Llegaba a Nueva York y aparecía un hiphopero puertorriqueño que aseguraba que nos habíamos encontrado en 2008. No sé por qué le creía, tal vez por cortesía (como cuando a uno le dicen “¿te acuerdas de mí?” y uno “sí, sí” pero en realidad ni idea). El señor me acompañaba al barrio donde vivía Minori, me ayudaba con mi maleta de mano e intentaba besarme pero se arrepentía por ser casado. Yo pensaba en Cavorite.
Después de caminar mucho por calles llenas de casas de colores, llegábamos a nuestro destino y yo me daba cuenta de que mi maleta más grande no estaba por ninguna parte. Le preguntaba al puertorriqueño, quien me decía que se había quedado en el aeropuerto. Desesperada, intentaba devolverme, pero el hiphopero me decía que era peligrosísimo, y los buses que salían desde ahí solo iban a La Guardia (¡como los buses que salían del barrio de Minori de verdad!). Entonces de un edificio emergía Minori al haberme oído gritar y espantaba de algún modo al señor, llamándolo timador y no sé qué más. Me invitaba a pasar y me empezaba a regañar que por boba e ingenua.
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