Me iba a graduar de la universidad junto a mis compañeras del colegio. Me encontraba con mi mejor amiga de preescolar y nos íbamos a caminar en un área desértica a las afueras del colegio, pero aparecía Mr. Barfield (profesor de inglés de sexto) y nos decía que teníamos que prepararnos ya para volver a Colombia. Yo me angustiaba muchísimo, decía que si tenía que irme ya no alcanzaría a desocupar mi apartamento ni nada, que yo creía que nos darían cuando menos una semana más. Mi amiga me decía que lo mejor sería dejarlo todo botado acá y regalárselo a alguien que lo necesitara, que seguramente en unos meses olvidaría lo que tenía. Me invitaba entonces a una reunión de ex-alumnas en Bogotá un día después del regreso. Me parecía rarísimo porque a esa reunión solo estaban invitadas las populares y claramente yo no me hallaba en ese grupo. ¿Sería el comienzo de una vida social?
Regresábamos al colegio y había una celebración de despedida para mi curso. Yo estaba parada en un montículo sin hablar con nadie —como raro— y aparecía un señor de la nada a saludarme. Al parecer era un escritor. Estaba fumando un cigarrillo gordísimo. Yo lo cogía y me quedaba mirando cómo se quemaba. Los papelitos quemados parecían un crêpe. El señor seguía hablándome, no sé si me estaba coqueteando, pero yo no hacía más que mirar el extraño cigarrillo consumiéndose.
Me desperté con unas ganas terribles de crêpe.