Estaba paseando con mi abuela cuando llegábamos a un parque que tenía un centro de interpretación donde podíamos ir al baño. De repente, al entrar, eso ya no era ningún parque sino un refugio (tal vez) en una zona de guerra en el África. Yo entraba al baño pero me tocaba huir porque se me aparecía un guerrillero africano, me apuntaba con una AK-47 y me decía “the teacher says good day to you” (como en la primera escena de The Interpreter). Yo corría y corría, y en el camino veía cómo levantaban gente en grúa para ahorcarla. Todos eran extranjeros, y estaban desnudos. Podía oírlos asfixiarse. En la calle había más extranjeros amarrados, muertos o agonizando, retorciéndose. Yo corría y los esquivaba. Al final de una calle encontraba un grupo de coreanos amarrados que aún estaban vivos y vestidos. Los soltaba y me agradecían mucho. Incluso me regalaban algo bordado con mi nombre y un mensaje de agradecimiento. Yo intentaba llegar al aeropuerto corriendo pero me perdía y apenas podía seguir hordas de niños que rompían cadenas para no quedar atrapados en callejones sin salida. Así terminaba yo en un centro de rehabilitación para niños víctimas de la guerra en vez de lograr huir del país. La guerrilla africana que se había tomado la región tenía ayudantes de las Farc. Uno de ellos pasaba sonriente en el centro de rehabilitación. Allí yo trabajaba como intérprete. Tratábamos de entrevistar a una niña que había quedado con el cerebro expuesto al aire. Ella lloraba e intentaba tocar una guitarra de juguete desafinada. Las otras extranjeras que querían entrevistarla insistían, pero a mí me parecía que no había que forzarla. Tenía partes de la piel aclaradas, como en una especie de vitiligo. Me forcé a despertarme apenas pude.
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- Estaba en un hotel en Japón y mi mamá llegaba para ayudarme a empacar. Entonces me daba cuenta de que mi cuarto tenía un montón de depósitos llenos de cachivaches y no quedaba tiempo para recogerlo todo. Decidía que lo mejor era dejar algunas cosas tiradas en el hotel y seleccionar otras tantas para llevar. En uno de los depósitos había un cadáver dentro de una tina. Era un detalle que había olvidado. No sabía qué hacer respecto de eso.
- Estaba en Irak. Había cazas sobrevolando y hacían mucho ruido. En las calles había niños iraquíes asustados. Yo también tenía miedo. De un militar conseguía un aparato probador de tabaco (era como una lámina metálica del tamaño de una armónica). De pronto me daba cuenta de que me lo habían robado y me habían robado otro aparato importante sin el cual creo que no podía sacar plata o algo así. Unas amigas me decían que debía denunciar el hecho, pero tocaba esperar hasta el otro día.
Estaba en un restaurante coreano que servía comida japonesa. Creo que estaba comiendo con los dueños, o unos coreanos en todo caso. De repente el restaurante se cerraba y quedábamos encerrados adentro. Los coreanos me convencían de que esta era la oportunidad perfecta para comer toda la comida japonesa que quisiéramos (no se había guardado ni botado nada, todo estaba en barras como de buffet). Yo empezaba a embutirme todo lo que pudiera. Recuerdo haber comido sushi y algo apanado.
Iba a viajar a Corea pero, al llegar al aeropuerto, me daba cuenta de que había dejado el pasaporte y la cámara. Estaba a horas de mi casa como para poder volver a recoger lo olvidado —así que asumo que estaba en Japón— y no podía creer que hubiera dañado así mi viaje. Tanto así, que pensaba que esto no podía ser real ya que en la realidad yo sería incapaz de dejar el pasaporte (¡de todas las cosas!). Intentaba despertar, pero seguía ahí, así que esto lamentablemente no era un sueño. Pensaba en un viaje planeado posterior al de Corea, no sé adónde. Pensaba también en cambiar el tiquete pero no me gustaba la idea de tener que pagar tanto por el descuido. Me dirigía a una oficina dentro del aeropuerto pero no sé a qué. Había letreros en japonés.
Cuando desperté de verdad sentí un alivio enorme.
Viajaba por el Tíbet, pero luego resultaba salvando un mundo de dulces. Caía libremente por entre los dulces, que me permitían probarlos, pero a mí no me daban muchas ganas. Un señor mayor iba cayendo también —era el otro héroe— y me daba un beso en los labios. Me decía que cuando esto acabara despertaríamos y volveríamos a nuestra vida normal, donde no estaríamos relacionados. Sin embargo, me seguiría en Twitter. Pensaba en Peter Serafinowicz y en el triunfo secreto que sería que me siguiera él y saber en secreto que alguna vez, en otro mundo, tuvimos algo.
Estaba en una especie de bodega con varios almacenes de chinos. Estaban cerrando y me tocaba irme, creo que tenía un micrófono en la mano. Tarde me daba cuenta de que había dejado una cartuchera roja con mis implementos de dibujo en uno de ellos; intentaba entrar pero ya estaban apagando luces y no me dejaban entrar. Una china me acompañaba afuera y de repente no era de noche sino de día y estábamos pasando piscinas donde entrenaban los clavadistas y nadadores chinos. En alguna parte del sueño aparecía David Bowie.
Recorría los pasillos gigantes de un apartamento donde trabajaba. Por una parte rodeaban una biblioteca muy parecida a la de la sala de la Gilberto Alzate Avendaño. Pensaba que debería ser chévere tener una casa que tomara tanto tiempo en recorrer.
De repente estaba en Indonesia, en un paseo con mucha gente de todas partes del mundo. Estaba descalza en un césped lleno de serpientes minúsculas. No tenía miedo, aunque sí era una sensación desagradable tenerlas deslizándose alrededor de mis pies. Me mostraban un reptil con espinas y dientes filudos y me decían que no hacía nada.
Estaba en Japón. Yazan, mi amigo de Siria, iba a volver a su país. Me enteraba casualmente, y lo invitaba al Cafe Journal. Él no quería ir allá, pero íbamos con una amiga coreana de él a un restaurante coreano. Yo planeaba tomar mucho umeshu soda pero terminaba tomando jugo de mora con un chorrito de salsa de tomate. De pronto aparecía una manifestación multitudinaria de simpatizantes de Kim Jong-un con gafas hipsters de plástico sin lente. Todos nos separábamos y yo resultaba en una tienda de donas donde uno podía ir mordiendo las donas y hundiéndolas en helados de diferentes sabores. Los helados estaban calientes. Estaba delicioso. Yo pensaba que tenía que volver a Corea. De pronto caía en cuenta de que yo también me iba a ir de Japón al otro día. Una niña de mi curso (NLT) me contaba que no estaban dejando llevar mucha comida en el equipaje, entonces que me olvidara de llevar souvenirs. De todos modos no se me ocurría qué podría llevar, si necesitaba espacio en la maleta. Esta era mi segunda estancia en Japón y yo tenía las maletas más o menos llenas, así que no había mucho más que pudiera meterles. Estaba dispuesta a botar cosas, pero necesitaba bolsas de basura. Pasaba a un supermercado lleno de gente, detenía a un señor que pasaba por ahí y le decía que no tenía nadie más a quién contarle esto, pero que me iba a ir definitivamente de este país y no había alistado nada. Cogía un paquete de bolsas pero alguien me decía que no eran las apropiadas. Me quedaba buscando las bolsas que eran mientras pensaba que hacía un año yo ya había pensado en lo definitivo del adiós y ahora no me importaba tanto aunque este sí era el final. Pensaba que tenía que regresar algún día a Japón o Corea.
Estaba en un paseo en bus en Japón, creo que con las niñas del curso. Parábamos en un minimercado. Me pasaba el tiempo buscando bizcochos de sal, pero solo había senbei. Quería conformarme con uno de kinako, pero solo aparecían variedades raras que quién sabe si sabían rico y pescado deshidratado. No tenía muchas ganas del segundo.
De repente estaba en China sola, visitando un templo que poco a poco se iba quedando a oscuras mientras escuchaba una canción recitada de Sandro. Luego sonaba una canción de pop que decía “I want a one-night stand”. Iba a tomar una foto pero me daba cuenta de que llevaba la cámara vieja y no podía. Pensaba que no sabía dónde tenía el tiquete del bus que debía tomar para ir al aeropuerto y volar de regreso a Japón.
Estaba en Tailandia con mi familia. Recorría un museo de arte moderno con mi hermana en patines. Mi abuela se quejaba porque el país era muy inmoral. Yo le respondía que no me importaba aquello de lo que se quejaba. Mi mamá aparecía furiosa y decía que mi abuela y ella se iban a pasar al cuarto que ocupábamos mi hermana y yo. Aparecía mi padrastro, que siempre andaba ocupado. Yo le preguntaba en inglés si estaría ocupado el resto del paseo, él decía que sí y yo me pedía ir a dormir a su cuarto. Mi mamá estaba peor de brava pero no decía nada. Cuando mi padrastro se iba, me daba cuenta de que mi papá siempre había estado ahí y estaba muy triste porque me había oído llamar a mi padrastro “dad”.