Volvía a Naoshima, aunque no se parecía en nada a Naoshima. Había línea férrea en la isla. Yo tenía que encontrarme con alguien (no recuerdo quién), y tomaba el tren. Recordaba haber tomado el ferry y estaba sosteniendo el tiquete de este trayecto. Me pasaba de estación. Estaba rodeada de ancianos. Decidía bajarme donde todo el resto lo hacía. Resultaba colada en una visita a una fábrica. Intentaba salirme de la fábrica sigilosamente pero de repente una señora con pinta de secretaria de la universidad (señora mayor amable) llamaba mi nombre. Yo estaba subiendo unas escaleras pero me sentía cada vez más débil. Quería ignorar a la señora pero ella me veía desde los escalones superiores y me preguntaba por qué no respondía si me necesitaban urgentemente. Alguien me estaba buscando. Era mi mamá. Yo no podía creerlo. ¿Cómo me había localizado? (La lógica del sueño dictaba que ella había trazado la información de mis tiquetes de viaje comprados hasta ahora.) ¿Por qué no me había llamado al celular? Ahora ella estaba abrazándome y llorando de la emoción. Yo quería llorar pero no tenía fuerzas. Le confesaba que estaba muy enferma. La secretaria nos llevaba a una especie de consultorio localizado en lo que parecía ser un centro comercial de barrio. Me traían un montón de comida rica. Solo recuerdo que había gyouza.
Aparecía M., la ex amiga que me odia. Había estado intentando saludarme pero yo la había ignorado en medio del ajetreo de mi mamá y la convalescencia y la confusión resultante. Me sonreía ampliamente y me preguntaba por qué no la reconocía. Yo le decía que estaba enferma y le preguntaba a otra señora japonesa por qué había aparecido esta niña, cómo había llegado hasta acá. No podía explicarme en absoluto su cambio de actitud para conmigo. Entonces ella me decía que todos estábamos muertos y por eso nos estábamos encontrando. Me costaba creerlo.
De repente me encontraba intentando subir otra escalera pero dentro de una casa en la misma Naoshima. Alguien iba a bajar, un japonés de unos sesenta años, y yo estaba bloqueando el paso porque de la debilidad no podía avanzar y me costaba retroceder.