Mi mamá y una compañera de clase de japonés de Los Andes venían a visitarme en Tsukuba. Era tarde en la noche y la compañera tenía hambre, pero todo había cerrado a las ocho, así que yo solo atinaba a decirle que fuera a comer a McDonald’s. Me arrepentía y sugería uno de esos restaurantes japoneses de centro comercial que no suelen ser nada llamativos, pero la idea no calaba. Al fin íbamos a comer Masayasu, mi mamá, ella y yo, pero en mitad de la comida la que estaba sentada frente a mí ya no era mi mamá sino Nellie McKay. Nos poníamos a cantar a dúo “If I Had You”. Yo estaba emocionadísima y casi llorando, y quería decirle que había sido por ella que yo había empezado a tocar el ukulele.
De pronto estaba quién sabe en dónde en Estados Unidos, en un coro dirigido por el Padre Francis. Todo el mundo se sabía la canción menos yo. Aparecía una monja gringa gorda que me quería mucho no sé por qué. Se parecía a mi abuela paterna. Tenía el pelo muy corto, que mojado se veía medio punk. Yo pensaba que algún día me cortaría el pelo así de corto así luego resultara viéndome igualita a mi abuelita. Cantábamos juntas, creo que una de los Beatles. Yo hacía la voz baja (como siempre). Mi mamá aparecía de la nada y me regalaba un montón de marcadores Crayola; yo me sentía como si hubiera regresado a la infancia. Tenían tapas raras y doble punta y había que taparlos porque venían destapados. Sostenía en la mano uno verde biche: era casi igual a los marcadores Prismacolor que me compré con mis ahorros cuando tenía 8 años.
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