Había una puesta en escena de Madama Butterfly protagonizada por mí. Me daba cuenta en la tarima de que no me sabía la letra de la ópera ni recordaba la melodía. La utilería en el escenario estaba muy mal dispuesta y siempre aparecía un mueble que me tapaba. Lo corría una y otra vez. Empezaba la obra y la que hacía de otro personaje no cantaba, solo dejaba que sonara una pista. Cuando me tocaba el turno, intentaba seguir el libreto de una guía impresa que yo tenía, pero no se oía mi voz y no me sabía nada. La gente iba dejando de actuar para posponer el resto de la obra para el día siguiente. Entonces resultábamos en The Nightmare Before Christmas, pero no sé si se estaban robando los regalos o rescatándolos.
Archive for April, 2012
Estaba en Japón. Yazan, mi amigo de Siria, iba a volver a su país. Me enteraba casualmente, y lo invitaba al Cafe Journal. Él no quería ir allá, pero íbamos con una amiga coreana de él a un restaurante coreano. Yo planeaba tomar mucho umeshu soda pero terminaba tomando jugo de mora con un chorrito de salsa de tomate. De pronto aparecía una manifestación multitudinaria de simpatizantes de Kim Jong-un con gafas hipsters de plástico sin lente. Todos nos separábamos y yo resultaba en una tienda de donas donde uno podía ir mordiendo las donas y hundiéndolas en helados de diferentes sabores. Los helados estaban calientes. Estaba delicioso. Yo pensaba que tenía que volver a Corea. De pronto caía en cuenta de que yo también me iba a ir de Japón al otro día. Una niña de mi curso (NLT) me contaba que no estaban dejando llevar mucha comida en el equipaje, entonces que me olvidara de llevar souvenirs. De todos modos no se me ocurría qué podría llevar, si necesitaba espacio en la maleta. Esta era mi segunda estancia en Japón y yo tenía las maletas más o menos llenas, así que no había mucho más que pudiera meterles. Estaba dispuesta a botar cosas, pero necesitaba bolsas de basura. Pasaba a un supermercado lleno de gente, detenía a un señor que pasaba por ahí y le decía que no tenía nadie más a quién contarle esto, pero que me iba a ir definitivamente de este país y no había alistado nada. Cogía un paquete de bolsas pero alguien me decía que no eran las apropiadas. Me quedaba buscando las bolsas que eran mientras pensaba que hacía un año yo ya había pensado en lo definitivo del adiós y ahora no me importaba tanto aunque este sí era el final. Pensaba que tenía que regresar algún día a Japón o Corea.
Estaba metida dentro de una película protagonizada por el señor que hace de Wolowitz en TBBT. En la película él y una señora estaban de luna de miel pero estaban en un motel muy horrible donde les hacían comentarios sexuales muy baratos —usando la palabra “tatty” para referirse a los interiores de la mujer (la película era en inglés)— y les llenaban un sleeping bag de huevos pericos. Esencialmente era un poco difícil para ellos consumar su matrimonio con tanta cosa que supuestamente estaba encaminada a estimularlos pero los apagaba.
En algún momento me empezaba a rascar yo el centro del pecho, donde está el lunar. El lunar crecía y de repente lo arrancaba. No dolía, pero tenía el lunar en la uña y en el pecho me quedaba un cráter. Poco tiempo después aparecía una manchita negra en el centro de la cicatriz gigante, como si me fuera a salir un nuevo lunar. Era desagradable saber que me lo había quitado así.
La esposa de j. y yo subíamos y bajábamos las escaleras de una casa enorme de muchos pisos. Ella llevaba ropa casual con pegotes de detergente aquí y allá mientras que yo iba muy elegante. No hablábamos. Solo subíamos y bajábamos. Yo tenía la certeza de que j. la había elegido a ella por hacendosa.
De pronto, un avión de alas plegables en un cuarto pobremente iluminado, relacionado no sé con qué.
Me ponían a cuidar un gato. Era gordito y redondito, como los de las ilustraciones de Gemma Corell. Me gustaba consentir al gato, era tan suave y blandito. Pero entonces el gato me decía que yo era demasiado consentidora, aunque usaba otras palabras para decirlo. Yo le decía que él era un gato argentino y yo era colombiana y por eso no entendía lo que quería decir, pero que en todo caso ya lo iba a dejar en paz y que por eso era que tenía yo un perro. Después me la pasaba ignorándolo con rabia.
Estábamos en un lugar en invierno con toda mi familia. Yo creía que había botado un guante fucsia pero no. Al principio tenía puesta mi chaqueta de invierno de Iowa, pero luego tenía la de Tsukuba. Mi mamá nos contaba a mi hermana y a mí que nadie nos iba a acercar a nuestra casa. Yo intentaba pensar en soluciones para coger Transmilenio, pero mi hermana decía que no sabía cómo llegar desde la Avenida Suba. Yo decía que yo sí sabía, pero no me hacía caso.