Mis socios y otras personas que venían a trabajar con nosotros hablaban francés y yo no. Habían traído pastelitos, algunos rellenos de mora. Yo me comía un montón.
Alguien me pedía una cotización para una traducción, confundía las cifras que yo le daba y me decía que no tenía el presupuesto para cubrir eso. Yo tenía que escribirle que en realidad el trabajo era mucho más barato que el límite de su presupuesto.