Estaba caminando por la calle con mi familia. Les mostraba una proyección sobre una pared de unas fotos que había tomado en un paseo. Al tocar la pared cambiaba la foto, y si caminaba tocándola las fotos cambiaban tan rápido que parecía una animación. Se veía una multitud y luego aparecíamos caminando j. y yo. Parecían ser las fotos de algún paseo que habíamos hecho juntos. Me daba un poco de vergüenza mostrarlas pero ellos se distraían cuando nos topábamos con la ventana del baño de la casa de mi tío. Alguien me pedía que me asomara para saber cuál de mis primas estaba adentro bañándose, pero yo decía que era incapaz. De pronto aparecía j. con unas gafas feísimas del otro lado de la calle. Yo salía corriendo a su encuentro, le daba un abrazo larguísimo y le decía que ahora se parecía al número dos de la mafia setentera. No recuerdo qué explicación me daba para el uso de esas gafas. Él saludaba a mi mamá.
Estábamos así contentos hablando cuando empezaba una revuelta en la calle. Había muchos disparos por todos lados y yo me perdía de mi familia. Corría de la mano de j. Le decía que si nos tocaba separarnos para huir quería que supiera que lo amaba. Él decidía emprender la huida pero conmigo. Esto no lo decía: simplemente me halaba. Corríamos hasta llegar a un punto de la ciudad que no había sido tocado por el caos aún.
De repente estábamos en un recinto oscuro e inmenso. Al parecer habíamos tenido que seguir huyendo y llevábamos mucho tiempo en esas. El lugar tenía miles de cruces sobre las paredes. Estábamos en la parte superior de unas escaleras localizadas hacia un lado del recinto; nos asomábamos por la baranda y veíamos que abajo era igual de oscuro y no había sillas ni nada. El sitio me daba mucho miedo y yo se lo manifestaba. Él parecía tener una especie de fe en algo y decía cosas que yo no entendía, conjuros o mantras o algo por el estilo. En todo caso él sabía de esto más que yo. Me abrazaba y luego nos lanzábamos a bajar las escaleras a toda, sin soltarnos las manos, mientras aparecían demonios grises voladores que evadíamos. Llegábamos a otro lugar más luminoso donde había más gente.
A mí se me ocurría que todo esto debía ser un producto de la imaginación, así que podríamos combatir esos demonios gritándoles que no existen. Sin embargo, ellos seguían atacando. Uno de ellos me daba una palmada en la mano cuando lo señalaba. A alguien de la multitud se le ocurría que podríamos ignorarlos entre todos. Se sentaban uno a uno en el piso y los demonios desaparecían, pero las personas que lo hacían se desaturaban completamente. Yo entendía que ignorar el problema daba la impresión de haberlo solucionado pero algo se perdía recurriendo a ello. No obstante, dado lo desesperado de la situación, nos sentábamos también. Sabíamos que pasarían más cosas malas y estábamos perdidos pero lo único que nos quedaba era querernos, así que nos besábamos. De pronto aparecía en el piso un cuaderno de él con fechas del futuro y muchas anotaciones a color. Entonces yo entendía que ese cuaderno de verdad provenía del futuro y su existencia indicaba que al final todo había salido bien, que ambos habíamos sobrevivido aunque era también posible que nos hubiera tocado separarnos tarde o temprano. Consciente de la inminente pérdida, lo seguía besando.
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