Iba a la clínica a abortar. Mi familia estaba conmigo y me apoyaba por completo. Me daba mucho pesar perder al bebé porque era de Cavorite, pero pensaba que por el momento no podría ofrecerle una buena vida —aunque eso tampoco era del todo cierto porque yo ya no estaba estudiando y, aunque poco, devengaba—. Me preguntaba si debería arrepentirme ya, si me arrepentiría después. Me daban un vaso de una leche espesa que contenía anestesia. Esperaba que no me fuera a doler mucho el procedimiento, que esa fuera anestesia general. Mi mamá estaba a mi lado. Le preguntaba: “¿Estoy haciendo lo correcto?”
Estaba en Pereira con mi papá en un centro comercial. Tratábamos de rehabilitar a un pajarito que se había convertido en anciana y no podía volar.
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