- Mi familia y yo estábamos de visita en Alemania. Mis papás iban a alquilar un apartamento por unos meses. Mi hermana hablaba en una oficina de bienes raíces del gobierno para ver nuestras opciones. Hablaba alemán perfecto. Yo no sabía por qué íbamos a alquilar un apartamento si solo estábamos de paso. Tenía muchas ganas de salir a pasear por la ciudad. El día estaba soleado.
- Estaba en un portal de Transmilenio en el sur. Pedía una tarjeta TuLlave y me la daban gratis pero sin mi nombre. Me pedían que preguntara algo sobre la tarjeta en otra ventanilla, pero la fila era demasiado larga y yo optaba por ignorar eso y simplemente irme a mi casa. Descubría que la tarjeta tenía saldo y hacía la fila para el bus. Ya sentada, el tipo que estaba al lado mío (un oficial del ejército) empezaba a abrazarme y yo trataba de quitármelo de encima. El tipo insistía. Finalmente yo me cambiaba de puesto al de más adelante, al lado de un niño, y empezaba a gritar “¡yo no conozco a este tipo y me está tocando!”.
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Tenía un viaje a Dakota del Sur. Hacía escala no sé en dónde (pero parecía Bogotá) y se me olvidaba que tenía que abordar el siguiente avión. Mi papá aparecía y me ponía a hablar con él y hasta intentaba ver televisión, pero de repente me acordaba y salía corriendo al aeropuerto que estaba ahí no más. De repente estaba metida en un bus antiguo lleno de hippies setenteros y no sabía si estaba yendo al destino correcto. Había una discusión sobre si el pueblo adonde iba el bus quedaba en Huila o en Cauca.
Estaba yendo en taxi al colegio pero al llegar a la Avenida Boyacá se devolvía sin razón y volvía a empezar el trayecto. Ir tarde me daba mucha rabia. Además me daba cuenta de que tenía que leer dos libros y no encontraba uno de ellos. Había olvidado entregar unos trabajos sobre esas dos lecturas que por pereza no había hecho. De repente estaba en un edificio en llamas del que escapaba creo que en un bus. En el bus estaba Lady Gaga, a quien un malo (uno de película pero no recuerdo quién) quería torturar y yo debía evitarlo.
Volvía a Japón. Me habían dado un año de gracia para hacer todo lo que me faltaba y recoger mis cosas con calma. Estaba feliz y pensaba que esto no era un sueño. Tenía muchos planes para este año. Me disponía a coger un bus en una loma en Kioto, pero necesitaba monedas. Una máquina de cambio me daba monedas viejas colombianas.
Me ponían a cuidar un gato. Era gordito y redondito, como los de las ilustraciones de Gemma Corell. Me gustaba consentir al gato, era tan suave y blandito. Pero entonces el gato me decía que yo era demasiado consentidora, aunque usaba otras palabras para decirlo. Yo le decía que él era un gato argentino y yo era colombiana y por eso no entendía lo que quería decir, pero que en todo caso ya lo iba a dejar en paz y que por eso era que tenía yo un perro. Después me la pasaba ignorándolo con rabia.
Estábamos en un lugar en invierno con toda mi familia. Yo creía que había botado un guante fucsia pero no. Al principio tenía puesta mi chaqueta de invierno de Iowa, pero luego tenía la de Tsukuba. Mi mamá nos contaba a mi hermana y a mí que nadie nos iba a acercar a nuestra casa. Yo intentaba pensar en soluciones para coger Transmilenio, pero mi hermana decía que no sabía cómo llegar desde la Avenida Suba. Yo decía que yo sí sabía, pero no me hacía caso.
Me robaban la maleta con todo. No sé qué había adentro, pero era todo. Cogía una buseta hacia una dirección equivocada. Negociaba la devolución de mi maleta con un morboso que me tuteaba cuando se daba cuenta de que ya le había pagado por guardarme mis cosas.
Entraba a la mansión de Elvis aunque a otras personas les daba miedo. Allí estaba Jason Schwartzman de Elvis impersonator y yo alababa su flequillo liso cayéndole sobre la frente a modo de interpretación libre del tupé de Elvis. Resultábamos arrunchados en cucharita viendo películas.
Recibía una tarjeta de Ovidio. Iba en una van con un contacto de Internet, ella adelante y yo atrás. Le pasaba la tarjeta para que la viera.
Estaba en un paseo en bus en Japón, creo que con las niñas del curso. Parábamos en un minimercado. Me pasaba el tiempo buscando bizcochos de sal, pero solo había senbei. Quería conformarme con uno de kinako, pero solo aparecían variedades raras que quién sabe si sabían rico y pescado deshidratado. No tenía muchas ganas del segundo.
De repente estaba en China sola, visitando un templo que poco a poco se iba quedando a oscuras mientras escuchaba una canción recitada de Sandro. Luego sonaba una canción de pop que decía “I want a one-night stand”. Iba a tomar una foto pero me daba cuenta de que llevaba la cámara vieja y no podía. Pensaba que no sabía dónde tenía el tiquete del bus que debía tomar para ir al aeropuerto y volar de regreso a Japón.