Estaba en un mercado en Japón tratando de comprar anguila después de recibir una muy generosa degustación. En una anterior compra me habían dado de cambio un montón de billetes con caracteres rusos. Eran de muy diversos tamaños y colores y algunos parecían fotocopiados. Buscaba billetes normales, pero no tenía. Le decía al señor de la anguila —que también vendía una especie de pincho de arroz, ikra y una salsa cremosa— que me esperara y me iba a sacar plata al cajero. La fila estaba larga y llena de compañeras, creo que de la universidad. Pensaba que no tenía conmigo la tarjeta del banco de la oficina postal, pero sí. Sin embargo, me equivocaba de fila y llegaba a otra caja. Me daba pena devolverme y más bien preguntaba si esos billetes raros me servían. Primero me decían que los coleccionara porque eran bonitos, pero luego decían que sí podía usarlos en los establecimientos de este mercado. Me enteraba (o recordaba) que eran billetes especiales que usaban en Otaru para hacer transacciones con marineros rusos. Decidía gastar un dineral en pescado y demás delicadezas japonesas porque la plata rara sobrante era mucha. Me devolvía a pagar la anguila y comprar todavía más en otra tienda, pero de repente no encontraba los billetes raros. Veía de repente que estaba en la cafetería del primer piso de TUFS y servían anguila todos los días (por tiempo limitado). Pensaba en ir a esa universidad solo a almorzar, pero no sabía si me pedirían el carnet (que obviamente ya no tenía). Me costaba mucho encontrar las palabras para hablar, pero le contaba al señor de la anguila en japonés que mi dinero había desaparecido (「なくなってしまいました」, “nakunatteshimaimashita”). Me angustiaba la falta de mi dinero cuasifalso, pero también me mortificaba la vergüenza de tener que decirle otra vez que me esperara porque tenía que ir al cajero a sacar plata.
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