Por un momento volvía al colegio. Sandra estaba allí. La abrazaba muy fuerte y pensaba en lo bueno que es soñar porque en sueños uno puede encontrarse con los muertos todo el tiempo. Viajábamos en carro a Popayán ella, Lynn y yo. Cavorite era nuestro guía. Nos encontrábamos a unos ancianos en la calle y yo les hacía preguntas. Uno de ellos, el único payanés del grupo, decía “Popayám”. Otro era de un sitio llamado Cabeá. “¿Corea?”, preguntaba yo. “No, Cabeá”, corregía el payanés. Popayán quedaba a la orilla de un río inmenso y parte del pueblo estaba inundado.
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