Salía a trotar. Un contacto de Internet pasaba y me miraba mal. De repente yo estaba trotando encartada con una mochila llena de cosas y un pocillo grande amarillo. Encontraba un hospital que tenía gimnasio, pero entraba al pabellón equivocado y me topaba con un profesor del colegio. Me saludaba y yo le respondía medio de afán. Pasaban dos jóvenes con morrales, yo les decía “¿también van al gimnasio?” pero me ignoraban. Al fin llegaba a mi destino. Ocupaba la trotadora. De repente estaba tratando de reclamar mis cosas a la entrada, pero unos travestis negros saboteaban todo y ya no me querían entregar nada. Yo les rogaba a los del guardarropa que me entregaran mis cosas cuando los travestis se iban indignados quién sabe por qué.
De repente esto era una película postapocalíptica donde todo había sido destruido y le estaban disparando a todo el mundo, incluyendo niños.
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