera de Los Andes que me detesta. Nos saludábamos y teníamos una conversación bastante aburrida con sonrisas forzadas, pero finalmente a mí me daba por hacer algún chiste mordaz y ella se ofendía. Mi hermana me decía que yo me había burlado demasiado y ahora ser amable no resolvería nada. Así pues, volvíamos a ignorarnos mutuamente como de costumbre.
Llegábamos a otra sección del museo. Aparecía Cavorite. Estaba contento de verme, me daba besos y me llevaba de la mano. De pronto estaban ahí mi tío Ju. y mi prima y nos recogían en su carro. Yo todavía quería seguir recorriendo el museo.