Unas estudiantes de peluquería y estética me usaban de modelo para un desfile o para una sesión de fotos. Me ponían un vestido de falda larga y ombliguera que, curiosamente, me quedaba muy bien. Me pintaban las uñas. Me peinaban. Me maquillaban. Me tocaba el peinado y la estudiante que había estado trabajando conmigo casi enloquecía, no debía tocarlo porque lo arruinaría. Al mirarme al espejo me daba cuenta de que me habían pintado los labios muy oscuros y con escarcha. “Vampy look”, pensaba. Me gustaba como me veía. Me iban a poner adornos en las uñas, de esos que no dejan hacer nada, con pepitas y perlitas y piedritas. Los míos iban a ser unos daditos de cristal, a pesar de que a mí no me parecían muy chéveres. Pero al fin me miraba las manos y todo se había caído. Trataba de pintarme las uñas yo misma pero me manchaba la blusa. Afortunadamente el pintauñas era transparente con pepitas y se podía quitar fácil. Pensaba que si me tocaba pagarla la pagaría porque me gustaba mucho como me quedaba. Las estudiantes me llevaban a una sala donde estaba sentado Manuel Gómez Burns. Me hacía la que no lo veía un momento, estaba algo nerviosa, pero luego se encontraban nuestras miradas. Me desperté y no supe si le había gustado mi nuevo look.
2015 -
09.19