Estaba en un hotel. Iba al baño y me daba cuenta de que había habido un cortocircuito. Un ambientador y una multitoma estaban incendiándose. Le echaba agua al ambientador y encontraba la manera de desconectar ambos. Esperaba que la multitoma me sirviera después, pero si no, me compraría otra.
Me sentaba a ver las luces de la ciudad desde la ventana del cuarto. Pensaba en fotos que no podía tomar porque había dejado la cámara. No veía bien porque mi propio reflejo me tapaba la vista. Al lado, en un sofá, había una presencia que me hablaba de lo lindo que era el paisaje. De repente no encontraba mis gafas. Había otras muy sucias, como embarradas. Cuando hallaba las mías, me daba cuenta de que estaban muy grasosos los lentes, pero igual me las ponía.
De repente estaba en la calle, de día. Era Londres. Una joven negra comentaba que era muy difícil conseguir bagels con salmón y crema porque eran exageradamente costosos. Si el semáforo peatonal estaba en rojo, decía, cobraban 100 dólares. Si estaba en verde, y por lo tanto había mucho afán de cruzar, lo hacían a la guachapanda por 35 dólares. Pensaba en todos los bagels con salmón y crema que había dejado de comer en Japón.
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