Estaba en Bogotá. Una manicurista me veía las uñas de la mano derecha y, arguyendo que estaban impresentables, me las cortaba al pegue con unas tijeras grandísimas. Solo después se enteraba de que yo tocaba ukulele y sin uñas ya no podría. Yo estaba acongojada porque esta era mi última semana en Japón y no podría tocar en estos días tan importantes. Entonces resultaba montada en un Transmilenio bajando por la 80 y me preguntaba por qué rayos estaba desperdiciando mis últimos días en Japón pasándolos en Bogotá.
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