Erasure

Las personas que me conocen, en especial las que han estudiado conmigo, saben que pedirme prestado un borrador es meterse en camisa de once varas. Las condiciones que rodean el breve uso de un trozo de goma blanca lo hacen ver como si se tratara de un raro artefacto de complicado mecanismo o mi más preciada posesión, heredada de madre a hija por más de más de siete generaciones. ¡Cuántas amistades se han puesto en entredicho por malos manejos de mis útiles escolares! No han sido pocas las veces que la paz de una clase se ha visto turbada por una mano crispada seguida de mi rostro lívido aproximándose en cámara lenta hacia el puesto de la desdichada víctima de mi desconocimiento del uso normal de un adminículo como cualquier otro, “¡¡¡NOOOOOOOOO, las esquinas NOOOOOOOOOOO!!!

Siempre es fácil decir que la necesidad de mantener esquinas agudas dedicadas a áreas pequeñas obedece a algún desorden psicológico. Hoy son los borradores, mañana serán las rayas en el andén y dentro de una semana no saldré de mi cama en días impares. Pues no. O de pronto sí pero no soy la única… en este país, al menos. El otro día me encontraba paseando por una de las librerías de la universidad cuando me topé con…

¡El borrador de mis sueños!

Veintiocho esquinas hacen de este artefacto el compañero de personas como yo que a veces quieren borrar una tilde y sólo una tilde. Este borrador ganó un premio de diseño en 2002, bien merecido a mi parecer.

La próxima vez que me pidan prestado un borrador, con gusto les entregaré el normal y les dejaré usar el lado que quieran. Al fin y al cabo, ahora tengo el poder de borrar comas, diéresis, ojillos y narices con todas las esquinas del mundo.

[ Tears Dry on Their Own — Amy Winehouse ]

A House Is Not a Home

Llevo alrededor de un mes readecuando un cuarto de dormitorio universitario cuya anterior ocupante probablemente no pasó más de dos días en él, o jamás existió pese a la insistencia de los sobres con su nombre acumulados en el buzón de correo. Los corredores del edificio en el que habito se encuentran vacíos. Si aguzo el oído hay conversaciones en chino, cosas que se caen, puertas que se cierran estrepitosamente y pasos con zapatos de tacón. De resto, el silencio y el cerezo que perdió su esplendor con el último pétalo caído y ahora es un árbol más, otra mancha verde sobre el fondo verde que lo engulle todo.

Últimamente me ha acosado la certeza de no poder llegar a conocer este país (ni sus lugares, ni su gente, ni su cultura) jamás. Las caminatas sin rumbo, las innumerables fotos, los nimios souvenirs—nada es susceptible de convertirse en prueba tangible de mi estancia en este país indescifrable. Nada de lo que he hecho puede explicar ni un fragmento de lo que significa vivir en Japón. Soy la pasajera del tren que toma el asiento de la ventana y se pone a dormir, la extranjera que no atina a preguntarse acerca del mundo que se despliega ante ella. ¿De qué me sirve tomar con desespero el tren a Tokio si siempre regresaré a mi nicho en el bosque con las manos vacías?

Todas las mañanas abro los ojos y me encuentro rodeada de un silencioso desorden disfrazado de calor humano, la desolación de la luna a pesar de las huellas de Armstrong. Si tan sólo enviase perezosamente una mano hacia el otro extremo de mi cama y no encontrase un teléfono celular a medio cargar, un libro, el control remoto de un computador; si en vez de objetos estrujados bajo mi espalda pudiese hallar un brazo, y tras el brazo un par de párpados cerrados…

Cuánto me tomó comprender que el hogar no está en las calles atestadas ni en la imponente vista que ofrece un balcón, ni siquiera en el color de las paredes que sólo ven quienes están adentro. El hogar se encuentra en los ojos que ven el mismo arco iris, los pies que recorren los mismos caminos, las voces innecesarias que prefieren callar ante un descubrimiento compartido. La ciudad, el pueblo, el campo abierto, despiertan en el hálito de quienes los describen con frases encriptadas. No se puede aseverar la existencia de una luz hasta que alguien más ha sentido su calor.

[ 幻想の花 — BUCK-TICK ]

Saludar de beso

Si existiera una manera de postear pensamientos sin necesidad de teclear, este blog se publicaría a diario. Desafortunadamente, siempre me distraigo y cuando por fin me dispongo a escribir están a punto de cerrar la biblioteca.

Hoy me encontré con Renato, el sempai peruano, en la cafetería italiana de la universidad. Este hecho de por sí no tiene demasiada trascendencia—almorzar acompañada contrario a lo esperado, qué tal Perú, por qué tantos kohais este año, qué tal las clases, tomaremos una juntos. No obstante, el principio y el final de este rato compartido se vieron alterados por un saludo inesperado. De beso. Como debe ser.

Si hay algo que me gusta mucho de ser suramericana —hay más semejanzas que diferencias; el sueño de Bolívar no es tan descabellado a una escala hispanohablante— es la calidez del saludo. Acá en Japón se siente una extraña represión de las emociones al encontrarse con alguien. Entre niñas, el saludo consiste en:

  • cara de sorpresa con ojos muy abiertos
  • saludo matutino con voz muy aguda: “oyahoooooooooooooou”
  • antebrazo estirado con mano muy abierta, como tratando de alcanzar a la otra persona con el brazo inmovilizado
  • para las más avezadas, las puntas de los dedos se tocan, o incluso se entrecruzan éstos

Parece como si todas anduviéramos tras una pared de cristal desde la cual saludamos a nuestras respectivas compañeras de estudio. Por eso, para mí el beso en la mejilla aquí en Japón es más que una costumbre más de mi lado del planeta, un retorno a la comunicación sin barreras, al afecto libremente expresado. Saludar de beso (sin olvidar la mano en el hombro o el abrazo quiebracostillas de cuánto-hace-que-no-nos-vemos) es parte de nuestra idiosincrasia. Me gustaría decir que compartimos este gesto con muchas otras comunidades (lo cual es cierto) pero hasta ahora esas comunidades no se han manifestado conmigo. Cabe anotar la notable excepción de Yazan, el sirio, que daba unos abrazos como para esta semana y la siguiente. Lástima que ahora está lejos.

Pasando a otras noticias, así muy casualmente, uno de aquellos pervertidos tímidos tan típicos de este país salió de la nada esta mañana y me propuso que le enseñara inglés y español a cambio de ayuda con mi japonés. Dijo que nos encontráramos en mi dormitorio, que me recogería en su auto e iríamos a tomar café a alguna parte. Le dije que el dormitorio es poco interesante y que no me subiría a su carro. Después de un minuto o dos de conversación en japonés me preguntó si entiendo el idioma. Ante su insistencia sobre la inmediatez del encuentro (le dije que esta semana estaba ocupada y me iba de viaje—contraatacó con preguntas sobre la duración de mis clases) le dije que nos encontraríamos frente a la cafetería italiana mañana a las 4.30pm. Lo que el galán no sabe es que mañana a esa hora voy a tener un incidente terrible de última hora y me voy a perder.

[ Endlich ein Grund zur Panik — Wir Sind Helden ]

Origami para todos

Hoy tuvimos examen médico en la universidad. Hubo electrocardiograma, chequeo de peso y talla, rayos x, toma de presión arterial, examen de visión y toma de muestras de sangre y orina. Aún no entiendo cómo se habla de miopía en Japón porque pese a que no tuve problemas en comprar unos lentes de contacto nuevos, mis compañeras de clase no entendieron a qué me refería cuando hablé de dioptrías.

A la hora de la muestra de orina me entregaron un sobre pequeño con un frasco como para gotas. Fui al baño del edificio, me aseguré de quedar en un cubículo con sanitario occidental y me dispuse a hacer la tarea.

Según las instrucciones impresas en el sobre, había que sacar de allí una especie de bolsillito de papel que con ayuda de ciertos dobleces debidamente señalados se convertía en cajita. En esa cajita debía depositar mi muestra, parte de la cual debía recoger con el gotero plástico, volver a meter en el sobre y entregar a la encargada.

No creo que sea necesario hablar de la ridícula situación en la que me ví envuelta reforzando los dobleces de la dichosa caja con el fin de ensanchar la abertura y reducir las posibilidades de fallo en la toma de la muestra. El solo hecho de ver la caja y la mano sosteniéndola torpemente era suficiente para enviar señales de alerta a mis esfínteres: zona de riesgo, no descargar aquí.

Con dificultad acumulé una mísera cantidad en una esquina de la obra manual. Para mi alivio, posteriormente el líquido llenó la mitad de la minúscula botellita. Con repulsión boté la cajita a la caneca y me lavé las manos como si ellas hubieran servido directamente de recolector.

Los alcances del origami, ya ven.

[ I Can See Clearly Now — Johnny Nash ]

Guten Taggu

Haciendo uso del Internet inalámbrico en la biblioteca de la universidad, me encuentro cómodamente tecleando en mi hermoso computador sin tildes. El único inconveniente es que no me permite usar ningún programa de mensajería instantánea.

Hoy tuve mi primera lección de alemán. Afortunadamente el acento de la profesora japonesa dista mucho de ser katakana, pero no dejo de angustiarme pensando en el día que llegue a hablarle a alguno de los amiguitos alemanes de Himura y se me rían en la cara porque

  1. agrego vocales al final de todas las palabras terminadas en consonantes
  2. no paro de hacer venias y pedir perdón

Igual la gente en Bogotá se me va a reír en la cara cuando me vea haciendo venias y pidiendo perdón todo el tiempo. Y cuando me pidan demostración de mis recién adquiridas habilidades en el idioma japonés, me quedaré mirándolos fijamente para luego dar una última venia, pedir perdón y huir.

[ Pictures at an Exhibition — Modest Mussorgsky ]

「音声を抑えていただけたら幸いです。」

Esta mañana, cuando salí del cuarto, encontré una notita pegada a mi puerta con cinta pegante. En una esquela de quién sabe qué personaje de anime había escrito un mensaje en keigo (japonés elevado, lenguaje sumamente respetuoso) pidiéndome muy amablemente que controle el volumen de la música en las mañanas debido a que, por estar escribiendo su tesis de maestría, está acostumbrada a dormir de día. El tono de la nota es muy amable, aunque el keigo disfraza de sonrisas toda la rabia contenida.

A juzgar por el hecho de que mi música ya estaba a un volumen mucho menor de lo usual, creo que la culpa la tiene el risible grosor de las paredes. Si Cora puede escuchar claramente las conversaciones de sus vecinas, no tendría nada de extraño que la autora de la carta esté viendo interrumpido su vampiresco sueño a causa de Richie Ray & Bobby Cruz.

Cambiaré los parlantes de lugar. Renunciar a la música—¡Jamás!

お待たせいたしました!

お待たせいたしました。Olavia Kite ha regresado, esta vez transmitiendo desde la capital del bosque, la gloriosa y nunca bien ponderada universidad de Tsukuba, a 45 minutos de Tokio. De nuevo me hallo sin Internet en el cuarto, escribiendo desde la biblioteca. Ya me ardían los dedos de todo lo que quise gritar al vacío y no pude.

Tomar el tren a Tsukuba es como entrar en un agujero de gusano para salir a una dimensión paralela, ajena a Japón pero con su mismo idioma. Todo es espacioso, demasiado espacioso. Hay una cantidad impresionante de restaurantes italianos, inclusive hay una cafetería italiana dentro de la misma universidad. Gracias a la gran extensión que cubre el pueblo, para desplazarse hay que montar en bicicleta o tomar un bus que tarda una eternidad en llegar. Estimo que para mediados de este año tendré unas piernas de ataque con tanta caminata.

Lo extraño de todo es que desde que llegué acá me he visto invadida por una inexpugnable sensación de abandono, como si más allá del bosque que rodea el dormitorio, más allá de los caminitos bordeados por cerezos no existiera más que una vasta llanura desierta. Siento como si el edificio en el que ronca mi nevera heredada fuera el último lugar del mundo, el borde de un planeta plano, una trenza de concreto y grama enroscándose para formar una única incierta isla fuera de la cual los asentamientos humanos son hipótesis.

Este fin de semana voy a pagar más de mil yenes para cruzar el agujero de gusano de vuelta a la loca realidad del archipiélago japonés, comer en Yoshinoya y encontrarme con Marikit y Chee Siang, a quienes extraño más de lo que quisiera aceptar.

[ aviso de cierre de la biblioteca ]

De lejos, de cerca

Imagen tomada del Asahi Shimbun.

De lejos:

Una estudiante extranjera a las afueras de la prefectura de Tokio entreabre los ojos en la que pronto dejará de ser su cama y nota que se mece suave, muy suavemente.
—Por fin tiembla otra vez —reflexiona sin inmutarse—, menos mal no es fuerte.

De cerca:

Un terremoto de magnitud 6.9 en la escala de Richter deja un muerto y numerosos daños materiales en la prefectura de Ishikawa. La víctima fatal, una mujer de 52 años, falleció al quedar atrapada bajo una lámpara de piedra.

[ Drift On — Butterfly Boucher ]

修了式

A veces recuerdo a las niñas cuyas caras observé durante trece años de mi existencia, y como es de esperarse, termino cayendo en la consabida pregunta “¿En qué andarán ahora?”, pregunta que formulada en la compañía correcta puede resultar en conjeturas inverosímiles o una nueva actualización de chismes.

Casi todas mis compañeras de colegio se encuentran en este momento presentando tesis, trabajando, volviéndose grandes y serias. Yo creo que no demorarán en casarse, aunque por ahora tengo entendido que ya van dos con votos firmados, una en Suiza y otra en Australia. Yo me casaría con gusto pero mi edad aún no excede el cuarto de siglo, señal suficiente de que todavía puedo limitarme a recibir visitas en la sala de la casa y hablar por teléfono hasta que se me enrojezcan ambas orejas.

El año pasado, durante las vacaciones de verano, se me ocurrió que si hubiera decidido quedarme en Dubuque, IA, al momento sería una profesional recién salida del horno. Recién salida y gorda como un soufflé. Sin embargo, como no tomé ese camino, ese punto de la historia no contenía a una persona con título repitiendo almuerzo en el Mandarin Garden Buffet sino a la misma persona, sin más título que el de bachiller, asando pedazos de carne del tamaño de una tajada de tocineta y convencida de que aún con los pies en el paraíso su vida no iba a ninguna parte.

Han pasado casi 5 años desde que me quedé mirando a la segunda de la lista, sentada a mi lado, pensando que jamás volvería a verla. La verdad es que resulté viéndola en mi universidad en Bogotá como dos años después pero no nos saludamos. Lo más seguro es que ahora también se encuentre en transición entre las aulas y las oficinas. Mientras tanto yo, Señorita Aburrirse-y-volver-a-empezar, ¿tengo alguna constancia de mi paso por el mundo real fuera de un poema en una publicación anual de la institución de educación superior más antigua de Iowa y los fríos certificados que constatan que me la pasé dibujando a Batman comiendo pollo en las faldas del cerro de Guadalupe?

Pues bien, ¡ahora la tengo!

Hoy llegó el feliz momento de vestirme elegante, pararme al frente del público, dar dos o tres venias y recibir mi diploma de Persona que ha completado un curso intensivo de japonés en Tokio. En la misma carpeta roja con letras doradas se encuentra un certificado de asistencia perfecta y un bono de dos mil yenes con ilustraciones de Peter Rabbit para comprar libros o sacar fotocopias, aún no lo tengo muy claro. Por fin algo de seriedad en esta cara. Por fin una evidencia de adultez, tan necesaria en cocteles y reuniones de exalumnas. Ahora que soy una Persona que ha completado un curso intensivo de japonés en Tokio y jamás faltó a clase, puedo tomarme el mundo.

Yo en el pináculo de la seriedad.

[ Hotel Song — Regina Spektor ]

Primera cosa bella

Esta soleada mañana salí con dos billetes nuevos en la vieja billetera y regresé con una guitarra a la espalda. Que se atenga la soledad.

[ Lend Me Your Comb — The Beatles ]