Tout va bien, dice el letrero de la cigarrería sobre la séptima. El imponente y siempre rápido edificio marmóreo, el dueño de aquel piso 11, nos observa y yo pregunto distraídamente si alguien saldrá a ese balcón. A cuál. A ése, señalo con el dedo. El café no tiene azúcar pero sabe quitar la sed una vez deja de estar tan caliente.
La librería no es exactamente lo que había imaginado; si los libros tuvieran precios sería mucho mejor. Hay poco aire, y el que logra colarse por entre los estrechísimos pasillos ya se ha recalentado. No me acostumbro a buscar títulos entre pilas y pilas… es como mirar los libros de mi mesa de noche, como si no estuvieran a la venta. No tienen los títulos que busco siempre y que cuando encuentro no puedo comprar. No creo que regrese en mucho tiempo.
Mi mejor amiga no ha cambiado. Las conversaciones con ella son largas, pausadas y fácilmente resumibles. Quedamos en reunirnos pronto. Por una vez siento que ese ‘pronto’ no se alargará hasta el primer cumpleaños que se atraviese, sino que realmente sucederá, tal vez la próxima semana. No el jueves. Nada puede suceder el jueves.
El bus con escalas promete un viaje larguísimo, un somnífero seguro, pero nos bajamos con las palabras cayéndosenos de la boca a borbotones. ¿A qué hora surgieron tantas historias? ¿Que no había sido dicho todo esa primera tarde, antes del río de negativas?
Hace frío. ¿Allá también?
Ya no lo sabes. Estás profundamente dormido.
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